Las escenas noir suceden de noche, para ser más precisos, cuando ha llegado la madrugada.
Un disparo, alguien cae al suelo, alguien más sopla el humo del arma y trepa a su auto antes de que llegue la policía.
En el estéreo de ese auto negro suena Troker, la auténtica banda sonora del crimen que se acaba de cometer. El asesino no sabe para donde girar, solo acelera, solo piensa que debe esconderse en un sitio seguro, en un lugar donde a nadie se le ocurriría buscarlo.
Entonces llega al centro de Morelia, estaciona el auto y paga 100 pesos para mimetizarse entre decenas de almas melómanas que se han reunido para ver a varias bandas en vivo.
El verdugo pide una cerveza fría y recorre, poco a poco, los rostros de cada asistente para corroborar que nadie ahí lo conozca. Más tranquilo, enciende un cigarrillo mientras en el escenario suena una banda llamada Orquestrack, cuyos ritmos de funk lo ponen de mejor humor, y es que nadie que acaba de matar a un cristiano puede estar sonriendo, como si tan solo hubiese aplastado a una cucaracha.
El lobo-hombre quiere emborracharse y pide más alcohol, ahora combina las cervezas con mezcal que regalan en el lugar del concierto, se toma uno derecho, siente que arde su garganta y también siente que su víctima ya arde en el infierno.
El chacal no se sienta porque no hay lugar para ello, así que de pie observa la llegada de Troker y algo le parece familiar. Comienza a sonar el jazz pero también el scrtach de un dj ingeniosamente monstruoso, un pinchadiscos que le recuerda la adolescencia, cuando solo quería coleccionar discos y no coleccionar muertos.
El matacristianos ya no se preocupa porque la policía pueda atraparlo; ha entrado en un trance, ha sido víctima de Troker y su música para controlar bestias. Brinca junto a los demás, siente que su cuerpo no pesa nada, que es tan ligero como el alma de sus muertitos.
Quién lo dijera, pero el Cactux ahora es el escondite perfecto para este robavidas. Él sigue bebiendo y arriba Troker enciende el escenario con más fusión de ritmos que ya enloqueció a los asistentes.
Cuando ha terminado todo, el killer pregunta por el after y alguien, sin conocerlo, le dice que vaya a una dirección tal, que ahí lo esperan, que compre algo antes en el Oxxo, que mejor se suba al auto y los siga, que les ha caído bien, que cómo se llama, que si es de Morelia, que nunca lo había visto por esos lares.
Ya en el after, el pistolero se confiesa y saca la verdad. Acepta sus culpas pero se excusa, les cuenta que ha matado a otros criminales, que solo hace justicia. No le creen. Lo intentan correr pero él se niega. Hay discusiones, alguien muestra un revolver y él se escabulle entre los muebles. Todos disparan pero nuestro antihéroe evade las balas, de vez en cuando se asoma, apunta y da en el blanco. Hay sangre, hay vidrios rotos y también hay furia.
Piensa en mejor irse de esa extraña casa, pero se queda porque Troker sigue ahí, con sus trompetas, sus guitarras, su bajo y su tornamesa.
Al final, consigue escapar pero no se va solo. Lo acompaña una botella de ron y una rubia artificial que se ha ligado mientras volaba por el aire y mataba a dos del after. Después de todo no le ha ido tan mal, piensa, mientras besa a la rubia falsa y sube el volumen del estéreo.
Gira hacia el sur, acelera y huye con sus dos nuevos amores.
En todo el camino nadie los sigue.
Solo la música de Troker.