Me enteré de El Traspatio con un mes de anticipación en un diario michoacano que anunciaba este encuentro de editores y editoriales independientes con bombo y platillo.
La nota decía que los organizadores planeaban el evento con la premisa de dialogar sobre la industria editorial independiente desde múltiples perspectivas; además, hacía mención de las actividades a realizar: conferencias, mesas de discusión, un seminario sobre edición independiente, un taller de álbum ilustrado y stands con libros de las editoriales participantes; o sea, un encuentro apetitoso para el amante del libro en cualquiera de sus vertientes (escritor, lector, editor o hasta simple curioso). Mi idea de asistir era en mi novísima etapa de editor y coordinador de literatura del centro cultural al que pertenezco, donde a las cosas que estamos haciendo siento les ha faltado esa experiencia editorial real, desconocida para quienes aprendemos del empirismo, la prueba y el error. Ir a Morelia sería vivirme como un verdadero editor, dejando a un lado el utópico, aparente y falso prestigio que nos da el llamarnos así.
Los días pasaban y todo en aparente orden, al parecer la burocracia me solventaría los gastos mínimos (traslados, hospedaje y alimentación), lo que me auguraba las condiciones esenciales para que sólo dependiera de mí aprovechar al máximo aquellos días, pero, y para evitar hacer más largo el preludio, las cosas se complicaron, la misma burocracia que me apoyaría no sólo no lo hizo, sino que me complicó aún más las cosas, no cubriría mis gastos, lo que me obligaba a decidir ir bajo mis propios recursos, y como cereza del pastel, la huelga de los sindicalizados del gobierno michoacano evitó que el encuentro se realizara donde estaba previsto (Centro Cultural Clavijero) haciendo que los organizadores cambiaran la sede y la programación. Aún con este panorama decidí ir, la idea de descartar mi asistencia no sólo me entristecía, además me hacía pensar que dejaba escapar una gran oportunidad de crecimiento personal y profesional.
Siendo Morelia una ciudad a un par de horas de Zamora, comer y dormir en algún lugar no sería lo más complicado del mundo. Y así fue, pasaría ese par de días en un pequeño cuarto que me prestó un compañero de trabajo, un espacio lleno de humedad que destapó mis alergias cada segundo que estuve allí, un pedazo lúgubre de tres por dos donde no entraba ni un poco de luz, tan antiguo que me hacía pensar que en cualquier momento sería atacado por algún animal venenoso, por último, dormiría sobre una colchoneta que ya después sabría me desviaría algunas vértebras y me bañaría en un baño digno de la más lejana y olvidada prisión de Rusia. Mi comida por tres días fueron tacos de $2.50 y algunas cervezas de 2×1 bebidas cuasi con gotero.
El ánimo no era el mejor hasta que entré al Centro Cultural UNAM y pude respirar el ambiente del encuentro: ingresaba el staff con la premura habitual de afinar detalles, a lo lejos se veían los stands de libros que poco a poco iban llenándose con interesantes títulos y uno que otro logotipo de El traspatio se veía sobre una mampara, alguna playera, hoja impresa o inclusive calcomanías; reforzando la idea de que a pesar de la adversidad el momento había llegado. Me llenaba de una especie de energía que disipaba dudas y miedos, no importaba qué, no había marcha atrás.
Cinco minutos antes de las diez llegó Donatella Ianuzzi, la joven editora y fundadora de la editorial madrileña Gallo Nero Ediciones, saludó a todos con una cordialidad y carisma poco pensadas en un editor y los pocos que en aquel entonces habíamos llegado para asistir al seminario fuimos ingresando al salón tímidamente, dispuestos, emocionados.
El silencio era casi absoluto, no contaban los susurros que se hacían los que se conocían entre sí. Quién sabía si allí habíamos editores, escritores, libreros o curiosos, ya después, y entre algunas intervenciones algunos develarían su identidad, pero salvo esas excepciones, todos éramos iguales, gente ávida de aprender sobre el complejo mundo del editor. Donatella, ayudada sólo de un pintarrón y algunos marcadores estaba por comenzar, quizá más de alguno se cuestionó cómo daría un seminario de ocho horas sin la ayuda de alguna proyección o material, pero cuando inició seguro nadie volvió a esa pregunta pues su dominio sobre el ámbito editorial era absoluto y quedó demostrado.
Cada minuto que estuvimos allí pudimos ser partícipes de todos los elementos que pueden tener cabida en una editorial, desde los más “bonitos”, los que dan esa seguridad al editor amateur, que es el hecho de sentirse un gran lector, que tiene sobre su poder la elección del título que desea publicar, hasta aquel turbio y oscuro aspecto que es el de los números y el mantener a flote el proyecto. Y es que aunque fueron pocas las horas, en definitiva el seminario sirvió para tener esa visión general de cómo se maneja un editor en el mundo de las editoriales independientes, saber por ejemplo cómo calcular los adelantos y los porcentajes de ventas de libros entre autores, distribuidores y libreros, concebir el marketing no sólo como simples likes en Facebook o difusiones superfluas y efímeras; y aunque parezca obvio, tener la conciencia de que una editorial es un negocio.
Desconozco si alguno de mis compañeros sabía todo aquello y si le causó tanto impacto como a mí, pero yo, aunque suponía ciertas cosas, no tenía claridad de lo complejo que era ser un editor y su trabajo, máxime en una realidad social donde el libro vive una crisis. Salí de allí pensando en el libro desde otra perspectiva, más completa. Desafortunadamente por los cambios de espacio y programación no pude participar en las demás conferencias salvo por breves asistencias en los recesos del seminario, qué interesante sonaban las palabras de los ponentes que vertían las propias experiencias desde sus respectivas editoriales. La que más se me quedó grabada fue la participación de Felipe Rosete, de la editorial Sexto Piso, una de las editoriales mexicanas que más éxito ha tenido en últimos años y con un prestigio ganado por la calidad de sus autores y sus libros; muchos se preguntan cómo han logrado todo ello y cuál es el secreto para mantener en lo alto a una editorial independiente.
Rosete comentó a grandes rasgos el funcionamiento de la editorial, interesante fue saber que a pesar del impacto que tienen en México y España (donde tienen una filial) son aún pocos los que trabajan en la editorial y todos jóvenes, que aunque sus libros están en el consciente colectivo de todos los lectómanos de buen gusto, funcionan de una forma muy independiente, incluso hizo mención de algunos tropiezos que han tenido, no quedando ajenos a las crisis económicas y de lectores.
Justo eso esperaba, esa cosmovisión del libro, que se iba totalizando con las palabras de los otros editores que iban construyendo en conjunto el manual de procedimiento para aquellos que aspiramos algún día estar a ese nivel. Sólo dos días bastaron para lograr cumplir tantos objetivos, eso definitivamente merece una felicitación para los organizadores, quienes tendrán el reto de darle continuidad a este tipo de actividades por la necesidad que me parece presenta Michoacán en el panorama editorial, donde por una parte existen proyectos ambiciosos, buenos y de calidad; pero que carecen de aspectos que les podría posicionar como sustanciales en la edición mexicana.
También fue importante hacer que los editores michoacanos y de la región se encontraran y conocieran con el fin de crear vínculos y relaciones, aunque esto último no se pudo del todo porque siento aun hace falta disposición y humildad de quienes formamos parte del gremio, para no ver esto como una competencia, sino que para sobrevivir, estar unidos.
Así terminó mi aventura editorial en El Traspatio, en Morelia, con una satisfacción profesional a pesar de la precariedad de las condiciones que me llevaron allí, tan importante fue ese evento que hoy mientras escribo esta crónica, días después, pienso y me replanteo hacia dónde vamos en este interesante y apasionado camino de hacer libros.