Por Alejandra Rosas Armenta
Observar la Catedral de Morelia por la noche con su iluminación de luces blancas. Es difícil no voltear a ver un edificio colonial como éste. Enfrente, a lo largo de cuatro cuadras sobre la antigua Calle Real –la Avenida Madero–, varios cientos de personas: algunos en familia, otros con amigos o con la pareja, y otros más que, cámara en mano, tratarían de captar cada momento del espectáculo auditivo que, a unos minutos, estaba por comenzar.
La emprendieron a repicar las campanas a eso de las diez y cuarto de la noche, en el marco del Festival de Música de Morelia “Miguel Bernal Jiménez”, momento en el que los espectadores empezaron a hacerse señas de guardar silencio para poder apreciar la sinfonía. Todos estuvieron atentos a los sonidos que se producían. Comenzando con las campanas de Catedral, los asistentes dirigieron sus miradas hacia lo alto de la misma, pudiendo observar algunas palomas tomar vuelo desde la torre. Luego, se escucharon a lo lejos algunos otros sonidos similares, “es en San Francisco” se murmuraba, a la vez que ahora se dirigía la mirada en esa orientación, y así consecutivamente a cada nuevo sonido campanil.
No faltó la ambulancia que con su sirena opacó por unos momentos el repicar, y el público comenzó a quejarse y a solicitar que se apagara; de igual forma un tránsito ayudando en la vialidad con su silbato formó parte por un momento del concierto cuando alguien le “chifló” con aquella tonada con la que se recuerda al ser que nos dio la vida. Eso fue suficiente para que, posteriormente, los espectadores cuidaran el volumen de la voz al expresar alguna inquietud. Mientras, se iban agregando cada vez más sonidos en diversas del Centro Histórico.
Cada sonido muy particular, condicionado por la fuerza e intensidad con la que el campanero lo hiciera repicar –hasta 100 del Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras (CMMAS), dirigidos por el español Llorenç Barber–, además del clima que (a pesar de que pudo mantener a los asistentes en el sitio), se hacía sentir, sin lugar a dudas, bajo la forma de aire frío.
Una campana con un toque forte, otras con sonido dulce, otras con un allegro agradable. Por un momento, se pudo sentir la furia y el suspenso de la continuidad de los sonidos graves, como cuando uno está viendo esas películas de terror en donde se sabe que lo peor está por venir (y le grita a la protagonista “no entres ahí, no entres ahí”). Un sonido fuerte pero lento, e inmediatamente otro más intenso seguido de otro más, seguro que con eso a varios de los espectadores se les puso la piel chinita.
Las campanas de más de catorce templos y edificios del Centro Histórico (a saber, las de Catedral, Palacio de Gobierno, San José, Las Monjas, Capuchinas, Las Rosas, Mater Dolorosa, Palacio Clavijero, San Juan, San Diego, del Prendimiento, del Señor de la Columna, San Francisco, La Cruz, El Carmen, San Agustín y La Inmaculada) deleitaron al público moreliano durante sesenta minutos, tiempo en el que algunos prefirieron tomar camino por diferentes puntos del primer cuadro, con el objeto de escuchar las diversas melodías de cada uno de los edificios participantes; algunos otros optaron por estar sólo enfrente de la Catedral y atender de lejos los demás sonidos, pero bastante cerca de las grandes campanas del principal edificio religioso de Morelia.
Cuando las melodías indicaban que la culminación del espectáculo estaba cerca, de la torre del campanario comenzaron a caer pedazos de papel con un toque de colorido por parte de los campaneros; algunos cohetes iluminaron también de diversos colores el edificio. Los aplausos del público comenzaron a tomar lugar y fue así que hasta un perro (chihuahueño) pareció haber disfrutado del Gran Concierto de Campanas de Llorenç Barber, en el segundo día de actividades de la celebración del cuarto de siglo del Festival de Música de Morelia 2013.