Cédric Klapisch es con mucho el cineasta con más apariciones en el Tour de Cine Francés. Desde las primeras ediciones del Tour, pudimos ver sus películas Un aire de familia (Un air de famille, 1996), al igual que Y Chloé perdió su gato (Chacun cherche son chat, 1996). El trabajo de Klapisch suele ser accesible sin ser simple, tal vez por eso sea uno de los realizadores franceses que llegan más frecuentemente a las carteleras internacionales.
Los colores del tiempo (La venue de l’avenir, 2025), cuenta la historia de una familia a partir de Adèle, una mujer que creció en Normandía a finales del siglo XIX. Si bien ella fue criada en la campiña francesa tuvo una revelación personal durante un viaje al París de la época. Décadas después, los descendientes de Adèle deben volver a la casa familiar, ahora en ruinas, para decidir lo que harán con la propiedad y al mismo tiempo descubrirse a sí mismos.
Tras la muerte de su abuela, Adèle (Suzanne Lindon, hija de dos conocidos actores franceses) decide marcharse a París en busca de su madre. En el camino conoce a dos jóvenes aspirantes a artistas, un pintor y un fotógrafo. Después de un reencuentro decepcionante con su madre, la joven estrecha lazos con sus dos nuevos amigos, con quienes descubre todo un mundo de posibilidades ante la llegada del nuevo siglo. Al final, conseguirá no solo reconciliarse con su madre, sino también adquirir seguridad y definir su futuro.
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La contraparte está integrada por cuatro descendientes de aquella mujer. Un apicultor liberal, un maestro de secundaria a punto de jubilarse, una ejecutiva con una vida amorosa que linda con el desastre y un joven creador de contenido para las redes sociales que está buscando su lugar en la vida. Todos ellos son designados para explorar el legado familiar en una casa que ha estado abandonada durante décadas, sin saber que encontrarán algo más de lo que buscan.
El guion firmado por el propio Klapisch y Santiago Amigorena, su colaborador habitual, se mueve entre épocas, logrando hábiles transiciones para pasar de la época actual al París de 1895. La elección del momento no es casualidad, a finales del siglo XIX, llegarán a esa región del mundo las calles iluminadas con energía eléctrica y hará su aparición el cinematógrafo. Una época de transformaciones que vivirá su momento de gloria antes del desastre de la Primera Guerra Mundial.
La cinta comienza con la grabación de un video para redes sociales en el Museo de l’Orangerie de París, casa de los famosos Nenúfares de Claude Monet, un lugar considerado por muchos como “la Capilla Sixtina del Impresionismo”. Monet y su obra aparecerán de tanto en tanto a lo largo del metraje, sugiriendo un vínculo ficticio con los personajes del filme.
Con tantos personajes, con dos historias paralelas en distintas épocas, el montaje debió ser sumamente complicado. Sin embargo, Cédric Klapisch ya había trabajado previamente con narrativas corales, la más destacada de ellas fue París (2008), que en su momento formó también parte del Tour.
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Pero además de ser la historia de una persona y de los integrantes de una familia que deciden mirar atrás para encontrar un vínculo con su presente, es también una película sobre el tiempo, con el que el cineasta francés juega a lo largo del metraje, acelerándolo durante una charla de café o ralentizándolo durante las ensoñaciones producidas por una sesión de ayahuasca. Y así, con el tiempo a favor, los protagonistas encuentran en su pasado un encuentro histórico y una ascendencia pomposamente célebre.