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Yo soy la felicidad de este mundo

Para cerrar un mal día para la sección de largometrajes en competencia, se proyectó la cuarta película (si no contamos los mediometrajes del 2000), de Julián Hernández, Yo soy la felicidad de este mundo.

La cinta ya tuvo distribución internacional gracias al reconocimiento del que goza el director en algunos circuitos europeos, incluso está disponible en tiendas online de Estados Unidos desde hace algunos meses.

Después del fracaso comercial que supuso Rabioso sol, rabioso cielo (2009), filme larguísimo y ambicioso con el que ganó por segunda vez el Teddy, premio que otorga el Festival de Berlín a trabajos que resalten temáticas homosexuales, Julián Hernández pensó que era momento de trabajar de manera diferente.

Fue por ello, que para su más reciente producción decidió involucrar a otra persona en la elaboración del guion, esto con la intención de agregar ideas nuevas: “En mis películas anteriores los personajes buscan satisfacer una necesidad ancestral de sentirse completos… aquí muestro la búsqueda del amor y las cosas en las que cree el protagonista”, dijo en su charla con la prensa.

Los personajes centrales de Yo soy la felicidad de este mundo son Emiliano, un joven director de cine a quien le resulta muy complicado establecer relaciones (¿acaso un rasgo autobiográfico?), y Octavio, un joven bailarín quien es seducido por la fama y la fuerte personalidad de su experimentado amante. A lo largo del metraje vemos la manera en que cada uno de ellos asume su rol en la desigual relación.

La cinta retoma los elementos característicos del cine de Hernández, entre ellos un destacado trabajo estético, en el que el movimiento de la cámara, el manejo de colores y hasta la utilización de las prendas que utilizan los actores, elementos que son parte importante de una narrativa que se basa poco en los diálogos y mucho en la imagen.

Por alguna razón que no quedó muy clara, Hernández decidió insertar a medio metraje un corto que había filmado previamente, en él, tres personajes se envuelven en un coreografiado ménage à trois, como una especie de danza sexual que resulta apenas tolerable por la presencia de la actriz Andrea Portal.

Evidentemente la obra de Hernández tiene puntos rescatables, entre ellos su gran trabajo visual. Es evidente que el director ya tiene una base, si no muy amplia sí al menos sólida de seguidores, sobre todo en aquellos que comparten su obsesión por la búsqueda del amor entre personajes homosexuales, motivo por el cual muchas veces se le ha etiquetado y relegado a la categoría de “cine gay”.

Pero aquellos que no compartan la visión de Hernández se encontrarán con una película lenta y tediosa, ideal para dormir un par de horas como lo hicieron algunos trasnochados asistentes a la función de prensa.

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