Por Omar Arriaga y Gonzalo Trinidad
Uno esperaría recibir un golpe. Una emoción con la claridad con que un verdugo ejecuta a una persona. Los cortometrajes, como los cuentos, exigen pura concentración narrativa. Desde luego el cine hará uso de sus propias fuerzas para lograr el efecto deseado. En el FICM se le ha dado impulso al cortometraje mexicano de ficción, algunos mejores que otros, pero se agradece la proyección de este género fílmico que requiere no sólo astucia y garra para narrar las historias, sino también sensibilidad para conectar al espectador con el alma de los personajes.
Programa 5
Blackout
Un diálogo en blanco y negro entre dos botargas que se quedaron solas dentro de un parque de diversiones, es el tópico del más llamativo de los cortometrajes mexicanos presentados en el programa 5 dentro del FICM, intitulado Blackout capítulo 4 “Una llama a Neverland”, de Manuel Camacho Bustillo, director y guionista, quien le ha dado un giro interesante a la competencia de cortometrajes. Blackout es una historia mordaz. De humor negro. De atmósfera genialmente lograda por la fotografía a cargo de Javier Zarco.
Se postula como uno de los mejores cortometrajes del festival, después de haber obtenido una mención honorífica en el Festival de Huesca, España en este mismo año. El escenario es una feria donde la historia se desarrolla en apenas quince minutos. Su sencillez y los diálogos bien logrados sumergen al espectador en la historia. En ella se entrevé el conflicto humano: la lucha por ganarse el derecho a portar la botarga del personaje principal de la feria. Y todo comienza a partir de un evento inesperado, un apagón. De ahí el título de la película, en inglés. Una metáfora de la vida, donde para los que van el camino sube y para los que vienen, baja, parafraseando al autor de Pedro Páramo, pero sin botargas.
Luego de quedarse frente al espejo durante algunos minutos para contemplarse con el traje de caballo que al día siguiente tendrá que entregar a su verdadero portador, ya que él sólo es un sustituto que los otros días trabaja vendiendo palomitas de maíz, el personaje principal, interpretado por Bruno Bichir, se da cuenta por un súbito apagón de que se ha quedado solo en el parque de diversiones, o al menos eso cree, hasta que se encuentra con otras de las botargas del espectáculo, un hombre vestido de ratón supradesarrollado, quien le hace reflexionar (semejante a las obras de Franz Kafka) de que hay muchos escalones todavía hacia arriba en la senda del éxito botarguil.
Los dos personajes, Beto y Enrique, quienes portan la botarga, se sientan a platicar. Unos sobre el pasado glorioso en que portó la botarga con quien todos quieren fotografiares. Y el otro, un joven que aspira algún día ser digno portador de ella. Y en medio de las risas uno se pregunta si acaso todos dejamos ir la vida en aspiraciones mediocres, ya sean botargas o puestos ejecutivos. Una critica al éxito. Este cortometraje parece parte de un trabajo más amplio. Una serie de cortos cuyo eje conductor son las situaciones que desencadenan los apagones.
El palacio de las flores
Regina García Solórzano, directora y guionista de este cortometraje, presenta una historia sencilla. Nada de parafernalia. El engaño y la traición es el tema de su filme. Con diálogos acertados se desarrolla en doce minutos la historia. Me gusta pensar en los cortos extra como cuentos. Y este sale bien librado del trance de transmitir una emoción al espectador.
Con tomas que favorecen la narración, se logra ubicar al espectador en el conflicto de una mujer que descubre que su pareja lo engaña. La historia de una infidelidad poco ortodoxa con interesantes elementos narrativos y ritmo impecable, además de un desenlace inesperado cuando el espectador ya intuye otro.
El único detalle que quizá pueda encontrarse en esta realización es que hacia la conclusión las actuaciones del matrimonio que protagoniza la historia no acaban por transmitir la tensión emotiva que una situación tal debería. Sin embargo, se trata de un corto de alta calidad.
El fin de la existencia de las cosas
Con una fotografía bien plasmada e influencia de la Nouvelle vague, lo que quizá sea demasiado vago, El fin de la existencia de las cosas, de Dalia Huerta Cano, es una propuesta estéticamente agradable que propende hacia la poesía y evoca aquellos parlamente de películas de Alain Resnais; no obstante, el tratamiento del tema, el desamor, la desesperanza, la melancolía tras la ruptura con la pareja, parece un tanto excesivo para lo que ocurre en la pantalla. A riesgo de sonar incorrecto, es como si a la voz narrativa le hubiera asesinado a la familia entera en un campo de concentración en Auschwitz. Es decir, no hay verosimilitud: es una pérdida amorosa, no un bombazo en Hiroshima, mon amour.
El último velo
Luis David Palomino Benítez, director y guionista, presenta la historia de Citlali. Una mujer que a lo largo de un día se enfrenta a la ciudad. Y a un padecimiento oculto que la enfrenta con su existencia. El filme plantea de manera inteligente una serie de conflictos que ayudan a darle hondura a la historia y al personaje.
El nudo está en la esperanza de una cura que no llegará. No importa cuanto rece o a cuentos curanderos visite. Sabe que al final su condición es irrevocable. Por fortuna se cuenta la historia sin tratar de abarcar demasiado. Lo cual siempre echa a perder lo que de otra forma sería un buen corto.
Hora cero
No fue una realización tan interesante Hora cero, de Dan Carrillo, con guión de Guillermo Arriaga y Jaime Camil como protagonista, el cual queda a deber, tanto por actuaciones como por ritmo narrativo; aunque hay que decirlo, parece contar con una buena producción.
Avenida progreso
Avenida progreso, de Mauricio Guillén, que dura 20 minutos, es un corto experimental basado en la premisa de que cualquier creación que busque un efecto no vale la pena de ser, por lo cual no hay historia clara, pareciéndole a varios de los espectadores, a juzgar por su reacción, un trabajo con diálogos desconcertantes y sin ilación evidente, si bien, con buena fotografía.
Este programa se repetirá el viernes 25 de octubre a las 18:15 hrs. en función gratuita en la Casa Natal de Morelos.
Programa 3
Aningaaq
Jonás Cuarón, director y guionista de este cortometraje, nos presenta la historia Aningaaq. El esquimal con quien la doctora Ryan Stone conversa por unos minutos. Y esto me recuerda aquello que Hemingway decía sobre que las historias son como icebergs.
Bueno, este corto extraje es parte del iceberg de Gravedad. Si el largometraje es pura emoción e instinto de supervivencia, el corto es el otro lado de la moneda. El esquimal charla por una radio, el paisaje es gélido y blanco. La vos de Ryan Stone suena distorsionada mientras piensa que su vida ha llegado al final.
Una confusión respecto a los nombres. El lenguaje siempre será una barrera. Ella inglés y el groenlandés. Y entonces los perros ladran. Aúllan. Y este lenguaje si es universal. Aningaaq y Ryan aúllan como lobos. Y ambos sienten su dolor, su soledad. El esquimal sabe que tiene que sacrificar a uno de sus perros. De nuevo viene a mi mente Jack London.
El cortometraje penetra en el dolor de la existencia de otra forma. Completa los sentimientos que produce el vacío que nos produjo Gravedad. Se corta la comunicación ya la historia de otro giro. No podía ser de otra forma.
Inframundo
La directora y guionista Ana María Ramos contó con la participación de Juan Manuel Barreda en guión. En apenas diez minutos se concentra el filme en aquella vieja sentencia que dicta: quien a hierro mata a hierro muere.
Comienza el viaje dentro de la impiedad del hombre. Como fondo un gran paisaje agreste, desierto como el alma de los personajes. La fotografía ha sido pensada y ejecutada de forma que cada detalle contribuye a la tensión del relato.
Una historia breve en medio de la sierra. Un moribundo pide piedad. Más de un vez; pero recibe todo lo contrario. Esto debe ocurrir a lo largo y ancho del país. Y en el mundo. Y en donde sea que habiten los humanos.
A pesar de estar bien logrado, el corto deja una sensación de vacío. Si hubiéramos podido entrever un poco más dentro del alma del personaje principal. Saber por qué no hay un ápice de piedad en él. Eso le habría dado a la historia un giro interesante.
Hermanas
Este cortometraje de la directora y guionista Cristina Kotz Cornejo es un ejemplo claro de una buena historia que se desparrama. Y que al final nos deja a todos con un sentimiento de decepción.
El argumento es simple y poderoso. Un par de hermanas que tienen que dejar su hogar al día siguiente. El problema es que su gato no se puede mudar a la nueva casa. A partir de ese momento queda planteado el conflicto.
Lamentablemente la historia se desvía más de un vez. Y lo que pudo haber sido una gran historia deja más de un cabo suelto. Aparecen en los quince minutos de corto dos elementos que debilitan la historia, la enfermedad de la hermana y un novio que no termina de acomodarse en la trama. Todo esto lleva a un final maniqueo.
Aun así, el ímpetu por contar una historia es de reconocerse. El arrojo que esto requiere. Después de todo, todas las historias pueden ser contadas una vez más.
Más allá de cortos documentales, de animación y cortos en general, en posteriores ediciones del FICM quizá fuera interesante dividir los programas de cortometraje por género, o al menos por temática, ya que por momentos no parece lograrse una coherencia entre las distintas realizaciones presentadas.