Más allá de estar en relación directa con procesos económico políticos, el futbol es sin duda, un espectáculo sobre todo de excesos. Grandes estadios, grandes excesos, grandes jugadores, grandes salarios, grandes excesos, grandes porras, grandes compras, grandes ventas, grandes excesos.
Por Bruno Díaz
Espectáculo romántico legatario del circo, de la arena y del coliseo. Escenario del encuentro, del desencuentro, de la batalla, de la vida. “Hay que dar la vida en el campo” exige la afición a sus equipos. En el juego está la vida, pero sobre todo está su representación y por ello, en tanto que es una representación, se vale de todo, como en los juegos de los niños, que con increíble fuerza creativa estiran, transforman y añaden sin medida. El límite está en el cielo. En el futbol lo único que importa es lo que se ve y si se ve el balón dentro de la portería del contrario mejor
No hay mejor momento para el futbol que este. Vivimos en la era de la imagen, en donde todo es susceptible de ser representado y en donde las representaciones lo son todo. El público del futbol es un público de las representaciones. Muchas veces a pesar de que el encuentro sea aburrido y no haya una pizca de acción, el espectador se mantiene absorto frente al campo, frente al espectáculo, poseído por la vista, no por la mirada. Siempre hay una espera, que recuerda al teatro absurdo. Esperando a Godot, esperando un gol. Se espera la imagen que pueda liberar una pasión. A pesar de reconocer la interconexión de acciones que se desatan en el campo, el espectador solo le dará su atención al momento de la pasión. De hecho, será materia del análisis posterior con posibilidad de volverse a ver. La falta, la omisión, el robo, la manipulación exótica, lo negro, la figura, el gol
A pesar de que existe una búsqueda de victoria en la contienda entre equipos, la función del encuentro para el espectador es directamente relacional al simbolismo. Al espectador se le otorga la posibilidad de todos los gestos, se le da la llave para una explosión pasional. Por ello, se sugiere vivir la pasión del futbol o el futbol con pasión. El exceso, como categoría simbólica dentro de este deporte, lo podemos encontrar en distintas situaciones. La caída del jugador, por ejemplo, es una muestra de ello.
En la caída, se busca la vista de todos, en especial del árbitro para dejar constancia del agravio sufrido, pero también del espectador que exalta la acción con sus reacciones y que funge como juez y parte. De manera análoga al actor de teatro, quien busca lograr que sus expresiones lleguen hasta la última fila, el jugador de futbol explota sus recursos dramáticos. Lejos del disimulo, se busca la acentuación, la significación en el espectáculo. La vergüenza no cabe aquí, se vive la pasión y sus desbordes, se goza con la victoria y con el fracaso. Tampoco hay lugar para los reparos, se puede exigir una justicia momentos después de haber violado la regla. Y en ese vaivén se encuentra el espectador, que reconoce u omite según sea la conveniencia, “solo es un juego” dicen. Antes era la vida, ahora es solo un juego.