Probablemente la peor idea en la historia de la humanidad es ser astronauta. Lo han demostrado los personajes de Sunshine (Danny Boyle, 2007), Gravity (Cuarón, 2013), 2001: Odisea del espacio (Kubrick, 1968), Solaris (Tarkovsky, 1972) y hasta Event Horizon (W. S. Anderson, 1997).
De las anteriores mencionadas, dos son obras maestras (en la consideración de este humilde opinador): 2001 y Solaris. Una es muy buena (Gravity) y dos son terriblemente pésimas (haga usted la resta). Quedan fuera muchas películas del espacio, incluso Interstellar (Nolan, 2014) pero me refiero a estas películas porque sus personajes cometieron esa absurdez que al resto de la humanidad nos hace levantar la ceja cuando vemos que un humano ha osado traspasar las capas de la atmósfera y aventurarse como explorador del espacio: ¿cómo para qué hacen eso?
Empero, ya sabemos que si la curiosidad humana, que si los grandes exploradores, que si el universo y largos y aburridos etcéteras que justifican el presupuesto de la NASA (un estimado de 17 mil 646 millones de dólares para el 2015) para labores de curiosidad extraterrestre.
Así, la película número 23 del británico Ridley Scott quisiera entrar en este olimpo de películas del espacio que fueron catalogadas como obras maestras, pero según la humilde opinión de su servidor, dudo mucho que llegue. Solaris habla de un planeta en donde los hombres se enfrentan a sus recuerdos, a algo que tal vez existe en otra dimensión pero que aún les pertenece. 2001 habla de la humanidad, resumiendo miles de años en segundos. Interstellar, tal vez por primera vez en la historia, expone con maestría la relatividad.
Y aunque el tiempo es el mejor juez para una película y por fortuna críticos y criticones mueren a diferencia de las películas que se quedan para siempre, desde aquí hemos de preguntarle a nuestros congéneres del futuro, si es que llegan a leer esto: ¿se convirtió, pues The Martian (Misión: Rescate) en una película de culto, clásica, indispensable en el género espacio-aventura-drama-suspenso? Ya nos contarán.
A reserva de su respuesta, la trama sí se antojaba para una gran película: un astronauta llamado Mark Watney (Matt Damon) sufre un accidente y su equipo decide (pragmáticamente) abandonarlo en Marte pues consideran (pragmáticamente) que no podría sobrevivir al accidente y como ellos sí se han salvado, suben a su nave y vuelven (pragmáticamente) a la Tierra. La “culpa” que padece la comandanta de la nave/misión, Melissa Lewis (Jessica Chastain) muy pronto es puesta en la bandeja de los recuerdos a olvidar cuando descubrimos que el ahora superhombre Mark Watney ha sobrevivido.
Bien, todo bien. Gracias a su inteligencia, conocimientos de botánica y demás entrenamientos que desconocemos posee un astronauta, Mark Watney puede organizar su vida para sobrevivir, haciendo cálculo tras cálculo hasta que calcula que sí, en efecto, podría sobrevivir hasta que vuelva la siguiente sonda que envíe la NASA al ahora conquistado planeta Marte.
Ok, hasta aquí todo más o menos bien. Ahora, la disrupción con Gravity (con la cual ha sido comparada) es que en Gravity estamos durante casi toda la película con un solo personaje, mientras que los puntos de vista en The Martian son cada vez más mientras avanza la película: Mark Watney en Marte, el director de la NASA (Jeff Daniels, como si fuera el mismo personaje de The Newsroom) en la base central de la NASA en Houston, los nerds que construyen propulsores en Pasadena, los compañeros (pragmáticos) de Mark Watney que vienen de regreso a la Tierra, un genio llamado Rich Purnell (Donald Glover) que quién sabe de qué la gira en la NASA pero va a traer la solución mágica y así, el mundo se dispersa para que todos los humanos (¿todos?) especulemos en el cuándo, cómo y a qué hora por fin van a traer a Mark Watney de regreso a nuestro mundo.
Algo así como Salvando al Soldado Ryan, versión espacial del siglo XXI. Lo que un servidor no termina de entender en The Martian (y en Salvando al Soldado Ryan) es que además de que ambas películas comparten al mismo personaje que tiene que ser salvado y que hayan sido interpretadas por el mismo actor (sí, Matt Damon), ¿como por qué habría que sacrificar tantos hombres por uno solo, viniendo de gente tan pragmática como son los astronautas o los soldados? Espero que esta respuesta también la tengan en el futuro.
Si bien las referencias pueden ser muchas y además aburridas, un par de momentos parecían haber sido extraídos de la filmografía del (¿nada que ver?) húngaro Béla Tarr: como el padre y la madre de El Caballo de Turín (2011) solo se alimentan de papas. Como Mark Watney. Y en el momento de iluminación, Rich Purnell explica la solución para que la nave Hermes pueda recoger al olvidado Watney, como si fuera un János Valuska (Lars Rudolph) que en un bar explica a un grupo de borrachos cómo funciona el sistema solar. La película es The Werckmeister Harmonies (2001).
¿Coincidencia o teoría de la conspiración elaborada por la mente paranoica de un servidor? Probablemente la segunda. Así, el casi octogenario Ridley Scott termina una película que no nos deja con las emociones con las que nos dejaron sus grandes y/o buenas películas como Alien, Blade Runner, Thelma & Louise (salvo el plano final) o American Gangster. Tal vez hubiera sido mejor que imitara a Béla Tarr, dejando de filmar cuando ha llegado el tiempo.