Por José Agustín Solórzano
Y que llega con su saquito gris y su blusa roja de seda y que me dice que cómo he estado, que perdón pero que había tenido otras cosas que hacer y no había podido pasar a verme, pero que esperaba que yo no estuviera para nada molesto, eso le dolería muchísimo, porque me quería, de verdad me quería, y que se pasa y se sienta al lado de la cama con su carita viendo a la ventana, ya viene el tiempo de lluvias que me dice y yo nada, a qué has venido, no creas que es tan fácil entrar como si nada y sentarte como si nada en mi buró y esperar tan sólo que te bese. Y que la beso, y ella me besa y siento sus dedos en mi cuello, en mi nuca, jugando con mi cabello y la humedad de su saliva hirviendo en mi saliva caliente y ese olorcito amargo que siempre me deja respirar mientras con sus ojos cerrados me besa. Laura, que le digo, vete, no me gusta tener que jugar a esto cada vez que te da la gana volver; no me mira, el sol opaca el brillo de sus ojos (¿verdes?) no es que no te quiera, te quiero mucho, pero yo soy así, no me gusta estar amarrada a nadie, esa es la diferencia, que le digo, que mientras tú sólo me quieres yo te amo, cosa que no entiendes, que enciende un cigarro, claro que lo entiendo, pero eso no me obliga a nada, no me obliga a venir aquí cada tres días, o darte mi nueva dirección y esperar a que vayas por mí cada tarde al trabajo, si tuviera trabajo claro, entiéndeme Joaquín, las cosas no son como tú quieres, pero me gustaría estar contigo a veces. Que no lo entiendes, le digo, que yo aquí como un pendejo creyendo que piensas en mí, que me extrañas y tú bailando, aceptándole tragos a cualquier extraño, que no es así Joa, que sí es Laura. Que me acerco, le tomo la mano, la miro, sus ojos (¿azules?) me regresan mi cara de imbécil, si pudieras ver dentro de mi corazón Laura, quizás así pudieras entenderme, saber que si te perdono una y otra vez es porque te necesito, que fuma, silencio, que se ríe, mira güey yo no vine aquí a oírte llorar y hacer berrinches, mucho menos a que me perdones, que me perdones, de qué cabrón, yo soy libre, que yo recuerde nunca me comprometí contigo, si estoy aquí es porque me gustas, no entiendes, porque también de cierta manera te quiero, porque me gusta acabar de hacer el amor y que me enciendas el cigarro, que me leas uno de tus poemas maricones esos, que me abraces, que me vuelvas a pedir que seamos novios y volverte a decir que no, tú eres el que no entiendes Joaquín, tú eres. Y que la beso, que me avienta, su boca hace una mueca que parece una sonrisa perversa, rápidamente se despoja de su saco gris, yo me abalanzo como fiera sobre ella, de nuevo me esquiva, que se desabrocha lentamente los botones de su blusa de seda, yo que no sé qué hacer, si lanzarme de nuevo, arrancarle la maldita blusa, esquivar sus brazos que me impedirán llegar hasta su cuerpo, poseerla, si es necesario a fuerza de rasguños y besos, pero mientras yo pienso esto ella ya desabrocha su sostén y vuelve a mirarme, me dice ¿me ayudas? Y yo coloco mi rodilla sobre la cama mientras ella de espaldas se levanta el cabello, le doy un beso antes de abrir el broche y luego bajo lentamente cada uno de los listones que se sostienen en sus hombros, ella ríe bajito, como un chillido breve apenas, su cuello, esos vellos casi transparentes, mi aliento como humedeciéndole la espalda, y que cae, sus pechos desnudos apretados contra mi cama, la tengo ahí, así, y que le separo las piernas, que le levanto la falda, algo escucho que me dice, pero ya no me importa, ella sobre las sábanas, yo sobre su piel. Adentro todo es agua, líquido tibio, dulce humedad, pequeños rugidos, pequeños te quiero saliendo de su boca mientras yo adentro de ella permanezco en silencio.
Y que le digo ¿Laura quieres ser mi novia? Todavía la miro un rato fumar hasta que sus ojos (¿grises?) se clavan en los míos, no me chingues Joaquín, que me dice.