Por Raúl Mejía*
Aclaración no pedida: hasta hace unos treinta años, había un objeto llamado disco de acetato o vinil. Ahí se grababan las canciones y tenían dos lados. En el lado A iban las rolas pegajosas, bailables, los hits y las rolas sublimes; en el lado B iban… todas las demás. El presunto relleno, el cascajo que no se sabía dónde meter. Ahí solían quedar varias obras maestras.
Ahora sí, empiezo por el documento rector de Mauricio Bares en relación a su gustada serie “Lados B, la vida sin glamour”, en donde detalla su vocación por esos escritores tan buenos como dicen que lo es Juan Villoro, pero sin ser parte titular de un equipo como el Barcelona, Bayern o Manchester United… eso utilizando analogías futboleras.
Ser del lado B del disco de la literatura es comprender al ascetismo de George Harrison, condenado a esos campos roturados y ejidales del acetato en donde lo arrinconaron y apenas si le dieron chance de poner una rola en cada disco de los famosos Beatles. No importaba que de su lira e inspiración salieran joyas como Here comes the sun u obras trascendentes como Something -rola que Frank Sinatra consideró la mejor canción de Lennon y McCartney, por si había duda de lo injusto de la vida; George sólo sonrió y lo perdonó, pero jamás salió del lado B. Es más, les doy un dato que ilustra la naturaleza del ser humano: las ganancias de la empresa beatle estaban repartidas de manera brutal: el 98% para Lennon y McCartney y el 2% para los otros dos.
A Georgie, ser ninguneado sistemáticamente lo llevó a componer himnos místicos como My sweet Lord… sólo para ser acusado de plagiario. Así, simplemente no se puede.
Ser titular en el Barça o poner puros hits en el lado A tiene mucho de azar. Debe haber, de preferencia, una cuota de talento incuestionable -aunque se cuelen de repente varios mediocres cuyo charm asegure la inversión de la primera edición del Premio Alfaguara de novela, por mencionar un ejemplo.
Ocuparse de docenas de escritores condenados a la liga municipal ya es un acto de bonhomía digno de aplaudirse que Mauricio, como un buen hombre de negocios, ha emprendido. Digamos que, siguiendo a Gabriel Zaid (en El progreso improductivo y en Los demasiados libros) el binomio Escritores de Imposible Consagración/Empresario Conocedor del Mercado de Lectores, dio por resultado una oferta pertinente y un encuentro feliz que llevamos celebrando ya cinco años.
Yo le agradezco se haya ocupado de mis textos en la primera edición de la serie Lados B. Digamos que en el 2011 lo supe: de ahí no pasaría y saberlo me llevó a practicar la escritura en puro ambiente controlado. Nada de andar buscando una forma nueva de narrar, ni de emprender la novela que Morelia ha esperado y sólo yo podía escribir, ni andar viviendo como marca el protocolo de todo escritor que se precie de serlo: jodido de preferencia, con un airecito de perdonavidas, de izquierda y enemigo jurado de las instituciones. Tampoco aspirar al Nobel michoacano: el Premio Eréndira, que a fin de cuentas se consigue si se viven suficientes años. En Morelia, el mérito es una infección venérea.
En tiempos inciertos como los actuales, los psicólogos recomiendan tener certezas aunque sean virtuales. Les tengo una buena noticia y mejor certeza: ya no hay forma de llegar a alturas más allá de lo que ofrece la región (menos de dos mil metros sobre el nivel del mar). Hay quienes lo intentan y andan haciendo el performance completo del escritor maldito (pero talentoso), haciendo maratones en cantinas -de preferencia con un famoso (poniendo evidencias en el feis), llevando “vidas intensas”, sintiéndose bien interesantes y muy especiales, presumiendo relaciones, ganando becas, solicitando becas, ganando concursos. Algún día la literatura los merecerá.
De nada sirve todo eso.
Nos queda -eso sí no está sujeto a las leyes del mercado así sea el “mercadeo en buena onda”- la universalidad de la región y hacer las cosas bien sin esperar mucho a cambio. Ser competentes, rigurosos, profesionales e inspirados sólo por la sencilla experiencia de hacer bien las cosas y esperar la felicidad de ser leído por “los otros”. Con eso basta.
Pienso en la década que nos dio una camada de escritores de culto hace unos cincuenta años. Fue necesario un empresario y unas pocas editoriales (Joaquín Mortiz, señaladamente: santo, apelativo, razón social, seña, empresa, visión, generosidad): una apuesta y un encuentro feliz con nombres de prestigio: José Agustín, Fernando del Paso, José Emilio Pacheco, Ibargüengoitia… y sigan nombrando.
¿De cuántos ejemplares eran los tirajes? ¿Diez mil? ¿Cinco mil? No. Raras veces llegaban a los mil quinientos en un país que en ese entonces andaba por los 50 millones de habitantes. Fue la conjunción de talento, empresarios visionarios y unos cuantos miles de lectores que corrieron la voz.
Eso no ha cambiado…. O no mucho.
Creo luego de la llamada “Generación del crack” que diseñó Sandro Cohen, ya no se han vuelto a dar “booms” masivos. Eso demuestra que se necesita de un buen productor también. ¿A poco creen que Michael Jackson hubiera llegado a donde llegó sin Quincy Jones, los Beatles sin George Martin o Pink Floyd sin Bob Ezrin? Sin esos hombres en la sombra, ninguna revolución cultural se hubiese dado. Se oye feo, sí, pero aquí, en Corea del Norte, en Francia, en Somalia, en Estados Unidos, Cuba y México funciona así. Si algunos creen que este infierno neoliberal y su metodología está de salida, es mejor que se pongan cómodos a esperar. Sus reglas operan incluso en los países ingenuamente llamados socialistas.
En ese entorno sui generis es donde Mauricio Bares lleva a cabo su empresa. Tan bien va el asunto para todos, que en varios países hablan de su producto (decidí creer que es cierto todo lo que cuentan las leyendas). Hasta en Europa se habla de los escritores del lado oscuro de la luna compilados en los Lados B.
Ya no será de otra manera. No hay lugar para el romanticismo salvo el de consumo personal. No en un entorno en donde, sin esfuerzo y sin talento (de preferencia) se tienen más lectores de los que tuvo José Emilio Pacheco cuando se dio a conocer hace medio siglo. Las redes sociales son democráticas y ya Umberto Eco, antes de morir, dio su opinión al respecto.
Pero no sólo ahí. Chequen un ejemplo para que vean que incluso en el olimpo hay clases. ¿Conocen o han escuchado de David Duchovny? Fue el actor principal de una serie realmente buena: Californication. El tipo estudió un master en literatura y se puso a escribir una novela sobre una vaca, un puerco y un guajolote que huyen de sus tristes destinos. El paraíso de la vaca es en la India; el puerco y el guajolote la tienen más complicada: Obama indulta un pavo cada año: Uno. Los puercos son tan rendidores que se utiliza todo su ser para beneficio humano. Todo. Me recuerda un breve texto de Monsiváis que se titula: “El chivo que quería ser todo, menos expiatorio”.
Duchovny sólo quiere contar una historia y dice no querer sea un éxito porque se ha perdido ese romanticismo de hacer las cosas bien sólo por el placer de hacerlas bien: “Cuando empecé como actor –dice- había algo que se llamaba cine independiente. Ahora ya no, porque cualquier película independiente aspira al éxito. El único lugar en el que puedes programar un producto que no sea para todo el mundo, es en la televisión de pago. Amazon y Netflix no necesitan llegar a todos, sólo a algunos y pueden hacer buenos productos minoritarios”.
Cada quien tiene su noción de lo minoritario, pero David tiene razón.
Así veo el empeño de Mauricio Bares: poner en la vitrina a escritores que sólo quieren hacer literatura, que hacen de sus vidas una narrativa generacional que se repite siempre e invariablemente con pequeñas variaciones de lenguaje desde hace décadas y décadas y décadas. Son regionales, son universales y son leídos, porque no sólo los leen sus parejas, sus amigos, sus familiares. Uno los lee y siente esa esencia de realidades que sólo las mentiras pueden provocarnos. A estos escritores los leen más personas que a los escritores de culto de hace medio siglo. Están más relajados porque saben que el lado B es la vida real y porque –en eso confío- nada deben esperar ni del establishment, ni del mainstream, ni del lado A del acetato, ni de iTunes, ni del streaming, ni de Anagrama.
De verdad: por cada Ronaldo hay 756 mil jugadores talentosos regados por el mundo, en canchas sin futuro salvo el de jugar por placer (como Messi) pero en códigos postales, culturales, políticos y económicos dignos del lado B. Esto, señoras y señores, no es de justicia. Es de rendimiento, de capacidad, de azar, de relaciones o, como dijo John Lennon en una célebre entrevista hace muchísimos años: “para ser lo que éramos los Beatles, hay que ser unos hijos de la chingada… y nosotros lo éramos”.
De quienes están en esta mesa (y chance algunos entre el público) yo considero a Ramón Lara uno de los mejores escritores que deambulan por estas tierras (y ya coqueteó con Anagrama… pero le faltó un productor). Ramón es un sujeto discreto en su forma de ser escritor, pero un cabrón contundente en las páginas que pergeña; no conozco el trabajo de Tristana Landeros porque no tengo el Lado B femenino, pero si Mauricio la incluyó es suficiente recomendación.
El respetable Francisco Valenzuela “le entra a todo”. Lo considero el productor que muchos necesitan. Su perseverancia en eso que casi ya nadie procura como lo es una revista, y las parcelas que le abre a la discusión sobre cine en su programa de radio muestran de qué hablo. Falta que se inventen o se den (mejor lo primero) las circunstancias que procuren más espacios para desplegar eso que hace falta en esta zona del país: iniciativas realmente posibles.
Y está Salvador Munguía que ha logrado, con la materia de la cotidianeidad, unos artefactos literarios tristemente felices, con la cuota precisa de humor, de ironías salvadoras -valga la redundancia. Creo ya ni sabe cuándo lo que escribe es su vida mejorada y cuándo es sólo la manera que ha encontrado para sobrevivir a eso de ser licenciado, superar el haber sido “un diez nato” que pudo jugar en el Manchester United y recaló, como portero, en la escuadra de la carnicería Mayo en la categoría de veteranos. Así es la vida para la inmensa mayoría de quienes no les toca la gracia del azar… porque muchísimas cosas en nuestras viditas, ocurren de pura chiripa.
Cuando Salvador me invitó a participar en este evento me negué porque siempre he creído que quienes le dedicamos tiempo a la escritura somos unos abusivos… y vean, es hora que no termino.
No quise dejar pasar, en medio de tanto rollo prescindible de mi parte, el valor que yo le doy a esta empresa en la que Mauricio Bares se metió y que muchos le agradecemos. Ustedes, cuando lean a los George Harrison que les presenta esta antología constatarán, sencillamente, que hay vida luego de Juan Villoro… e incluso con él en el escenario del Bernabeu.
*Texto leído durante la presentación de Lados B en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce. Abril de 2016.