“A cada solución, su problema”, esta es la frase que define al protagonista de lo más reciente de Michel Gondry, El libro de las soluciones (Le livre des solutions, 2023), su noveno largometraje de ficción. La cinta tuvo su estreno formal en Cannes (fuera de competencia) y llegó hace apenas unos días a la cartelera comercial de su país. Mientras que a México llega como parte del 27 Tour de Cine Francés, la primera vez que Gondry que forma parte de esta muestra.
El cineasta nacido en Versalles es conocido por dirigir algunos de los mejores videoclips de Björk, The White Stripes, Radiohead, The Rolling Stones y Foo Fighters. Forma parte junto a Spike Jonze, Jonathan Glazer y David Fincher de un grupo de directores que a finales de los años noventa hicieron una transición exitosa de los videos musicales al cine.
En este rubro, su película más conocida es la extraordinaria Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal sunshine of the spotless mind, 2004), con un guion de Charlie Kaufman, aunque también es muy recomendable la hilarante Rebobine, por favor (Be kind rewind, 2008), en donde un par de amigos intentan recrear las películas que contenían cientos de cartuchos VHS borrados por accidente.
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El cine de Gondry se caracteriza por la abundancia de efectos visuales y animaciones, además de ciertos guiños al humor procaz, es común que algunas de sus películas sean calificadas como difíciles de digerir. Un claro ejemplo de ello fue cuando hizo la adaptación en 2013 de la novela de Boris Vian, La espuma de los días, en donde podemos encontrar lo mejor y lo peor del cineasta francés, una obra visualmente impactante pero que da la impresión de que no va a ninguna parte.
La frialdad con la que fue recibida la producción, así como la desproporcionada reacción del director a las críticas, sirvieron de inspiración para su más reciente película. En ella, el cineasta Marc Becker (un animoso Pierre Niney), decide huir con el material inacabado de su nuevo filme cuando los productores lo tachan de incomprensible y poco colorido. Mientras los productores tratan de recuperar el metraje, Marc se refugia en la casa de su tía en una apartada región del sur de Francia, junto con su personal de confianza: su asistente Sylvia y la editora Charlotte.
Justo al llegar a la casa (la locación es el domicilio real en donde habita la tía del cineasta), vemos como el protagonista arroja todos sus medicamentos al retrete. ¿Depresión, ansiedad, trastorno bipolar?, no importa demasiado, el estado mental de su personaje es solo una excusa para que Gondry haga un despliegue, si bien mucho más contenido que en otras ocasiones, de su peculiar artificio visual.
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Conforme avanzan los días, la imposibilidad de Marc para enfrentarse a su propia obra se transforma en una negación rotunda a mirarla. El cineasta decide enfrascarse en una suerte de proyectos insustanciales simplemente para mantenerse alejado de la sala de edición. Disperso, dependiente y tiránico, solamente logra concretar dos ideas destinadas al filme y que conciernen a la banda sonora: el sorprendente registro de una orquesta con la que juega a la improvisación y la no menos asombrosa aparición de Sting, el legendario bajista de la banda británica The Police.
El libro al que hace referencia el título, es un cuaderno en blanco que el protagonista va llenando conforme avanza el metraje con una serie de máximas contradictorias, consejos y autoafirmaciones, que supuestamente darán un impulso a su creación artística. ¿Acaso Gondry elaboró su propio libro de las soluciones? Es muy posible, después de adaptar la obra de Boris Vian, le fue diagnosticado trastorno bipolar.
Con abundante humor y sin faltar algunos apuntes típicos de Gondry, la cinta resulta sumamente entretenida. Al final, cuando las cosas parecen marchar bien para el protagonista (se queda con la chica, retoma su tratamiento médico y además incursiona en la paternidad), las cosas se tuercen de nuevo, quizás un reflejo de lo que vivió el cineasta francés después de la premier de La espuma de los días (L’écume des jours, 2013), con el director hundido bajo tierra, más allá de la butaca que ocupaba en la sala de cine.