Las cárceles se multiplican. En cualquier lugar, escondidas a veces, otras protuberantes, las cárceles proliferan como hongos en época de lluvias, como luciérnagas en verano.
Así, Moselle descubre una familia que resume al mundo; como cárcel, la casa como cárcel, la familia misma como la cárcel de la que hay que escapar. Y esta cárcel, construida por el padre, ha guardado a un grupo de niños/adolescentes para protegerlos del mundo. Paradójicamente, es el padre quien huyó de la cárcel que es el mundo. Así podría resumirse el documental The Wolfpack (Moselle, 2015), estrenado en el festival Sundance de este año, ganador del Gran Premio del Jurado.
La premisa: durante lustros, Oscar Angulo y su esposa han mantenido a su familia encerrada en un departamento en Nueva York. Sus hijos (seis varones y una mujer) se han mantenido separados del mundo, observándolo a través de dos ventanas: una real, que les permite ver el área del East Side de Manhattan desde un dieciseisavo piso, y una televisión. Además de una colección de cinco mil películas.
Así, The Wolfpack resume a la familia como cárcel, como respuesta, como debut y despedida. La familia como origen y final, como campo de pruebas para sobrevivir al mundo pero como cápsula de vidrio que lo protege de él. Y en medio de este encierro tan lleno de libertad, los hermanos Angulo (Bhagavan, Govinda, Visnu, Krisna, Jagadesh, Mukunda y Narayana) pasan el tiempo recreando películas, mimetizándose con las fantasías que las películas han hecho posibles. Actuando, probablemente mejor que los actores originales.
Si la premisa no es en sí ya sorprendente, sorprende aún más que en este encierro, esta «manada de lobos» no se haya comido entre sí. Y es que la cordura permanece a tal grado que los hermanos se permiten citar de manera lúdica la película Atrapado sin salida (Forman, 75), película que como pocas ejemplifica cómo se desdibuja la delgada línea entre cordura y locura.
El mundo de los hermanos Angulo, separado por una ventana, no es un mundo imaginado y recreado verbalmente, como sucede en Underground (Kusturica, 1995) ni construido a partir de una reinvención del lenguaje, como en Dogtooth (Lanthimos, 2009). En The Wolfpack, el mundo de afuera existe, pero como a Rapunzel, les es imposible tocarlo, tan solo verlo por una… o dos ventanas.
¿Hacia dónde escapar, si la libertad es conseguida? El filme lo resuelve hasta cierto momento, pasando por el enojo, las lágrimas, una violencia fuera de cuadro, pero siempre evitando la sangre. Con The Wolfpack aprenderemos que la etapa aparentemente más preciada de la vida, la infancia, no desemboca en una tragedia si es «privada» de un grupo de seres humanos.
Finalmente, el retrato, tal vez incompleto, no deja de sorprender cuando se comprueba que la ficción sí puede convertirse en realidad… y la realidad en ficción. Si Be Kind Rewind (Gondry, 2008) nos había recordado que el cine y el fanatismo pueden transformar una comunidad en un pequeño crew improvisado de películas, The Wolfpack atestigua que el cine sí contribuye a que una pequeña comunidad sobreviva, que esta comunidad derive su frustración, que el cine se convierta en un canal de escape y, finalmente, permita que los humanos no se coman los unos a los otros.