Me reporté en la casa de campaña a las seis de la tarde, sabiendo que a esa hora y en plena víspera de las elecciones hay mucho por hacer. No es la primera vez que participo en una cacería de mapaches, de hecho esta fue la tercera.
La primera vez aquello por poco termina en trifulca, lo bueno es que yo portaba un gabán y, debajo de él, un bate de beisbol que por fortuna no tuve necesidad de usar. La segunda vez fue menos intensa, sabíamos que la elección estaba perdida pero había que contener al PRI lo más posible. En esta ocasión, con otro partido y otro candidato, los ánimos estaban encendidos así que, al fin amante de esos menesteres, me apersoné.
Los mapaches operan de noche, son criaturas rastreras muy difíciles de exterminar pero sumamente identificables. Aunque en todos los partidos los hay, los mapaches priistas son los más peligrosos pues ellos tienen la patente de cuanta chapuza electoral se nos pueda ocurrir. Seres viles y listos, regularmente ponen nidos falsos, como un montón de carros estacionados frente al domicilio de un líder, esto para que los cazadores piensen que ahí está la madriguera.
Este método para confundir suele ser bastante efectivo si los cazadores no tienen experiencia pues, por estar cuidando ese supuesto cónclave, donde a lo mejor ni hay nadie, los mapaches operan en otros vehículos, como taxis. Otro método para confundir a los cazadores es la carnada móvil, que consiste en que un conocido líder priista y reconocido mapache se mueve a la vista de todos, transitando con aparente cautela, como no queriendo ser visto; vaya, a toda costa intenta ser sospechoso para que lo sigan, se detiene frente a las casas de militantes de su partido, hace como que se baja del vehículo, como que habla por teléfono, como que entrega algo, esto mientras los cazadores le toman fotos y le cierran el paso; lo que no se imaginan es que mientras ellos hacen eso, los mapaches que de verdad traen las despensas, cobijas o dinero operan a sus anchas en otra colonia o poblado.
Por eso es importante que si se va a implementar un operativo de cacería de mapaches se cuente con suficientes carros y personal a fin de que en cada vehículo vayan tres o cuatro personas pues los mapaches suelen andar en bola y gustan de portar armas.
Total que ya en la casa de campaña mi primera tarea fue cargar gasolina. Para esta encomienda agarré la camioneta del candidato a fin de ser visto en ella, en parte para divertirme y en parte para tantear el terreno, a ver qué tan bravos andaban los de los demás partidos. El combustible lo teníamos en otro domicilio contenido en tambos de 200 litros, por lo que había que vaciarlo a garrafones de 20 y de 40 litros. Mientras el encargado de la gasolina hacía su trabajo, en una cuatrimoto llegó el hijo de una candidata a regidora por el PRD, la contra pues. Lo bueno es que la camioneta estaba adentro y el portón estaba cerrado. Yo me quedé ahí, a la expectativa, asomándome por una rendija.
El chavo se estuvo haciendo pendejo como quince minutos. Entonces salí y caminé hacia donde estaba. Cuando notó que avanzaba hacia él, el chavo se puso lívido. Volteaba hacia todos lados, miraba el teléfono, el reloj, se acomodaba la gorra. “¡Qué onda Brian!”, lo saludé entre amable y retador. “¿Qué haciendo?, ¿cuidando?”. Cuando llegué junto a él ya no supo qué hacer, me sonrió nervioso, prendió la cuatrimoto y se fue. Un inexperto no tiene por qué hacer eso él solo, y es que mientras su candidata mapacheaba, muchachos como este andaban de carne de cañón perredista. Cuando la gasolina estuvo cargada, agarré y me fui a la casa de campaña.
De ahí mi siguiente tarea fue llevar combustible al personal de apoyo de la localidad más alejada, enclavada en el cerro. Dos amigos me acompañaron, les digo que en esto no hay que andar solo. Llegamos sin mayores contratiempos al rancho aquel tras 20 minutos de intrincado camino por el cerro. Ahí estuvimos platicando como media hora cuando uno de mis acompañantes me dijo “pus date la vuelta ya pa’ irnos”. Mientras yo daba vuelta, a ellos se les prendió el foco y decidieron ir a visitar a no sé quién. Yo los esperé en la camioneta.
En cuanto me estacioné y dado que traía la camioneta del candidato, unas luces se encendieron a un costado mío y un carro se acercó a tres metros de distancia. Gente del PRD otra vez. De esa camioneta se bajaron dos tipejos, igual de inexpertos que el primero porque se descendieron, caminaron directo hacia mí cada uno con su cerveza en la mano. Yo dejé el teléfono grabando mientras ellos miraban la parte trasera de la unidad, donde no había más que basura. Tomaron fotos, yo de hecho me les cuadré para salir guapo. Lo mejor aquí es no entrar en confrontaciones, y menos en casos como este, en que yo estaba solo frente a dos tipos alcoholizados, en un rancho que no es el mío. Ahí lo más prudente es grabar y reportar cualquier incidente, eso les afecta más que un madrazo.
Bajamos a la cabecera municipal sin problemas. Ahí cambié de carro, en realidad no tenía muchas ganas de manejar. En la parte baja del municipio estaba lo bueno, con mapaches priistas y perredistas tratando de operar mientras los panistas y nosotros los traíamos a pan y agua. La brigada a la que me integré se dedicó más a verificar entradas y salidas que a perseguir mapaches, por lo que anduvimos por todo el municipio.
En uno de esos filtros nos reportaron que en una tenencia estaba reuniéndose gente del PRD, en eso, otro compañero nos llamó, que iba atrás de la candidata a regidora, madre del chavo de la cuatrimoto que les comentaba hace rato. Cuando el compañero se dio cuenta de que íbamos atrás de él, rebasó la camioneta de la candidata y se detuvo y nosotros atrás de ellos. Así estuvimos cinco minutos hasta que llegó otra camioneta de la que se bajaron cuatro hombres, y de la que teníamos acorralada descendieron la candidata a regidora y su esposo. Ellos estaban visiblemente molestos, nosotros nos reíamos, uno de ellos se acercó al coche y dijo “¿cuál es su pedo?”. El Prieto, que iba de copiloto, bajó el vidrio y sacando ligeramente la cabeza le dijo, en tono suave y con una sonrisa maliciosa, “bájele de güevos cabrón”. Algo le sabrá el otro tipo a El Prieto que de inmediato se hizo para atrás y agachó la mirada, no dijo nada y se subió a su camioneta. Los cuatro carros en caravana avanzaron a la cabecera municipal. En la plaza los dejamos, teníamos hambre y fuimos a las hamburguesas de La Quiquis. Ya eran las doce de la noche.
Hay algo que todo cazador de mapaches debe traer: gasolina suficiente, nunca se sabe si habrá que desplazarse ni hasta dónde; cámara fotográfica, ha de contar con un flash que aluce como reflector de presidio y memoria suficiente para grabar una misa; celular con saldo, un teléfono sin crédito o sin batería es inútil si hay que reportar algo; compañeros que no digan que no si hay que entrarle a los chingadazos; mucho café para no dormirse y un arma contundente por si hay que responder alguna agresión, las de fuego no son recomendables pues, ante una revisión de la Policía (que en mi pueblo ni se mete), podemos meternos en líos.
Así, entre corretizas y conatos de bronca dieron las cinco de la mañana, yo debía reportarme ese domingo a trabajar y, como a todos los que laboramos en medios, me esperaba una jornada extenuante. Al fin el PRI consiguió su objetivo y ganó, parece que a 500 por familia. En fin, así es esto del abarrote, ya será para la otra.