Por Anabelle Paulín Lara
“Mi padre tuvo cuatro hermanos, todos eran vidrieros, a mí me incluía en el trabajo de ellos. Mi primer trabajo consistió en romper vidrio con unos polines, para que luego él pudiera reponerlo. Así que el trabajo consistió en simplemente romper vidrios. Naturalmente que no teníamos protección, algo así como goggles por ejemplo. Durante las primeras dos o tres horas de estar rompiendo vidrios se me metió una astilla en el ojo. Mi padre la sacó. Tenía unas manos inmensas. Me dobló el párpado para atrás con el palito de un fósforo de madera (sus manos olían a puros y mugre) y me la quitó. La astilla se había incrustado en la parte blanca del ojo, y yo me estaba volviendo loco. Sin embargo, ésta fue la comunicación más cercana que tuve con mi padre, salvo cuando venía a la casa para hablar con mi madre de dinero (porque él tenía que pagarle la alimentación de la familia) o cuando iba de visita y me mostraba fotos extrañas, recortes de la revista Life, o Look, de periódicos como el Daily Mirror o The News (jamás del New York Times). Yo tenía como cinco años, y sabía que cuando me mostraba esas fotografías me insinuaba que él no era capaz de hacerlas, pero que si una parte de él pudiera, sería por mi conducto. Sin decirlo, yo lo miraba y sabía, que el sabía que yo podía”. – Joel-Peter Witkin.
Su origen: Nueva York; su tema: la vida vista a través de la muerte; sus personajes: partes y/o cadáveres, o personas con algún defecto físico; la controversia: la moral frente a la mortandad.
Witkin trabajó durante mucho tiempo como ayudante y técnico de otros fotógrafos, y como tal durante su servicio militar. Se formó como artista escultor en la Cooper Union School de Bellas Artes. La estrecha relación de la imagen fotográfica con la pintura lo acercó al trabajo de fotógrafos pictorialistas como O. G.Rejlander y J. M. Cameron, aunque indudablemente mucho de lo que ha marcado y distinguido su obra viene de diversos acontecimientos ocurridos durante su infancia e incluso de su familia y por supuesto de Giotto, su favorito. Recrea en algunas de sus imágenes ciertos panoramas bíblicos o pinturas famosas de época.
El proceso físico de la fotografía de Witkin incluye manchar o rayar el negativo y una técnica de impresión con las manos en los químicos, lo cual consigue sorprendentes resultados independientemente de las composiciones donde aborda el tema del otro, centrándose en los otros que llevamos dentro; los que no somos pero que podíamos haber sido (enanos, gente deforme), los otros que podemos ser en potencia, a través de metamorfosis de nuestro cuerpo, deseadas o no (transexuales, mutilados), o que vamos a ser tarde o temprano (cadáveres). Busca la belleza en todo ello, lo grotesco lo trata con compasión y respeto. A través de su trabajo intenta entender, mostrar o incluso hacer reflexionar a quienes se atrevan a observar, a quienes no se den la vuelta tras la primera foto y ahonden en los detalles. Porque eso sí, lo que retrata existe, está ahí, en alguna parte del mundo, aunque no nos queramos dar cuenta.
“Nacemos desnudos, en realidad deberíamos vivir desnudos -no lo digo literalmente, sino en términos de honestidad y franqueza-. He visto cientos de personas sobre las losas, y ocasionalmente veo una mujer que aún es hermosa – y eso es muy, muy impresionante. Tiene un impacto muy fuerte porque está uno mirando los restos de una vida humana, o la evidencia de lo que fue una vida”.
Por más de 20 años se han escrito muchas cosas sobre él, como que convive con su esposa y la amante de ésta formando un feliz triángulo, que fue fotógrafo en la guerra de Vietnam, o incluso que tiene un trauma desde que a los seis años presenció un accidente de coche y pasó rodando junto a él una cabeza cortada…. Sin embargo su particularidad va mucho más allá de lo que pueda o no decirse, pues su trabajo tiene mucho más que mostrar.
Siempre en blanco y negro, Witkin explora arduamente hasta encontrar el modelo y el entorno adecuados, incluso a través de anuncios en periódicos buscando todo tipo de freaks para posar en sus fotos, además de visitar infinidad de morgues hasta encontrar lo deseado para sus composiciones, creadas sin ningún tipo de manipulación digital; imágenes que lo han acusado de ser un hombre raro y traumatizado, lo que ha hecho que tome una postura defensiva cuando se presenta ante el público y éste cuestiona el origen a profundidad de su trabajo. Lo primero que deja claro es que no se aprovecha de los personajes, ya que su interés por ahondar la parte más profunda de aquellos a quienes retrata es su eje principal.
«Lo que hago es resultado de donde me ha llevado la vida, mi voluntad, mi vida espiritual y mi ilusión, y acepto la responsabilidad de hacer imágenes que expresen aquello que me interesa. Mi trabajo sobre todo es investigar la vida tal y como yo la percibo, con mi visión personal. Sin embargo ocurre que lo que hago parece muy oscuro, y puede serlo. Cada uno tiene sus dones y habilidades para afrontar la vida y yo tengo una especie de don extraño, que consiste en tratar con cosas que son oscuras pero que tienen un significado importante.»
Desagradable o no, la obra de Joel-Peter Witkin se torna particularmente necesaria en un mundo donde modelos sociales generalmente apuntan hacia una belleza estilizada, extrema, una vida exitosa, feliz y un largo etcétera donde esta otra parte (lo feo, por decirlo de alguna manera) no entra, queda de lado y resulta que el enfrentamiento a esta realidad poco atractiva, actualmente –en pleno siglo XXI-, continúa generando un grado de controversia y escándalo aún más desagradable que lo que pueda criticarse en la más fuerte de sus imágenes.
Joel-Peter Witkin, este ser oscuro, morboso, extraño y demás calificativos que le han sido otorgados, propone escarbar precisamente en todos estos prejuicios y estereotipos que forman parte de la sociedad contemporánea, con sus radicales ideas moralistas, ridículas posturas, innecesarios movimientos “rebeldes” y demás.