El agua era asunto que preocupaba en los mitos y el agua es tema de conversación estos días en México, porque al parecer hay quien quiere quedarse con ella, y a ése sólo se le puede llamar de un modo.
Por Omar Arriaga Garcés
I
Cuando recién estalló la crisis en Europa un articulista comparó el caso con una tragedia griega: El Edipo tirano (o rey) y dijo que, en efecto, la Unión Europea actuaba como una especie de tirano, entendiendo por esta palabra a aquél a quien le hablan y no quiere escuchar, a aquél que no quiere ver.
Por un método “conejil” de asociación de ideas -dirían los maestros de secundaria, brincar de un lado para otro-, la Ley General de Aguas que se “discute” en el Congreso de la Unión me recordó ese texto de la crisis europea que, a su vez, vinculé con Pedro Páramo, porque recién el 19 de marzo se cumplieron 60 años de la edición del libro de Rulfo.
Ya se sabe que el fantasmagórico personaje es una especie de evento que se repite una y otra vez, y que en alguna de sus múltiples lecturas puede interpretarse como representación de la Revolución Mexicana. A fin de cuentas, Pedro Páramo es el tirano que le quita al pueblo cuanto posee: “Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”.
II
Cuando alguien dice que tal cosa es un mito, como por ejemplo la vida y obras de John Lennon -es más bien una hagiografía-, o que las relaciones amorosas en las que uno cree depender de otra persona por entero son un mito -estamos de acuerdo en que no se puede depender enteramente de la pareja-, me parece que el término está mal empleado.
Un día me di cuenta que esos pequeños relatos decían más de nuestras circunstancias de lo que se pensaba, que describían quizá la estructura con que nuestra mente capta las cosas. Y sin embargo, la palabra mito se emplea para referirse a mentiras o exageraciones con las que se puede o no estar de acuerdo pero a las que no llamaría mito de ningún modo.
Con todo, estos últimos días un mito me ha parecido tan semejante a ciertos hechos que pasan frente a nuestros ojos, que me parece que las diferencias se hubiesen borrado en efecto y no puedo menos que exponer la comparación.
III
En el mito de la India del diluvio hay una serpiente alojada alrededor del sistema solar, que abarca con sus anillos los planetas (no sé si los planetas -errantes- son esféricos o rectángulos que sostienen elefantes, el asunto es que la sierpe rodea y sujeta los mundos); ha tomado para sí toda el agua y las cosas que respiran y parpadean están muriéndose.
Un dios va y le dice a la serpiente que no mame, que sea buena onda y le dé un poco de agua a la Tierra, pero la enrolladora se niega. La sierpe se da cuenta que se andan muriendo y no hace caso, le dicen que haga paro y no escucha. Así que otro dios, menos diplomático que el primero, toma una espada y destaja el cuerpo de la serpiente.
El agua que sale de ella es, por supuesto, el diluvio que se abate sobre el mundo y que ahora amenaza con destruirlo vía la inundación (lo consigno por los últimos días de lluvia en esta ciudad, Morelia).
El dios que ha destajado al tirano -la sierpe que se negaba a compartir algo que le pertenece a todos- es elegido rey de los dioses, pero también podría ser el tuerto que en tierra de ciegos reparta las tortas.
IV
No se necesita ser astrofísico para percatarse que mediante la Ley General de Aguas se pretende recortar el consumo doméstico del líquido -o en su defecto, que uno pague por lo que gaste, que es un eufemismo para no decir que subirán la tarifa del agua; por el contrario, la ley no tendría candados para racionar el uso industrial de las empresas.
La susodicha ley -reforma a la ley de aguas- establece que quien realice investigaciones universitarias sobre el líquido debe darlo a conocer a la Comisión Nacional del Agua (CNA) supuestamente para vincular al sector empresarial con el educativo, por eso de crear empleos. Lo más seguro es que sólo sea un pretexto para callar a las universidades sobre lo que tengan que decir al respecto.
Y ya se trate de aguas que el tirano quiere quedarse para sí o ya se trate de aguas inundando el mundo -aun cuando haya “obras” por millones de pesos que colapsan con dos días de lluvias-, lo evidente es que se trata de algo muy “sensible”.
Diría que se trata de un asunto “vital” en el que va en juego algo más que el dinero o la dignidad humana, pero recuerdo que hay más de 150 mil personas entre muertos y desaparecidos, y que aun así no hay de nuestra parte una respuesta contundente a la situación.
V
Evocando un poco la prehistoria e historia de este país y de algunas otras latitudes, cuando se decidió a terminar con el tirano ello dependió de que algún otro interés -más que el del pueblo mismo- se viera afectado: en el mito, el interés de los dioses; en algún movimiento de independencia o alguna revolución, el interés de los criollos, el interés de hacendados y potentados, de señores feudales.
No se duda que haya hartazgo, además no se necesita la espada para acabar con el tirano; indudable que la Ley General de Aguas parece concebida por un pirómano obseso que no quisiera ver el mundo solamente inundarse, sino arder -qué pensará la serpiente enrollada que no ve lo que tiene frente a sí, que no escucha. Parece ley concebida por un Nerón moderno.
Sin embargo, uno se pregunta si una reforma de ley como ésta puede ser la gota que derrame el diluvio al tocar suficientes intereses que, finalmente, den al traste con el tirano y su estirpe; aunque, como en el mito, ya sepamos que aquél que abate al sátrapa se convierte a su vez en rey, por decirlo eufemísticamente. ¿Nos queda alguna duda a 60 años de la publicación de Pedro Páramo? ¿Nos queda duda luego de esta fantasmagoría insistente, iterativa, repetitiva?
VI
Pero nosotros no estamos en crisis y, por supuesto, esto no es Europa; esto es la selva, y nos falta la palabra que describa lo que ocurre aquí…