Cuenta mi padre que hacia finales de los 70, cuando él trabajaba en Chicago, un tipo de apariencia adinerada le dijo, a él y a otros paisas, que andaba promocionando a un cantante nuevo, y como ellos eran mexicanos podía gustarles su música.
Así, entre café y refrescos en una pequeña sala de juntas de un edificio cercano, convivieron un rato con ese joven llamado José Manuel Figueroa, que tiempo después se volvería famoso con el nombre artístico de Joan Sebastian.
Aunque hay gente que le rinde tributo a Joan Sebastian por sus canciones antes de cantar con banda, cuando quería ser cantante pop con temas como Y las mariposas, Rumores o Veinticinco rosas, siempre, como buen pueblerino aficionado al jaripeo prefiero la época posterior, cuando vio que había demasiados baladistas y mejor se hizo acompañar por una banda sinaloense.
Si Joan Sebastian no hubiera dado ese paso de la balada a la música regional quizá no hubiera trascendido, pues recordemos la larguísima lista de baladistas en español ahora perdidos en el olvido. Además supo hacer de su nombre una empresa, un concepto, tan es así que lo más común eran los jaripeos que, salvo la banda contratada para los sones, todo el espectáculo corría por su cuenta: toros, jinetes, sus caballos (cuatro o cinco por presentación) y todos los músicos que lo acompañaban: banda, mariachi, conjunto norteño, etcétera. Eso le valió el mote Rey del Jaripeo.
El asunto es que aunque haya quienes lo menosprecian porque –ya ven cómo es la gente– son bien roqueros y les gustan Los Románticos de Zacatecas y Vicente Gayo, la importancia del guerrerense en la música popular mexicana no se puede negar, y menos actualmente, en que ya no tenemos a un Antonio Aguilar, cuando Ramón Ayala o Los Tigres del Norte han sido devorados por la vorágine alterada y arremangada, cuando bandas como El Recodo se han convertido en simples baladistas con tambora, haciendo que la gallardía y bravura de la música mexicana se cuelgue una mariconera, suba a una camioneta de lujo, use ropa de marca y se embriague con Buchanan’s y Red Bull.
Aunque se le ha tachado de narco, Joan Sebastian no tiene un solo corrido que hable de narcotráfico, sino que en todos hemos de buscar a la mujer en cuestión y podemos mencionar, por ejemplo, Bandido de amores, que a dueto con Antonio Aguilar habla de un ranchero mujeriego; Manuel Juárez, un hombre que mata a quien piropea a su mujer; En un jaripeo, un lío de faldas que termina en pelea hasta que los contrincantes caen al ruedo y un toro los embiste a los dos (la escena siempre me ha resultado divertida); o bien Carrera a muerte, que dice “dos amigos, dos caballos, dos pistolas y un amor. Los amigos ya murieron, las pistolas se perdieron, la María se encuentra en flor”, o sea que ni quién se la coja pues.
Aunque mi favorito es esa tragedia de Pancho Bigotes, para no hacer el cuento largo: este hombre era hijo no reconocido de don Juan Rivera y se iba a casar son Susanita, pero la chamaca le gustaba a don Juan y empezó a pretenderla a sabiendas de que era prometida de su hijo bastardo, por lo que cuando ella se lo dijo a su novio, éste mató al viejo rabo verde y fue mató a don Juan y a otros de sus achichincles y aún así se sigue paseando por donde le da la gana. En síntesis: hombres que están dispuestos a matar y morir por la prenda amada y para salvar el honor ante cualquier ofensa, o lo que es lo mismo: si no se agarra a putazos por ti, ese hombre no te valora lo suficiente y pocas cosas tan peligrosas como un macho alfa herido en el orgullo.
Habiéndose hecho acompañar por diferentes bandas a lo largo de su carrera, entre las que recuerdo, Banda Cachorros, La Costeña de Ramón López Alvarado (la misma que acompañaba a Antonio Aguilar), Caña Verde y Brisas de La Carbonera (de aquí cerca de Chiquimitío), Joan Sebastian hizo sones que a la fecha me pueden erizar la piel, como ese que invita a la autenticidad alejada de la pose:
“Soy como quiero ser, ser amigo de todos, ranchero hasta los codos, sincero a más no poder”; el siempre bailable y alegre Sangoloteadito, el netamente jaripeyero Toro capirote, que describe esos jaripeos a capa, lazo y jinete que se hacen en los corrales de piedra de los ranchos pequeños, muy distintos de los eventos que se organizan en las grandes plazas llenas de buchones.
En fin, son tantas las canciones que del Joan Sebastian ranchero me gustan, que no terminaría pronto de enunciarlas todas. Por eso y por las memorables borracheras que me acomodé en los jaripeos a los que iba con los únicos fines de embriagarme y escucharlo cantar, por las botellas que hemos vaciado mi hermano, mis paisas de Onion City y yo mientras en el carro suenan La carta o El peor de tus antojos; por haber sido El Rey del Jaripeo, “un vaquero en la ciudad”, gracias Joan Sebastian, eventualmente te seguiré escuchando. Salud.