Termino de almorzar y me siento frente a mi escritorio, enciendo la computadora y me rasco la entrepierna mientras le tomo al café. La vecina que vive en la privadita atrás de mi casa ya comenzó y Calibre 50 suena a lo que da.
Tarraca tarraca tataca, sonsonete constante, casi eterno. Cierro la ventana y suena en mis bocinas un dueto que Flaco Jiménez hizo con Little Joe & La Familia; buena música, buenos acordeones, no vulgares chingaderas. “Tú tienes la culpa que yo de borracho viva” y empiezo a teclear. Así, al huir de la música de mi vecina, pienso en el respeto, la tolerancia, la no discriminación –ni siquiera a los pinches nacos–; pero también pienso en mis ganas de volverla invisible, no notarla, no notar sus gustos a todo volumen y una palabra suena en mi cabeza: visibilización, y eso me lleva al otro término: inclusión.
Pocas cosas me sacan de quicio como el llamado lenguaje incluyente, ese que busca evitar la invisibilización “del otro o la otra”, por ejemplo, aunque siempre la víctima es ella.
Y es que de unos años para acá, por medio del remedo simplista de feminismo de algunas instituciones, se ha pugnado por erradicar prácticas lingüísticas discriminatorias hacia las mujeres, tan es así que un “maestro o maestra” ya no tiene estudiantes, así, a secas, sino que tiene a “las y los estudiantes”, a “las alumnas y los alumnos”, cuando lo más decente sería tener estudiantado o alumnado, pero volveríamos a los mismo pues siendo tanto alumnado como estudiantado agrupaciones masculinas, las feminazis de la lengua se pueden sentir excluidas y entonces ese maestro de preparatoria ya no sabe qué hacer.
¿Absurdo?, bastante. Ahora imagínese usted trabajar en un medio de comunicación y lidiar con esos vicios a diario, de verdad que es para acabar aborreciendo esas mañas de la inclusión verbal. Y es que yo preguntaría qué tanto han disminuido los índices de discriminación, violencia de género e incluso los feminicidios gracias al uso de “los y las” o la sustitución de las vocales por @.
Hasta aquí vamos bien, suena el timbre, la señora del yacul. 22 pesos. Aquí tiene. ¿Tiene los dos para darle 30 de cambio? Sí (y cosas qué hacer). Su cambio. Gracias. “Hey, baby, qué pasó, thought I was your only vato, hey, baby, qué pasó, please don’t leave me de ese modo”, pinche rolonón, ¿cómo es que la hipsteriza no la hizo famosa cuando se incluyó en la banda sonora de Machete?, espera, la hipsteriza no ve Machete. “A Machete no le gustan los hipsters”, diría Danny Trejo. ¿En qué me quedé?, ah sí…
De nada sirve que el funcionario Bananas utilice en sus discursos un lenguaje incluyente y no ofensivo hacia las mujeres si en cuanto se sube a su carro suelta frases como “tenías que ser vieja”, “ay mamacita, mejor te doy pa’l taxi” o “pendeja manejando”; de nada servirá que el funcionario Bananas mande oficios incluyentes, en los que no se discrimine, si al dictar el documento se sienta a la secretaria en las piernas o le da una nalgada o simple y sencillamente se pone de pie frente a ella para verle el escote.
Y es que con tal de parecer buena onda y muy modernos podemos cometer cada barbaridad, que nuestro discurso se volverá tedioso o bastante chabacano, y para ello recordemos a Chente Fox, quien se sintió con la obligación de aclarar que en México no había sólo mexicanos, sino también mexicanas; sin embargo, a pesar de esta aparente visibilización (esa palabra nos encanta en ciertos sectores), las muertes de mujeres en Ciudad Juárez siguieron ocurriendo sin que ninguna autoridad hiciera nada.
Debemos recordar que ahora, gracias a la inclusión, hay síndicas, juezas, médicas (las doctoras ya existían desde hace mucho) y demás, pero también, y de esto no se habla en los tratados sobre la visibilización verbal, hay prostitutas, esclavas en el campo, el trabajo doméstico y las fábricas; pordioseras, “indigentas” de todas las edades; vaya, mujeres a quienes toda oportunidad de desarrollo personal y espiritual les ha sido arrebatada mientras nosotros discutimos acerca de si la mujer que toca bien algún instrumento es música y la que lo hace mal entonces es pura música.
Órale, este Rubén Naranjo toca polkas chidas, puede que un día de estos escriba sobre él. No, aún tengo deudas con Mingo Saldívar, Flaco Jiménez y Steve Jordan, en el acordeón también hay prioridades. “Cuando pones música me recuerdo de mis tíos que viven en Jiuston”, me decía El Pitayo cuando nos juntábamos a tomar. Pinche Pitayo, tenía discos chéveres pero terminó gustándole el Movimiento Alterado; en fin, dicen que los cerdos no pueden mirar al cielo. ¡Ya, ya casi termino! (chale, voy atrasado).
Ante esos aparentes intentos de defensa de los derechos nominativos de la mujer (concesiones hechas por hombres) no puedo sentir más que menosprecio dado que, por el lado materno, provengo de un matriarcado en el que mi tía María Elena hizo crecer, ella sola, a un chingo de sobrinos y a sus dos hijos para que todos, o sea mi madre y mis tíos que se habían quedado huérfanos, fueran personas buenas, trabajadoras y decentes, y no necesitó que nadie la visibilizara verbalmente, sólo mucho valor para enfrentarse a todo.
En fin, mientras la inclusión verbal atenta contra el español correctamente hablado y escrito, la discriminación real, la de las calles, las escuelas, los hogares y los centros de trabajo, sigue latente y así permanecerá mientras nos sigamos conformando con modificaciones puramente verbales en lugar de emprender cambios reales, tangibles, que se traduzcan en una mayor equidad de oportunidades, respeto y seguridad para todos, y aquí se incluye a hombres y mujeres, no vaya a ser, tanto que no faltará quien pregunte quién soy yo para incluirla y me acuse de misógino, patriarcal y paternalista, ya ven cómo es la gente, que nunca se le da gusto. Salud.
¡Ya terminé, ya nomás estoy corrigiendo! Mmmta madre, a ver si alcanzo a bañarme, pero es que no-ma-mes, pinche cancionzota, “If you got the dinero, ah, I got my Camaro, just flash some cash, buy some gas and off we’ll go”. Pinches Tornados son la pura vena. Pues ya, a ver qué tal, no pasa de que alguien se encabrone conmigo pero, ¿quién soy yo para cuidar las emociones de los demás? No le hagas, ¿esa pinche vieja ya puso a Jenny Rivera otra vez? Chale.