Desde que el Drácula de Bram Stoker hizo su aparición a finales del siglo XIX, han proliferado tanto la literatura de vampiros como las adaptaciones cinematográficas de estos seres malvados y seductores. Encontramos desde el Nosferatu (1921), de Friedrich W. Murnau, considerado un clásico del expresionismo alemán, hasta el ridículo triángulo amoroso de la saga Crepúsculo, de Stephenie Meyer.
El tema se ha explotado hasta el cansancio, tanto que en la actualidad parece imposible que pueda surgir algo que no se haya visto previamente. Afortunadamente, de cuando en cuando han aparecido algunas miradas refrescantes, como el falso documental de los neozelandeses Jemaine Clement y Taika Waititi, Lo que hacemos en las sombras (What we do in the shadows, 2014), o la adaptación que hizo el sueco Tomas Alfredson de Déjame entrar (Lat den ratte komma in, 2008), la estupenda novela de John Ajvide Lindqvist.
El largometraje debut de Ariane Louis-Seize, Vampira humanista busca suicida (Vampire humaniste cherche suicidaire consentant, 2023), se suma a esta breve lista que busca renovar el panorama del subgénero. Con un guion original y un estilo desenfadado, la cineasta canadiense aborda la vida de Sasha, una joven vampira quebequense sensible al dolor humano y por lo tanto incapaz de conseguir su propio alimento, que como se puede esperar, no es otra cosa que sangre humana.
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Dicha sensibilidad tiene su antecedente en una celebración de cumpleaños, en donde la pequeña Sasha (interpretada por la joven actriz Sara Montpetit), es testigo de la manera en que su familia devora a un payaso contratado para amenizar el evento. Las consecuencias se reflejan años más tarde, la vampira adolescente es tímida y compasiva, sus colmillos no crecen y debe alimentarse a través de bolsas de sangre o sachets, como si fueran los jugos que se llevan los niños a la escuela. Esta blandura, inusual en un clan de vampiros, lleva a una abierta división de su familia.
La adolescencia es una época de determinaciones y los padres la obligan a mudarse con su despiadada prima, en un intento de favorecer su independencia. En el camino conoce a Paul, un joven suicida que es víctima de todas las clases de acoso posibles. Un joven que quiere morir, un golpe fortuito y una mancha de sangre son suficientes para lograr el inesperado surgimiento de los colmillos de Sasha, lo que puede interpretarse como una analogía del despertar sexual de la joven.
Llegados a este punto todo parece encajar, un joven quiere morir y una vampira adolescente debe alimentarse para cumplir con las necesidades de su especie. Pero el ardor juvenil todavía tendrá la última palabra en las gélidas noches de Quebec.
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Para contar la historia de su protagonista, la cineasta canadiense conserva los elementos clásicos del género: las salidas nocturnas, la incapacidad de alimentarse como los humanos y su fuerza desmedida, la elevada longevidad de los vampiros así como su capacidad de convertir a otros. Pero aunque sigue las pautas trazadas con anterioridad, Louis-Seize encuentra un espacio para relatarnos una historia que no es necesariamente original, pero que tiene el mérito de ser francamente divertida.
Tal vez se pueda reclamar a la distribuidora Tulip Pictures por haberse tardado tanto en traer esta pequeña joya a la cartelera local (le película se estrenó desde mediados del año pasado en Canadá y Estados Unidos), además de que en buena parte de las salas se exhibe la versión con doblaje. Pero la espera valió la pena, es un ejemplo de cine bien hecho y sin pretensiones. Y al final, mientras pasan los créditos con la última gota de sangre rodando al sachet, es imposible sacarse la cabeza el estribillo de la extravagante Drácula Ye Ye, del comediante español Andrés Pajares.