Sin lugar a dudas, la cinta más importante de la edición 21 del Tour de Cine Francés es del drama histórico Frantz (2016), largometraje número diecisiete en la cuenta del prolífico François Ozon. El filme formó parte de la selección oficial del Festival de Venecia, en donde se alzó con el premio a Mejor Actriz Joven, el cual se llevó a casa la alemana Paula Beer. Es justo mencionar que la obra no es lo más reciente que entrega el cineasta parisino, ya que hace unos meses se presentó en la cartelera francesa El amante doble (L’amant double, 2017), trabajo que generó comentarios encontrados tras su estreno en el Festival de Cannes.
Inspirada en la obra teatral El hombre que yo maté, publicada originalmente en 1925 por el dramaturgo francés Maurice Rostand (actualmente solo se puede conseguir en español en una vieja versión de la editorial argentina Siglo Veinte), la película nos sitúa en un pequeño pueblo de Alemania en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. En ese lugar, la joven Anna lleva diariamente flores a la tumba de Frantz, su prometido, quien murió durante el conflicto. La frecuente aparición de un joven francés frente al mismo sepulcro sumirá a la familia del muerto en un inicial desconcierto, además de provocar toda clase de especulaciones en torno al inusual interés del extraño visitante.
La obra ya había sido adaptada para el cine hace muchos años, por el director berlinés afincado en California Ernst Lubitsch, con el curioso título de Broken lullaby (1932), la cual estaba muy apegada al texto original. Ozon retomó algunas escenas de la primera versión e incluso decidió que debía presentar su filme en blanco y negro. Pero al mismo tiempo quiso tomar distancia del tono reconciliador del filme de Lubitsch, para enfocarse en la mentira en la que se ve atrapado el joven soldado francés, aunque adoptando el punto de vista de Anna, la novia germana.
Adrien, quien busca el perdón de la familia del soldado que mató durante la guerra, se asume inicialmente como el amigo íntimo de su víctima, llevando su actuación al límite cuando inicia una especie de tímido cortejo con la joven alemana. Pronto se ve atrapado entre la culpa y el deseo, sentimientos que se acentúan por su indecisión. En cambio, Anna aguanta estoicamente, sirviendo de soporte para los padres de su novio, pero resiente la partida de Adrien, lo que provoca su rompimiento emocional, cayendo en una profunda depresión debido a la mentira del misterioso joven extranjero.
Anna carga con el peso de un novio muerto, el cual representaba un futuro estable, acaso solamente conveniente, el cual se ve truncado por la tragedia, además debe sobrellevar la desilusión de un enamoramiento mal visto por el entorno social. Pero la protagonista sabe sacar provecho de dichas experiencias para incorporarlas como parte de su bagaje emocional, aceptando la mentira, la muerte y el amor no correspondido como parte de una realidad que duele, pero que se encuentra ahí afuera, esperándola cada vez que sale de su caparazón.
Frantz ofrece una notable construcción de personajes enmarcados en una impecable recreación de época, es también un filme hábilmente construido y bellamente filmado. Pero además, logra mantener el espíritu antibelicista de la obra de Rostand, sumando la mirada punzante y sensible de Ozon, uno de los directores más destacados de la actual cinematografía gala.