Lo sucedido el miércoles 9 en la ciudad de Morelia, más allá de la nota sensacionalista, es una señal que las autoridades deberían atender.
Por Jorge A. Amaral
Para ubicarnos un poco en el contexto, recapitulemos. Ese día, desde la mañana, contingentes normalistas habían bloqueado la salida a Salamanca, una de las más concurridas y saturadas de Morelia por ser la ruta más fácil y utilizada no sólo hacia Guanajuato, sino hacia Querétaro, la Ciudad de México, Guadalajara y Toluca, sólo por ejemplificar. Bueno, el caso es que los normalistas habían bloqueado con tráileres ambos carriles de la mencionada avenida, generando, como siempre sucede en estos casos, la molestia de miles de automovilistas, transeúntes y pasajeros que sabían que llegarían tarde a sus destinos. Pero siempre hay un valiente, ese al que le importa un carajo y hace lo que su soberana gana le indica; es así que un fulano, con camionetota chocolata y toda la cosa, decidió subir a la acera para esquivar el bloqueo y salir de ahí, pero no contaba con que la turba inconforme y revolucionaria montaría en cólera al ver que alguien no acataba lo dispuesto con el bloqueo, así que comenzaron a agredirlo, él bajó de la unidad con la raquítica llave del gato en la mano y se topó con puntapiés marxistas leninistas, de esos que hacen que la consciencia de clase entre, si no por la vía dialéctica, sí a fuerza de rojillos madrazos. El fulandraco regresó a su carro y justo cuando los jóvenes herederos de Lucio Cabañas pensaron que el tipo ya se iba, se sorprendieron al ver que la camioneta daba vuelta en U, atropellando a una docena de manifestantes, resultando cinco lesionados de mayor gravedad.
Más allá de los comentarios a favor y en contra que el video y la nota desataron, este tipo de sucesos siempre me recuerdan Falling down, con Michael Douglas, un tipo tranquilo y amable mientras no le busquen. Todos hemos estado atrapados por una marcha o un bloqueo, incluso creo que lo que hizo el de la camioneta refleja lo que muchos, en más de una ocasión, hemos deseado hacer. Cierto, existe la libertad de expresión, pero a veces estos grupos son tan intransigentes que ni siquiera ambulancias dejan pasar, y lo malo de esto es que, aunque su causa puede ser legítima (prefiero omitir comentarios sobre la pertinencia de sus demandas, no es mi tema), sus acciones los deslegitiman a ellos, con lo cual pierden cualquier posible respaldo social, y entonces, al ver camiones apedreados y camionetas repartidoras saqueadas, dudo que alguien pida justicia para los lesionados y cárcel para el de la camioneta, a quien, reitero, más de alguno le ha aplaudido tan terrible acción (el intento de homicidio siempre lo es).
Aunque podría parecer un caso aislado no lo es tanto, la sociedad está harta de la ineptitud de las autoridades, las mafias políticas y las otras, la delincuencia, la intransigencia de unos y la pasividad de otros, los gasolinazos, los plantones, las marchas, las políticas triunfalistas de ese hato de asnos que es la excrementicia clase política y un extenuante etcétera; por eso no resulta inaudito ni insólito que un tipo, a bordo de su camioneta, arremeta contra una turba estudiantil que le impide el paso, y es que en realidad no se alcanza a apreciar qué pudieron haberle dicho para que decidiera regresar y embestirlos, cuando lo más normal era que se retirara.
Nada justifica actuar contra la vida de otras personas, pero el gobierno debería atender a esta luz roja, la cual no es sino el indicativo de un estado de hartazgo generalizado que, de no ser porque los mexicanos tenemos demasiados distractores y válvulas de escape, ya habría estallado en la cara de las autoridades.