Tras dos entregas sobre La Revolución de Emiliano Zapata y Javier Bátiz, ahora cierro la pequeñísima serie “Gente Avándaro”; por eso ahora toca el turno a Three Souls in My Mind y uno de sus mejores discos de todos los tiempos: Que rico Diablo…!
Por Jorge A. Amaral
“Rock auténtico que viene desde el fondo y surge sin ornamentaciones ni artificios: puro y primitivo rocanrol con letras que primero expresaban a la banda y después con una marcada y no siempre espontánea tendencia social”.
José Agustín
El Tri, nacido en 1968 bajo el nombre de Three Souls in My Mind, fue la banda encargada de cerrar el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro sin siquiera haber sido de los mejores grupos que tocaron en ese parteaguas del rock en México, pues compartieron escenario con los Dug Dug’s, Tinta Blanca, Bandido, El Ritual o Peace & Love; sin embargo, su importancia radica en que, habiendo nacido en la época de tolerancia hacia el rock que aún vivían los rocanroleros antes de 1971, cuando tocaban en escuelas de paga, bares formales o fiestas particulares, supo sortear la censura posterior a Avándaro, y aun así, sobreviviendo más de una década en hoyos funkis, en tocadas sobre ruedas (llegar arriba de un camión de plataforma con todo su equipo instalado y listos para desenchufarse y desafanarse si se veía venir una redada, tan comunes en esos días) y prácticamente en la clandestinidad, son de los pocos de aquella época que siguen activos, a pesar de lo que muchos pensamos: que debió retirarse alrededor de los años 90.
No obstante que tienen un montón de detractores, fue de esas bandas que se implantaron en el consciente y en el inconsciente colectivos con canciones que siguen siendo himnos en algunas ocasiones y que todos, independientemente del paso del tiempo, aún recordamos. Three Souls, durante muchos años, representó a un sector de la población siempre marginal, el de los chavos banda, los macizos, los herederos de Los Panchitos, los que lo mismo escuchaban a esta banda que a los queridísimos Ramones. Con sus canciones, sobre todo cuando aún eran Three Souls, dijeron lo que muchos gritaban en colectivo, fueron los portavoces de una juventud que poco a poco se alejó del sueño jipiteca para sumirse en su propia realidad de los embates de El Negro Durazo, las malas políticas presidencialistas y una crisis que sumía al país en la inflación y la devaluación. Es por eso que esta semana recomiendo revalorar uno de sus mejores discos, Que rico Diablo…!, de 1979, y reeditado en 1989 bajo el nombre de Oye Diablo! Hay falla?
Un disco que suena distinto a todo lo que hicieron a partir de la década de los 80, el álbum muestra otra faceta de Three Souls, esa que los coristas borrachos de “Las piedras rodantes” o “Triste canción de amor” no conocen, con un sonido más duro, incluso pacheco por momentos. Y es que “Diablo”, por ejemplo, es un completo alucine bastante psicodélico, con ese infernal sonido en el saxofón de Arturo Labastida y las hipnóticas congas de Silvestre Méndez, aderezado con la contundente batería de Carlos Hauptvogel, que ha sido el único baterista de esta banda que ha destacado pues los demás que ha tenido sólo han servido para marcar el compás tímidamente.
Con sonidos de blues en “Qué bonito es no hacer nada” y “Eje Vial blues” (les encargo la guitarra de Sergio Mancera), Alex Lora, en esta última, asume su papel de crítico social que durante muchos años fue y que lo hizo permanecer en el gusto de las clases media y baja oprimidas por sus propios problemas, aunque la raíz es la misma.
“Presta”, con un ambiente más festivo pero con una excelente ejecución, es de esas canciones que se dejan escuchar y memorizar, y es que quién no recuerda aquello de: “Tú dices que no eres macizo / pero andabas ya bien grifo / cuando yo te vi, / traías los ojos bien rojos / y los pelos bien erizos, / hasta risa me dio”.
Pero hay temas que aunque la letra no sea la gran cosa líricamente hablando, el arreglo es simplemente extraordinario, como en “La droga”, “La pesadilla” o “El blues de la llanta”, o la genialmente dura, paradójicamente, “Suave”, que por ese halo que despide aún recuerda al mítico “Lennon blues”, de cuando aún cantaban en inglés.
Eso era, grosso modo, Three Souls in My Mind, lo malo es que Alex Lora se encasilló en las mismas canciones, los mismos gritos, la misma carrilla y se estancó, como El Haragán, Lira n’ Roll o Charlie Monttana, que siguen sonando a rockola vieja sin haber trascendido más allá de lo que eran, sin innovar nada, sin proponer nada nuevo, sino que se casaron con una fórmula, esa que les funcionó hace 30 años y ahí siguen, queriendo ser rockstars cuando ya más bien son la vieja escuela del rock –ahora sí cabe decirlo– mexicano, y esto porque a Alex Lora, desde que emuló a Mick Jagger y comenzó a ser Su Majestad Guadalupana, se le ha olvidado que Dios sí perdona pero el tiempo no, y si me equivoco, ustedes, queridísimos y consentidos lectores, díganme cuál fue el último disco bueno de El Tri; es más, la pongo más fácil: ¿cuál ha sido el mejor álbum de El Tri de los últimos quince años?, no el menos peor, no me hagan trampa. Por eso es que de todos los discos que he escuchado de Alex Lora, me quedo con Que rico Diablo…!.
(Así como comentario marginal, escuchen “Lora’s song iguales”, del rupestre Armando Palomas, se divertirán, creo que viene en Que se muera el rock y que viva el mambo).
Pero con todo y el despiadado paso del tiempo, Alejandro Lora y su legendario Three Souls in My Mind son parte de esta historia del rock mexicano en la que se escribieron nombres como Javier Bátiz, La Revolución de Emiliano Zapata y toda esa gente sin la cual grupos como Caifanes o Café Tacuba no habrían sido posibles, historia que hay que seguir contando y repasando si queremos entender de dónde viene nuestro rock.