Por Omar Arriaga Garcés
Que había llegado el presidente fue la impresión que tuve cuando vi los autos militares y a cada soldado dispuesto en cada esquina de los portales. En una edición previa del Festival de Música de Morelia, Felipe Calderón había venido a inaugurar el evento. ¿Por qué Peña Nieto no podía venir a esta XXV edición?
Un acercamiento más detallado me hizo ver que no había vallas ni detectores de metal, ni nos habían pedido estar dos o tres horas antes para el concierto. Lo que sí había era un escenario a media Avenida Madero, y mucha gente coreando una canción de Queen, con orquesta.
Avanzando hasta llegar a Palacio de Gobierno, una larga fila para entrar. El sonido local indica entonces: “por cuestiones ajenas al festival, el evento no empezará sino hasta las ocho y media de la noche. Gracias”.
Y al dar la hora, con motivo de los 25 años del evento, un “homenaje a los directores artísticos del festival”: un video en el que se explica que el sueño de Miguel Bernal Jiménez era hacer un festival de altura para Morelia, para convertirla en la Salzburgo de América, lo que luego hicieron sus hijos a su muerte, gracias sobre todo a la participación de los directores artísticos del FMM.
Subieron entonces Enrique Barrios, Javier Álvarez, Luis Jaime Cortez, Sergio Vela, Fernando Lozano y la viuda de Manuel Enríquez, Susana “Enríquez”, a recibir la Presea Miguel Bernal Jiménez, todos posando para la foto con las esculturas de Felipe Castañeda con la forma de un individuo en posición de estar dirigiendo un orquesta. Palmas y vítores, y bajan del escenario. Brilló por su ausencia Carlos Prieto.
Salen unos, entran otros (el Coro de Oxford, dirigido por James Burton) a ofrecer un “Concierto coral a capella”. Como siempre que uno escucha música de coro, parece que el sitio más idóneo sería una iglesia, con su nave, para que los registros más ínfimos de las voces no se escapen, y no un espacio al aire libre como el primer patio del Palacio de Gobierno.
Con “When David heard”, de Thomas Weelkes, segunda pieza del recital, uno se siente de pronto transportado a otra época, pero al abrir los ojos y ver a los cantantes vestidos de traje en vez de hábitos de monje, el hechizo pierde un poco de su encanto.
Continúan el programa “Oculi omnium”, “Libera nos, salva nos”, “Bring us, o Lord God”, “O clap your hands”, “Ecce concipies”, de James Burton, John Sheppard, James MacMillan, Orlando Gibbons y Matthew Martin, respectivamente. Casi toda esta música con olor a incienso. Sobresale la solista, cuyo nombre no viene en el programa.
Luego un “Himno a Santa Cecilia”, de Benjamin Britten, lo mejor del concierto en general. Curioso cuanto que se trata de la santa de los músicos. Lo sé porque mi abuela le rezaba. “¿Por qué le rezas a la santa de los músicos, abuela?”. “Porque es muy milagrosa”, respondía.
Pero cuando se enojaba, nos decía a todos, “eres bien música”. Y eso qué chingaos quiere decir. En las películas de la época de oro del cine mexicano, en varias de Ismael Rodríguez, lo llegan a decir los personajes. Ahí se entiende la acepción de la frase. No tiene nada que ver con Santa Cecilia.
Al finalizar la primera parte del recital, un individuo sentado entre el público, con aspecto de golpeador londinense, pero con una chaqueta del festival, expresó para otro sujeto: “No puedo creer que hayan ejecutado eso, es de un nivel altísimo”. Lo más sorprendente es que éste ni siquiera había mirado el escenario durante la primera parte.
Se mantuvo la tónica durante la segunda, con una obra coral de Charles Hubert Parry que duró cerca de 40 minutos, basada en seis poemas de autores ingleses y en un salmo de la Biblia (uno por canción). Aplausos y más aplausos. El público feliz, aunque durante la gala casi ni murmuraba, parecían todos muertos.
El frío arreciaba. Al salir del recinto, todavía estaban los soldados en las esquinas de los portales. Y seguía lleno ese tramo de la Avenida Madero con personas que veían hacia el escenario frente a la Plaza de Armas. Ahora estaba tocando un grupo de ranchera y un cantante vernáculo interpretaba una canción de Alejandro Fernández. El contraste entre una y otra música no llamaba mi atención; lo que la llamaba eran los soldados con sus camionetas, como si se tratara de la película Heli, de Amat Escalante (aunque creo que allá eran policías federales, pero igual con unas camionetotas con metralletas).
Cuando llegué a casa y prendí la computadora, en el perfil de una periodista de cultura de la ciudad, vi que en su muro colgaba el siguiente mensaje: “Afuera disfrutando de la música, en la calle, porque el espacio público es de los ciudadanos; mejor esta música que la música elitista”, o algo así. Y vi que se trataba del concierto de la orquesta de la Secretaría de la Defensa Nacional. Está bien que toquen, pero para qué llenan de soldados el espacio público.