Por Armando Casimiro Guzmán
En el tándem de películas presentadas en el quinto día de actividades de la sección de largometrajes mexicanos en competencia, se programó González (2014), ópera prima del cineasta chileno afincado en México Christian Díaz Pardo, quien en conjunto con su equipo de trabajo la terminaron en tiempo récord, justo para estrenarla en el FICM (recordemos que fue la última de las cintas agregadas a la categoría).
Con guión de Fernando del Razo y del propio Díaz Pardo, quienes se inspiraron en una anécdota de sus años de estudiantes en el Centro de Capacitación Cinematográfica, en la que una compañera decidió, de manera un tanto inocente, acudir a una iglesia evangélica con la intención de filmar un documental sobre ella. Después de recibir una rotunda negativa, la joven estudiante de cine fue intimidada por los miembros de la iglesia, tal vez para asegurarse que no volvería a acudir a ese lugar. En un inicio, el cineasta intentó emular los intentos documentales de su amiga, pero al final por cuestiones prácticas y creativas se decidió por tocar el tema en un largometraje de ficción.
González cuenta la historia de un solitario joven, que ante la escasez de ofertas de trabajo, decide involucrarse en el oscuro mundo de las corporaciones evangélicas como empleado del call center de una iglesia. Frustrado por sus problemas económicos y afectivos, decide utilizar lo aprendido para tomar lo que él cree que le pertenece.
Sobre la película comentó el cineasta chileno: “seguramente hay mucha gente que piensa que hay una referencia muy clara a una iglesia en particular, pero no es así, es un fenómeno muy claro en Latinoamérica de organizaciones que lucran con las personas que necesitan sentirse ayudadas. De alguna manera la película también cuestiona algunas de las instituciones en las que creemos ciegamente, como los bancos, que cobran las tasas de interés que ellos quieren”.
En el reparto encontramos histriones reconocidos como Harold Torres y Olga Segura (quien ha trabajado sobre todo en producciones estadounidenses), aunque quien sobresale es el madrileño Carlos Bardem, en su papel de inescrupuloso pastor, sobre esto último comentó: “me preparé viendo toda suerte de predicadores en televisión, me encontré con cosas muy bizarras, pero quería hacer una creación personal de mi personaje… físicamente buscaba parecerme a Christopher Walken. En cuanto al idioma tuve que hacer uso de los cuatro años que viví cerca de Río de Janeiro, aunque mi acento suena más bien a portuñol”. El español destacó también su interés por participar en este proyecto, no solo como actor sino como productor del mismo: “Me animé porque el reducido presupuesto apuntaba a ayudar, además ya había trabajado anteriormente con Harold en Días de gracia y tenía muchas ganas de hacer un papel como éste, de un farsante”.
González nos muestra cómo las circunstancias empujan al personaje principal a situaciones límite. No es una película del todo disfrutable, ya que por momentos resulta una experiencia densa y agotadora. Al final, recordaremos más la actitud sinvergüenza de esta clase de organizaciones que el recorrido, que las transiciones que experimenta el protagonista. Por lo que ante la posibilidad de un boicot por parte de instituciones religiosas, Bardem remató: “Si esa gente se molesta es porque hicimos una buena película, eso querría decir que les dimos en la madre”.