Olvidé la cartera en casa pero fui a cenar con un amigo al que aún le debo 80 pesos de esa noche. Cuando salía de Cactux hallé a otros dos comparsas a quienes ya había saludado al entrar.
Por Omar Arriaga Garcés
Eran un él y una ella, y la última vez a ella le había invitado unas cervezas, por lo que no tuve inconveniente cuando pidió que los acompañara y dijo que ella invitaría los tragos.
No sabía que esperaban a una banda de Guadalajara, The Oaths, media hermana espuria de San Juan Project (que en Arturo Lamadrid comparte integrante), aunque de música popera para bailar y con voz, la cual se dice influenciada por bandas como Cut Copy, Miami Horror, The Presets y Boyz Noise, pero es más como una “boys band” que suena a algo entre entre Sussie 4, Belanova, Azul Violeta y la canción de “La vecina”, de los Amigos Invisibles.
No es, por supuesto, una ofensa, todo lo contrario, una especie de funk por momentos, el tono de Azul Violeta, los samplers de Sussie 4 y… algo de Belanova que no sabría definir, hacen de su propuesta algo bailable que prende de inmediato y da una textura familiar pero como poco común a la mezcla de géneros y estilos. Eso no lo sabía en aquel instante, claro.
Pasada la media noche, cuando por fin llegaron y comenzaron a tocar, abrieron Andrés Romo-Chávez (vocalista), Alfonso Fuentes (baterista) y Lamadrid (teclado y programación) con “Ascender”, una de las canciones más pegajosas y producidas de su disco Fractal, editado en agosto de 2014 por Arts Crafts México.
Lo que más sorprendió es que, aunque Revés había regalado dos pases vía online que nadie quiso, cuando tocaban “Distinto” u “Overhead”, uno podía darse cuenta que varias personas, de las que bailaban hasta adelante, iban específicamente a ver a la banda de Guadalajara, pues coreaban las letras y se las sabían de memoria, estuvieran en inglés o en español.
The Oaths iba a tocar en Querétaro, creo, y venía de presentarse en la Ciudad de México; tenía libre un día de la semana y ése era justamente el jueves 27 de noviembre que la gente del Cactux había logrado que alunizaran en Morelia para presentarse.
Luego de que tocaron las seis canciones de su primer EP, Astronomy, de 2011, y las diez de trece de Fractal que no se repetían del primer trabajo discográfico, la gente les seguía pidiendo que tocaran más pero yo no tenían repertorio.
Cerca de las dos de la mañana, con hora y media tocando, Andrés, Alfonso y Arturo, acompañados de un bajista para los conciertos, bajaron del escenario.
40 pesos fueron los que la banda de Guadalajara cobró, pero si se compara con los millones de bares que hay en Morelia donde se tocan siempre las mismas canciones desde hace veinte años cada fin de semana, se agradece oír en vivo propuestas como ésta.
Ojalá hubiera más lugares para que las bandas que inician se presenten y se consoliden poco a poco entre el público. Sólo en la Ciudad de México, ni siquiera en Guadalajara hay espacios así, que duren más de un año.
Se me terminó el trago y le insistí a mi mecenas sobre la necesidad de uno nuevo; extendió su cerveza, “tómale, ya no traigo dinero”, dijo, pero cuando nos detuvimos en el Oxxo con ella y con él, ambos compraron cigarros y más cerveza. Pensé que sin cartera, una patrulla podía meternos en problemas más o menos serios. Afortunadamente, nadie nos detuvo.