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Una ronda más: la celebración de la vida y el alcohol

Una ronda más

Se atribuye al psiquiatra noruego Finn Skårderud una curiosa teoría que sugiere que los seres humanos nacemos con un ligero déficit de alcohol en el organismo, el cual se debe suplir con un par de copitas al día.

El profesionista ha declarado una y otra vez que dicha afirmación fue sacada de contexto de un prefacio que escribió para una edición de Los efectos psicológicos del vino, de Edmondo de Amicis. Eso no debió tomarse – si se permite la expresión – de manera literal.

En la nueva película de Thomas Vinterberg, Una ronda más (Druk, 2020), un grupo de profesores daneses deciden llevar la teoría a la práctica. Lo hacen mediante un registro de las consecuencias que tiene en sus vidas rutinarias el consumo frecuente y constante de bebidas alcohólicas.

Aunque es un grupo de cuatro amigos, la atención se centra en Martin (Mads Mikkelsen). Se trata de un hombre de mediana edad que ha perdido la pasión por su trabajo y que vive atrapado en la rutina familiar. Tiene una esposa a la que casi no ve y un par de hijos adolescentes con los que apenas tiene comunicación.

Las cosas empiezan a cambiar cuando asiste a la celebración de cumpleaños de uno de sus compañeros de trabajo. Después de un par de copas, los amigos se desinhiben y recuperan por un momento el brillo de sus apagadas vidas. Son capaces de sonreír y sentirse libres, lo que les da una sensación de renovado optimismo.

En un primer momento, los docentes experimentan las consecuencias de una ingesta moderada de alcohol: un mejor desempeño en el aula y una mayor conexión familiar. Martin recupera el interés de sus alumnos y vuelve a llamar la atención de su esposa. Sin embargo, cuando los amigos deciden doblar la apuesta, la situación se sale de control: comienzan a aparecer botellas vacías en las instalaciones escolares, las reuniones de amigos se convierten en borracheras de antología y los matrimonios entran en crisis.

Con cámara en mano, Vinterberg sigue los pasos de su protagonista, quien pasa de una crisis emocional a la euforia momentánea y de paso nos recuerda, mediante una divertida sucesión de imágenes de archivo, algunos de los momentos más bochornosos de políticos europeos pasados de copas, encontramos ahí a Boris Yeltsin, Angela Merkel, Nicolas Sarkozy, Boris Johnson y Leonid Brezhnev.

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De hecho, el propio Martin recuerda en su clase de historia el evidente alcoholismo de Churchill, Grant, Roosevelt y Hemingway. Sugiere, con evidente parcialidad, la importancia del alcohol en algunos de los sucesos más importantes de la humanidad.

Dinamarca es el país de Europa Occidental que tiene la mayor tasa de consumo de alcohol entre adolescentes. La película abre justamente con una secuencia en donde jóvenes festejan y beben en exceso. Ida, la hija mayor de Vinterberg, fue quien en algún momento sugirió el tema a su padre. De hecho, Ida formaba parte del elenco hasta su trágica muerte en un accidente automovilístico (que cabe aclarar, no tuvo relación con el alcohol).

Podría pensarse que la tragedia personal del director le daría un tono más sombrío o didáctico a la película, pero no es el caso. Vinterberg nos muestra las diferentes caras del alcohol, pero no lo hace de una manera moralista ni sermonea acerca de su consumo. En cambio, se enfoca en un ser humano que atraviesa una etapa difícil de su vida y que encuentra un alivio momentáneo en el alcohol. Es una persona que ha caído y que intenta levantar cabeza. Su desenlace es incierto, pero no tiene empacho en sumarse a la celebración adolescente después de un funeral, en un baile eufórico y con una botella en la mano.

 

 

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