Por Adrián González Camargo
Érase un país que tenía ciudadanos que creían que su ciudad capital era igual al resto y que el resto opinaba distinto que su ciudad capital. Érase un país que convocaba miles de personas a las calles para protestar contra un candidato, o que convocaba miles de maestros a las calles para exigir que no fuera evaluados conforme a ellos les parecía, o que convocaba a miles de despedidos para exigir «justicia sindical», pero que no era capaz de convocar a miles de ciudadanos a las calles a protestar por la muerte de 40 niños. Érase un país con casi total acceso a televisión abierta y 6,9% de la población analfabeta.
Érase un país cuyo 6% de la población era hablante de una lengua indígena, pero cuyo 90% de la población los ignoraba. Érase un país donde la tortilla de maíz era el producto de mayor consumo en sus hogares pero que no sabía dónde o por quién había sido sembrado. Érase un país que seguía religiosamente las instrucciones: reflexionar y «guardarse» antes de sufragar, como si fueran Jueves y Viernes Santos. Érase un país en donde la gente despertaba a las 4 de la madrugada, a las 5 y algunos iban al campo, otros a un salón de clases con otros 100 que no tenían butaca, donde otros a viajar 4 horas en un autobús urbano o caminar 4 horas para ir a la escuela primaria.
Érase un país que olvidaba casi todo y que cuando olvidaba exclamaba algo, musitaba, comentaba entre dientes y luego volvía a olvidar. Érase un país donde el 78% de la población vivía en zonas urbanas. Érase un país que necesitaba años para recorrerse. Érase un país que tenía su futuro agroalimentario secuestrado por una patente. Érase un país que solamente sabía cantar el Himno Nacional como himno de resistencia pero que desconocía el significado de «bridón» o creía que «Más, si osare» se leía junto: Masiosare. O que Baja California se leía Bajacalifornia. Érase un país que creía saber de dónde venía su nombre, pero que no sabía de dónde venían sus raíces. Érase un país que de tan grande no significaba lo mismo «culichi» en todas partes, «escuincle», «plebe» o «cocho», entre tantas.
Érase un país que tenía ciudades y negocios donde la moneda no era el peso. Érase un país en donde al azar se preguntó la diferencia entre Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial y sus habitantes no siempre respondían con certeza. Érase un país que no sabía exigir pero que criticaba ferozmente al que exigía. Érase un país cuya población ignoraba las leyes pero cuyos partidos políticos estaban llenos de abogados. Érase un país cuya iniciativa privada le vendía más caro al gobierno, a pesar de que el gobierno es sostenido en gran parte por los impuestos de los ciudadanos. Érase un país cuyo pueblo acostumbraba pedir perdón antes de razonar si tenía la culpa y que decía «gracias» a aquellos que cumplían con sus obligaciones como si agradecieran un favor. Érase un país creativo en burlarse pero nada más. Érase un país al que se le facilitaba más decir «qué pudimos hacer» antes que decir «¿qué hacemos?». Érase un país donde las personas después de llegar a un acuerdo se decían entre sí: «- ¿Seguro? – Sí, sí, segurísimo.» pero en realidad no era tan seguro.
Érase un país donde su gente prefería evitar o dar la vuelta antes de decir «no». Érase un país flexible con la medición del tiempo según los «ratos» o «ratitos» pero rigurosísimo con el «buenas tardes» apenas fueran las 12:00 hrs. Érase un país que amaba a su madre pero se amamantaba de su padre. Érase un país donde alguien en se subía a un coche y olvidaba que había sido peatón, donde alguien se hacía rico y olvidaba que había sido pobre. Érase un país que no entendía por completo la palabra «soberanía», pero que defendía los símbolos patrios dogmáticamente. Érase un país que apenas despertaba cada 6 años. Érase un país donde los traidores nunca fueron castigados.
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