El pasado fin de semana se presentaron Los Macuanos en Morelia. Aunque su arribo causó expectativa entre algunos fans, el show tuvo una duración muy breve. Aquí la crónica:
Por Francisco Valenzuela
Llegué diciendo que era de prensa; ya saben, la costumbre de no pagar aunque se trate de 35 miserables pesos. El de la puerta batallaba porque no tenía cambio y se hacía bolas con las cuentas de un par de chavalas que me antecedían. Para abrumarlo más, malo que soy, le dije que buscara mi nombre en la lista de medios, y al mismo tiempo una chamaca más le preguntaba: ¿puedo salir? ¿me pondrás un sello en la mano? ¿o me darás un boleto? Y las del cambio: “Nos sobran 30, te dimos 100, ¿cómo que no tienes?” Y yo: “Me llamo fulano, anda, busca esa maldita lista”.
No había nada de lista, no había nada de cambio y no había nada de sellos. Así que cada quien se las arregló como pudo y yo me pasé sin mayor problema. Eché un vistazo general y me encontré a varios rostros conocidos: rostros desagradables de amigos que jamás he visto en el día, hombrecillos nocturnos a quienes, además, nunca he visto sobrios. También encontré a algunas mujeres, hermosas todas ellas, porque la mujer no conoce de fealdad.
Pedí una cerveza XX Laguer pero estaba tibia, y entonces la cambié por una Tecate Light, un poco más fría, justo para ese saloncito que ya ardía como una maldita sala del infierno. En ese momento conversé con Sunya, una de las mujeres bellas que se dieron cita al bar, el Cactux creo que se llama.
Sunya me contó una historia hilarante: una vez fue a Guadalajara y se enteró que una banda muy buena (ella dice que es muy buena y me dijo el nombre, pero ahora no lo recuerdo) tocaría esa noche y que el evento sería gratuito. Acudió con una acompañante, pero el lugar era tan pequeño y con tanta gente, que poco a poco el techo fue absorbiendo los sudores de los parroquianos, hasta formar una espesa capa, una nube de sudores que provocó un chipi chipi, de tal forma que las gotas gordas de sudor empezaron a caer sobre la gente, y en una de esas cayeron sobre el teclado de la banda que Sunya dice que es muy buena. La banda que es muy buena, me dijo Sunya, se encabronó por la lluvia de sudores y dejó de tocar muy pronto. Pero además estaba tocando feo, me dijo Sunya, y entonces ya no le creí que se tratara de una banda tan buena.
Mientras platicábamos y bebíamos cervezas light, en el escenario no había nadie tocando, solo se escapaban rolas electrosas, un poco fresas, de esas que uno escucha en las fiestas de sus amigos hipsters, indies y fresas. ¿Pues que no iba a haber electrocumbias?, me preguntó Sunya, Pues eso dijeron, pero quizá nos hayan tomado el pelo, contesté.
Al rato unos tipos vestidos de negro subieron al pequeño escenario, prendieron sus computadoras y probaron el sonido, pero solo había interferencias. A mí me gusta eso, que haya ruidos así, fallas de audio, me dijo Sunya. Comencé a pensar que Sunya estaba borracha, pero claro, no le dije nada y mejor le invité una cerveza.
Librados los obstáculos del audio, por fin apareció la banda estelar de la noche: Los Macuanos, oriundos de Tijuana, esa ciudad que antes era el barrio más hardcore de México, pero que ahora es un paraíso comparado con La Ruana, Apatzingán o Tomatlán.
Para nuestra sorpresa, los macuarros (digo, Macuanos) iniciaron con un set un poco industrial y oscuro, ochenteroso, pero poco a poco le metieron su principal sello: el ritmo tribalero, con lo cual lograron que los asistentes se olvidaran de poses punketas y se pusieran a bailar como sucede en los videos de 3BALL MTY y el Pelón del Microphone. Nadie llevaba botas picudas pero todos querían tenerlas, incluso mis amigos los hombrecillos nocturnos, que se dicen bien metaleros o bien noise, pero muy a gusto que bailaban los muy tribaleros de closet.
Ya un poco ebrio, saludé a otro amigo, Felipe, quien me hizo notar algo muy chistoso: detrás de mí estaba una mujer de escasa estatura y bastantes kilos; pero eso no importaba, lo chistoso era su atuendo: parecía una monja, una monja fugada de su convento. “Es la monja enana”, dijo Felipe, “Es la monja enana y tribalera”, añadí. El siguiente comentario de Felipe fue: “Joder, esos macuanos ya se fueron”, y efectivamente, luego de unos 20 minutos los de Tijuana ya se habían largado. Eso sí, dejaron puesto un playlist que mantuvo alegres a los tribaleros de closet.
Que una banda venga desde la frontera a tocar 20 minutos es una mala pasada, un pequeñillo fraude de 35 pesos, pero eso poco nos importó a quienes bebíamos cervezas light y ensayábamos ridículos pasos tribaleros.
Como si nos viéramos tan bien.