Por Sue-Ellen Mason
Foto de Amérika Arzate
Cuando llegué a México hace cinco años desde Nueva York, nunca hubiera imaginado que fuera un país tan fiestero y alcohólico. Pues sí, sabía que aquí se bebe tequila y Corona y se hace fiesta como en cualquier parte del mundo, pero me he quedado absolutamente sorprendida por lo voraz de mis amigos mexicanos en asuntos de fiesta y su dedicación a la borrachera, sorprendida por:
A) Su tenacidad en la búsqueda de la fiesta. Mensajes de texto vuelan frenéticamente de fon en fon de jueves a sábado, a toda hora, en busca del mejor ambiente dónde emborracharse. Cuántos mensajes recibo del estilo “¡saca el reventón mi reina!”, “¿dónde hay fiesta?, aquí está de la verga”, “¡gringa!, ¿dónde andas?, ¡invita!”, “¡vamos a foreverear!” y el clásico, “¿dónde está el after?” Tuve una fiesta por mi cumpleaños hace unos meses. Llegaron más de 100 personas que no conozco (juntándose a las 100 realmente invitadas). Cuando les pregunté a varios cómo escucharon hablar de mi fiesta, la respuesta estándar era “alguien me mandó un mensaje.” Pero la respuesta más espantosa era: “vi la invitación en MySpace!”. Con la fiesta ubicada, a los mexicanos no les importa llegar con una bandota de amigos, con o sin permiso. Invito a Javi y Javi trae a 10 más. Invito a Germán y llega con una jauria de “cachorros” y “carnales”. Les suplico que me dejen hablar con el anfitrión de la fiesta, a ver si está bien llegar con tantos. No importa, ellos ya están afuera con su banda, esperando entrar. Pero no les satisface caer a una fiesta en una noche, deben de ser varias para agarrar lo que pueden chupar y chupar lo que pueden agarrar.
B) Su rechazo total a dejar la borrachera antes de la luz del día siguiente. Hay una sensación colectiva de que si no ha amanecido, aún es “temprano” y hay que seguirla. La oscuridad significa derrota.
C) Su capacidad de perder consciencia (debido al alcohol) en camas, sillones, mesas, jardines, banquetas, escaleras, tinas y azoteas de distintos departamentos cada fin.
D) Su amor por el alcohol. Nunca hay mal momento u ocasión para tomarse una chelita, vinito o vodkacita aquí en DF. Se toma después de un dia largo de trabajo para relajarse. Se toma mirando un partido de futbol. Se toma al despertar de una fiesta para matar la resaca o más bien cortar la fea sensación de la bajada. Se toma bajando música de la compu. Se toman micheladas o cervezas en tianguis en bolsas de plástico o en enormes copas de unicel mientras se hacen las compras. Se toma cantidades absurdas en fines de semana de escape al campo. Se brinda en casa antes de ir a una fiesta, y en coche en camino a dicha fiesta. La invitación para tomar un café casi de manera invariable se vuelve en tomar una cerveza. Siempre hay mil cumpleaños para festejar, mil celebraciones de “fin de estudios” y mil y una despedidas y pre-despedidas (muchas falsas – al mes, ves el festejado aún en la ciudad), en que beber altas cantidades de alcohol es un requisito. En supuestos “encuentros culturales” aquí, he vivido unas de las borracheras más fuertes de mi vida. El Centro Cultural de España es en realidad un antro. En inauguraciones de arte, las galerías y museos son referidas por la calidad de alcohol que sirven… “Allá en el Garash tienen buen tequila.”, “en Casa Lamm la última vez sirvieron Guiness!”, “¡la inauguración esta noche en Arte Alameda está patrocinada por Absolut, ahí te veo!”
El Oxxo figura entre las tiendas más frecuentadas, hasta han sucedido encuentros sociales en el lugar. Acabé dando besitos a un vecino que conocí en un Oxxo comprando una caguama. También he estado desviada de una fiesta a otra, invitada por gente recien-conocida en un Oxxo. Y ni hablamos de eventos de barra libre, en que he visto peleas feroces para obtener tragos, sin duda salgo aplastada y con 30 pesos menos por haber tenido que sobornar al mesero para que me haga caso.
Las fiestas caseras a las que he asistido son las peores y las mejores. Peores porque me siento mal cuando se terminan o me voy, y mejores en el nivel de diversión. El flujo de alcohol es constante por ser más barato que un bar, y como no hay horario de cierre ni guardia de seguridad, ahí pasan los más memorables momentos. Ricardo dormido en la tina, desnudo con la caguama aún en mano. Sue y David viendo eso, brincan en la tina también y añaden más agua. Sue y amigos bailando contra la ventana en calzones, haciendo un show por los choferes de grúas estacionados abajo. Sue y amigos cogiendo escobas y muebles mientras el roommate les toma fotos estilo paparazzi. Amigos estirados desnudos en los balcones, saludando a los sorprendidos pasajeros de microbuses pasando abajo. Los últimos de la fiesta, unas 15 personas, desnudándose en la terraza y bailando como locos. Luego la llamada del viejo de enfrente: “¡Esto no es correcto! ¡Hay niños en la colonia!” Piro sacando el chile, sal, jitomates y pasta a las 6 a.m. para preparar una cena de lujo. Gente más peda que él ayudándole, manipulando cuchillos y jugando con fuego. Fernando asumiendo la personalidad de su alter-ego: “Señor Placer Extremo” y alardeando a todos: “Cinco minutos conmigo y llegarás al paraíso.” Omar saliendo de la fiesta para ir a Oxxo, llegando a una cuadra, y acostándose en la calle. Besos por todos lados. Besos con gente que por mil pesos no hubiera besado si no hubiera estado ebria. Formación de parejas muy improbables (gay con hetero, fea con guapo, gorda con flaco, viejo con joven, conservadora con mujeriego –Drunk dialing– como decimos en inglés) marcando a los amigos y mandando mensajes, para que luego te arrepientas. “Bebé, te extraño”, “¡Kiss b4 dying!”, “¡Soy tu rey!”, “Estoy bien vestido, ¿me quieres desvestir?”, “¡Hey baby, wanna go for a ride?!”, “¡A ver si luego me acosas en tus 5 sentidos!”. Música a todo volumen y vecinos iracundos (cuántos amigos tengo en proceso de ser corridos de sus departamentos). Innumerables visitas al Oxxo con la cooperacha. La mirada de los empleados. Y luego, vienen las ideas ridículas: “Vamos a Tepotzlán o Hidalgo a comer y chupar pulque” (1.5 horas de DF), “Vamos a Teotihuacán!” (subida y bajada de incontables escaleras bajo un sol fuertísimo), “Vamos a Tepito” (¡para que nos roben!), “Vamos a hacer boliche” (para espantar el domingo familiar de los García en el carril colindante), y “Vamos al aeropuerto, ¡tengo un vuelo!”, (situación grave que he vivido y observado más de un par de veces.)
La borrachera y fiesta en mi vida mexicana han alcanzado un nivel tan alto que me pregunto si debo buscar ayuda profesional para reducirlo. Mi pancita ha crecido, mis resacas se ponen brutales y he tenido la necesidad de cancelar unas clases (soy maestra) un viernes u otro debido a la resaca. Y las preguntas, “¿Qué dije ayer?”, “¿Qué hice ayer?”, o “¿No me comporté tan mal?” se han vueltas habituales. Soy una adicta a la fiesta. Siempre he estado así, pero en México me ha aumentado 100%. ¿Tiempo de irme…o de seguirla?