Por Susana Iglesias*
“No importa cuantas veces
tropieces con la misma piedra
Al final buscarás la misma
para tropezarte nuevamente”
No importaba. Una vez más la había plantado. Ella lo perdonaría como siempre. Mientras el radio suena una canción de Los Lobos se alza de brazos, recoge la última charola, suma mentalmente en su cabeza las propinas y la paga de ese día. Suficiente. Una martini-gin en su bar. Quizás dos. Hace mucho tiempo que no sabe quién es. Se lo pregunta mientras la imagen de James Dean descansa en su cartera junto a él. Un fotomontaje que él mismo fabricó con tijeras y pritt. Una cartera de cuero dice mucho. Dice más que algunos discursos. Roja, broches de plata, tamaño adecuado. La suerte le sonríe. El bar está lleno y lo están mirando. Siempre es así. Inevitable. Esos jeans, ese cabello rubio rojizo sedoso. Ese antifaz de gel frío que usa en las noches tiene gracia. Le da ese rostro fresco, limpio, esos ojos sin bolsas, sin ojeras, sin rastro de insomnio. Es joven, no tanto como quisiera pero no se queja. A veces piensa mientras se calza su pantalón DNK que el mundo es simplemente una broma. Le gustan las películas, a veces llora cuando James Dean aparece fumando, sabe que la suerte no existe, que algunas palabras son infecciones perpetuas. Sabe que su madre morirá un día mientras él está recogiendo un servicio o poniendo un mantel limpio sobre alguna mesa. Está cansado de las voces, prefiere las miradas.
Prefiere que las personas guarden silencio. A veces el silencio le recuerda la paz que desde hace años no obtiene. Esa tregua que no ha podido conseguir a costa de nada, ni siquiera de si mismo. La noche que guardó su vida en una maleta, se mudó a un edificio dónde nadie le conocía. Eso le hizo sentir seguro. Hasta feliz.
Pensó en cambiarse el nombre, pero optó por usar su segundo nombre, ese que nadie conoce los grandes amores no existen, solo son heridas que nos hacen más miserables, débiles…asquerosamente frágiles. Casi nada le conmueve. Logra conmoverle el rostro de James Dean. Le conmueve cuando fuma. El amor es una eterna derrota, por eso la única victoria consiste en la huída. Los hombres estaban gobernados por vicios, él lo sabía, por eso procuraba gobernarlos por ese lado, la virtud era algo tan raro en el mundo que decidió olvidarla.
G I N E B R A
El vodka pasó de moda, regresó a la ginebra. Grandes anuncios de Karat-Vodka-BaRas ChiDoV-0471043338 anunciaban su final como vodka anónimo. Recordaba haber visto el primero en la esquina con Dakota y Ohio.
Salía de cortarse el pelo en la estética Burdeos. Le gustaba la ginebra Karat. Le gustaba la Bombay Shaphir. Le gustaba la botella La ginebra está hecha para paladares bien curtidos, su sabor no es fácil de soportar
Había pasado algunos años sumido en el vodka, pero él sabía que los martinis clásicos estaban hechos de ginebra, eso le hacía sentirse diferente de su generación de martini-vodka. A veces era ginebra con vermouth rosso.
Le gustaban las copas heladas. Bebía martinis por qué le gustaba su historia, en los bares por lo general nadie perdía martinis, la gente común pedía cerveza. Su estrella polar era la ginebra. Despertar en un lugar desconocido siempre es emocionante, lo primero que vio fue la alfombra roja, sus Lucky Strike descansaban en el buró, pensó entonces en tapizar la pared con fotos, fotos de su vida. Las fotos a veces significaban todo para él, a menudo las personas se iban de su vida, otras él desaparecía, pero la mayoría de las veces las personas le echaban de sus vida.
Procuraba tomar fotos por si no volvía a verlas, ginebra y asa 400. 36 fotos por rollo, 36 estampas de su vida multiplicadas por días, años…esperas…El vodka se puso de moda y en su cabeza suenan canciones que no existen, pero que le dicen algo, que le dan señales de las cosas que ocurrirán más adelante. Desde ahí podía ver el sol. Pensó en sus amigos muertos mientras se calza los pantalones el centro comercial es un hervidero de imbéciles de buena voluntad, necesito los zapatos rojos, está noche brillarán sobre la duela del Shangai
Y así fue, zapatos rojos, uniforme, el Shangai ardiendo como un infierno, voces, gritos, escribir una comanda tras otra, estar vivo y saber que la noche tiene sus propios planes. En punto de las once recogió el último servicio. Se dirigió al baño, lavó su cara con agua fría. Le gustaba el agua, esa sensación fría recorriéndole la piel era lo que le devolvía la vida a esa hora en que todo parecía muerto dentro de él. Recogió en la barra su sueldo, había sido un día bueno.
Dinero suficiente, el dolor en los músculos, los ojos irritados, esa sensación de haber estado perdido por horas sirviendo sin pensar en nada. Amaba su trabajo, le permitía no pensar, le regalaba la oportunidad de despegarse de la soledad, del ocio de preguntarse ¿qué diablos significa tener algo? Tuvo la sensación de haber estado miles de años sirviendo en el Shangai a otros, vendiendo su tranquilidad de 10 horas a un precio razonable. Pudo recordar el nombre de la calle en Londres dónde una noche lo asaltaron. Pasaban de las seis cuando decidió entrar en aquél pub, era sucio-taburetes-de-color-vino-espejos-atrás-de-la-barra. La música era como estar en los 50´s-60´s. No sonaba esa mierda hippie con tintes de reggae o hip-hop, sonidos electrónicos, detestaba los sonidos electrónicos, le parecía moderna y estúpida aquella música que sonaba tan alta, tan rápida sin el menor sentido de nostalgia. Los Platters sonaban, Oh yes I´m the big pretender….. el bar estaba lleno, los bares londinenses le parecían siniestros.
La incesante lluvia de Octubre en Londres lo ponía inquieto, esa noche había llegado de Lyon buscando aire nuevo, antes había pasado por París.
Detestaba ese aire soberbio que inundaba las calles y se marchó. Lo único que le gustaba de esa Francia podrida desde tiempos de la Bastilla, era mirar el Rin. Mirando el Rin había olvidado esa lluvia que lo ponía inquieto, el frío Londres construía en su cabeza una niebla espesa que le impedía no tener ganas de cometer alguna locura que lo sacara de ese marasmo pasmoso en que se sumía a menudo. Muchas veces gustaba de buscar pelea en los bares, siempre comenzaba con alguna broma acerca de cualquier defecto físico que pudiera encontrar en las personas, siempre encontraba alguno.
Esa noche Londres estaba a 4 grados, la torre del Big-Ben parecía un cuervo siniestro, sintió miedo. Cielos encapotados, llovizna constante, bruma y soledad, eso era Londres. Había neblina en las calles cercanas al bar, le gustaba el color rojo, su gama de variantes, por eso entró al bar, la puerta era roja, de metal. Había dos barras enormes de color escarlata, bordes metalizados hacían juego con el techo que estaba hecho del mismo material. Le llamó la atención el nombre. Muchas veces se había sentido atrapado dentro de un espacio denso, pesado, vacío, sin sentido. Echó un vistazo general en todo el lugar. Muchas víctimas. Podría ser cualquiera, aquél con los zapatos obscuros que no combinaban con la ropa, el tipo gordo con aspecto de imbécil, la secretaria anoréxica, sin culo, vulgar, sin gusto para vestir, mujeres y hombres con narices imperfectas, cutis grasosos, vidas de Tv-colesterol. Sentado en un taburete en medio de la barra se sintió observado, pidió ginebra con limón, gimlet…El gimlet era una bebida de origen asiático, detestaba la cultura japonesa, sentía fascinación por la cultura china.
Los japoneses le parecían tan sosos como su arroz al vapor. El gimlet fue creado en Shangai, el había estado ahí cuando escapó de ella. Le gustaba Li-Po “en dos líneas es capaz de explicar lo inútil que es creer en la felicidad fugaz”
Detestaba el sufrimiento, mucho tiempo había sufrido luchando por tener tranquilidad. Le costó poco esfuerzo marcharse de su sitio de origen, cortó de tajo las raíces familiares un domingo nublado y lluvioso como ese día en Londres, un sol muerto alumbraba desde el cielo, ese triste puerto lleno de desgracia. Los abrigos eran un invento magnífico sabían cubrir el frío, siempre que se ponía un abrigo tenía la sensación de que alma sentía calor, de que estaba a salvo. El tenía una madre, muchas veces se refugiaba en ella, muchas veces sintió calor estando en sus brazos “todo va a estar bien, siempre tendrás a tu madre” Sabía que nada estaría bien, sabía que el siempre era una palabra construida a base de mentiras. El nunca era otra de esas palabras algunas veces las mentiras le producían alivio. Por lo general todos estamos llenos de pequeños puentes de salvación sostenidos a base de mentiras, construidos sobre quimeras, colgando siempre de dudas, pero reconfortados por mentiras que nos hacen seguros y que nos hacen hasta soñar. Bebía lentamente su gimlet…ayer llovía y hacía frío, era domingo, me encerré en mi mundo y lloré por ti…pensó en su madre. Tres días antes había sido su cumpleaños, él estaba en París comiendo un pretzel afuera del Subway, quiso llamarla pero no tuvo valor. Antes de ir a Londres pensó por un momento en regresar a Berlín. Estuvo ahí años atrás, conoció el Berlín sin muro y con muro.
Cuando derrumbaron el muro sintió tristeza, él estaba en Casa Blanca mirando por Tv. la celebración, al principio pensó que era el efecto de esos paisajes de Marruecos que le hacían pensar que nada de eso estaba ocurriendo, que solo era un sueño. Cuando niño había caminado frente al muro admirando su fortaleza, le parecía un gigante incapaz de ser vencido, por eso lloró al ver a su titán de piedra cayendo a pedazos mientras miles de personas reían celebrando su caída. Sintió rabia cuando comenzaron a vender pedacitos del muro en bolsas ridículas adornadas con el signo de amor y paz. A veces cerraba los ojos pensando que esa Alemania vivía solo dentro de sus recuerdos. Por eso prometió no volver a Berlín, le desconcertaba no encontrar las calles que existían antes de la caída del muro. No tenía amigos ya. En la primaria tuvo un amigo, era un escuálido pelirrojo con ojeras enormes, iban juntos a las clases de piano, odiaba las clases de piano. Algo pequeño crecía dentro de él cada vez que sus dedos tocaban algo. Más tarde supo que era rencor, algunas veces tocaba las piernas de su maestra de piano, una vez se metió entre sus piernas y aspiró profundamente. Tenía 7 años. Después de esa tarde jamás volvió a ver a la maestra de piano, el pelirrojo continúo con las clases de piano, a menudo lo veía pasar mientras jugaba en el jardín armando fortalezas imaginarias. Lo veía arrastrar su mochila llena de partituras, esbozaba una sonrisa y le despedía con la mano. Cuando cumplió 18 años se lo encontró en la fila del banco. Aún conservaba sus ojeras, pero su rostro de niño estaba convertido en una máscara amarga. Sintió tristeza, se dio cuenta de que los años robaban todo, que acababan con todo, que el sufrimiento era un ladrón descarado, frío, asesino. Supo que era tiempo de alejarse de todos sus recuerdos de infancia, supo que le dolía recordar los viajes con su madre, supo que una noche el tiempo le arrebató la oportunidad de vivir tranquilo. Los trenes siniestros de Londres pasaban frente a sus ojos, la neblina desfilaba ante sus pies. Se sintió solo, entró al bar para sentirse más solo.
Le gustaba sentarse en la barra, lo hacía sentir ajeno, Volvió a poner sus ojos en el tipo gordo, sentía asco por los cuerpos deformes, le gustaban los cuerpos esbeltos, olían diferente. Y sintió un golpe en sus ojos, en la cabeza. Cuando pudo recobrarse del golpe lo miró de nuevo.
Admiró su cuerpo, su piel era blanca, con destellos azulados, ojos casi negros, azul marino, mar infinito ardiendo en un pecho perfectamente esculpido sin rastros de grasa. Ángulos por todas partes, nariz recta, al final un poco subida, melancolía….rostro melancolía…cutis impecable, labios perfectamente delineados, rojo pálido, melancolía enfundada en camisa diseñador. El gozaba, al mismo tiempo aborrecía estar sentado en la misma barra. Palideció cuando melancolía pidió un martini-gin. Sus miradas se cruzaron. Ojos verdes-ojos negros. Tembló. En su mano el Lucky Strike vaciló, él le pidió un cigarro, extendió la cajetilla. Un inglés perfecto brotaba de ese hombre, sombrío, pero hermoso.
Un extranjero tan bello como él. Hablaron en inglés después se les escaparon a ambos palabras en español. Terminaron hablando en español, hablaron del bar, de la estupidez que por lo general inundaba los bares. Hablaron como lo que eran: dos personas totalmente solas en el mundo. Estaban solos. Solos sobre la tierra. Agonizando en hermetismo. Un mar de secretos en sus ojos, nudo de confusión buscando un poco de compañía. Y pidieron un martini tras otro, la ginebra es el diablo, hervía en sus bocas, con velocidad vertiginosa navegaba en su sangre.
Un poco borrachos salieron de ahí, caminaron entre la niebla de ese Londres que no les pertenecía. La fila del aeropuerto como una pesadilla, preguntas repetitivas, ciudadanos de la comunidad europea de un lado, los demás eran vistos como animales, como escoria y estaban en una fila larga, lenta. Nadie entendía por qué iba formado en la fila de la escoria.
Era rubio, alto, bien vestido como si la escoria no pudiera tener un cabello rubio y sedoso El agente le preguntó si era alemán, él dijo que no, le hicieron 10 preguntas repetitivas, después le dejaron pasar, después dos agentes de policía, después una llamada a la embajada de su país, después nada…Tomó el tren a Bristol, de ahí a HighWycombe –maldito pueblo pakistaní en inglés- regresó a Londres, Buckingham le daba asco. Estaba solo y borracho caminando hombro con hombro con ese hombre sombrío. Se besaron, fue un beso narcisista, egoísta. Lo llevó a su piso, ahí bebieron ginebra en vasos altos con hielo y soda. F242 sonaba, él detestaba la música electrónica, tenía ganas de oír una voz amiga, Elvis quizás. Tenía ganas de bailar con la ginebra en la mano y decir Its now or never, beber a sorbos lentos
Today has no means, he´s a lone anonymous
But written in his cells he´s got the marks of a genius
I´m looking for this man, to sell him to other men
One: You look the target
Two: You bait the line
Three: You slowly spread the net
Four: You catch the man!
No le decía nada, se sentía atrapado, cansado, harto del beat incesante, se sentía dentro de una fábrica de ruido. Desde la ventana miraba esa noche que lo arrojó a los bares. No durmieron, bebieron hasta vaciar dos botellas, después siguieron con media de Strega. Hablaban mirándose, admirando sus cuerpos, imaginando la carne apretada que se marcaba en sus ropas, se miraban a los ojos con egolatría. Tuvo miedo de enamorarse de alguien que le recordaba a él mismo. Escondió el corazón bromeando con sarcasmo, pero el otro era un río obscuro que lo arrastraba hasta el límite de sus pasiones de bestia. Tuvo que besarlo mil veces para ahogarse en su saliva de ginebra y perderse. Perderse en sus labios era como perderse en él mismo. Uno besa para calmar sus tempestades, uno besa, uno sabe que en los besos escapa una parte d su alma, Luna y beso, eso era esa noche de ginebra y Londres lluvioso que hervía dentro de ellos pero no les pertenecía.
En la cocina ojos verdes preparaba pasta con verduras, Jinx husmeó puso un sartén y echó dos bosteces grandes escurriendo en sangre, termino casi crudo, los sirvió en un plato blanco, con las manos como cubiertos tragó la carne. Pasaban de las 7, esa noche no salieron, destaparon un tinto y hablaron hasta la madrugada Jinx parece que siempre tienes hambre, hay algo en ti que me asusta. Los siguientes días él se levantaba temprano, Jinx dormía todo el día, por la noche algunas veces despertaba con el ruido del tren y del bar de la esquina, un bar de ingleses exclusivamente, la entrada a extranjeros estaba prohibida “no perros, ni migrantes” se daba cuenta de que Jinx no regresaría en toda la noche, algo dentro de él hervía con fuerza, golpeaba sus mejillas haciendo subir la sangre por sus sienes hasta su frente. Se metía a la tina con agua casi fría que calmaba su ansiedad, dormía tranquilo soñando con regresar, a algún lugar, el que fuera, pero regresar. Sabía que Jinx era un malnacido, pero entre colegas era imposible sangrarse así que esperaba pacientemente sus ausencias tomando café, leyendo, gastando el dinero que Jinx “olvidaba” todas las noches en la mesa de la cocina. No había tenido momentos tan íntimos como con Jinx desde hacía mucho tiempo, con él podía hablar de todo sin decirle quién era.
Algunas veces lavaba sus camisas llenas de sangre, sabía que escondía una Smith Wesson .38 en la bolsa del detergente para ropa de color, pero no tenía intenciones de preguntarle algo. Los días pasaban pasmosamente, algunos eran días tan difusos con horas tan largas que deseaba poder adelantar el tiempo. Sabía algo, con Jinx era mejor ser traidor a ser traicionado. Una vez se había enamorado, era una mujer de largos cabellos rojos, con caderas tan enormes como sus sueños de infancia rotos. Ella le chupaba el alma con besos suaves, con palabras tiernas que le escupían en la cara como verdades dolorosas. Se enamoró, eso fue en un trolebús, eso fue en un segundo. Y un día…la perdió sabiendo que ella buscaba alguien que la odiara, que ella buscaba un hombre fuerte y no un débil asesino con tendencias suicidas. Ella lo dejó sin decirle nada, lo dejó como se deja un par de zapatos viejos en medio de un montón de basura. Y el supo que era tiempo de buscarla…hacerle pagar.
Muchas veces soñaba que se olvidaba quién era, pero al despertar lo inundaba esa sensación de sentir que no podía alejarse de todo aquello que era él. Sabía que ningún lugar era lejos, que lejos no significaba nada, que lejos jamás podría estar. Lo único que guardaba de ella eran dos fotos. Le gustaba más una. Esa dónde estaba tumbada en la cama, desnuda, con una botella de vodka en medio de las tetas, mirándolo para que no se olvidara de ella, las sábanas rojas, el edredón rosa, su piel encima de su cama, sus ojos devorándolo, era noviembre , el invierno se asomaba en sus labios, por un segundo supo que ella lo dejaría, quiso engañarse, después de disparar la foto, se abrazó a su cuerpo caliente, estuvo con ella hasta el amanecer, sabiendo que esa foto sería el único recuerdo que podría capturar de esa mujer tan impulsiva como sus miedos. Todo estaba al revés, Londres era frío, la neblina le provocaba pesadillas, tuvo un sueño, estaba en medio del final del mundo, todo ardía, él sostenía un surtidor de llamas, vestía frac, miraba los cuerpos derretidos, reía. Era feliz. No tenía miedo del final. Realmente nunca lo tuvo.
Una taza de ginebra con té, un Lucky Strike para distraerse. Aquel día estaba cansado de buscar trabajo, tenía los pies hinchados, el sol era asqueroso, le dolía la cabeza, en medio de las dunas de concreto, Shangai se erigía como un paraíso. Escaparates rojos, dorados, dragones casi rosas, letrero neón. Shangai ardía como su alma –Se solicita mesero 18-25 años, activo, turno vespertino, propinas, uniforme, sueldo base- lo que le llamó la atención fue el uniforme, rojo y negro, siempre quiso comprarse unos zapatos rojos, siempre tuvo curiosidad por recibir una propina, tenía la edad justa. Entró, habló con la cajera
¿Usted de mesero? Pierde su tiempo, se nota que usted podría hacer algo mejor ¿no cree?
Yo por lo general no creo en lo que me sugieren las personas
Tajante le preguntó si podría hablar con el jefe en turno, ella señaló hacia la cocina “La persona con camisa de palmeras amarillas, tipo surf…es el dueño, con él tiene que hablar, cocina en este horario, ¿sabe? Tenga cuidado, es un viejo amargo, un mandarín vengativo” Olvidó preguntar su nombre, pero no saber los nombres le producía ansiedad. La ansiedad cuando se trataba de conseguir algo, era un estímulo casi celestial. El infierno de Dante y sus sietes círculos era mierda barata, la cocina del Shangai ardía pecaminosamente. Dolor humano. Centroamericanos, marroquíes, negros, pocos asiáticos. Vestidos de blanco, un blanco sucio, lleno de manchas de comida. Se quedó mirando un rato, un largo rato, el terror se apoderó de él. Le gustaba el terror, estaba mirando a un lavaloza cuando un grito lo hizo temblar. Era el mandarín quejándose por la lentitud de un galopino. Lo miró deseando ser él, al tenerlo de cerca el mandarín lo saludó “Hi mister…good afternoon” sonriendo dijo Buenas tardes. Una risa seca salió de aquellos labios ajados por la amargura…me preguntaba si usted podría darme un trabajo, vi su anuncio…Los zombies de blanco lo miraron piadosa y nerviosamente, el mandarín se echó a reír, una risa cruel y fría
¿Tú sabes trabajar? ¿Sabes lo que es una charola? ¿Puedes llevar café caliente en una mano y un plato con ensalada en otra?
Puedo
La palabra puedo siempre tenía un efecto poderoso. El mandarín lo miró fijamente, sacó un puro de la bolsa de su pantalón, un pantalón de color verde bandera que hacía juego con las hojas de las palmeras de su camisa, lo encendió, tres bocanadas ásperas…
Es tuyo manos de seda
Una mirada fría sobre sus manos, una risa ácida –La bodega de uniformes es aquella puerta roja.
Todas las puertas eran rojas, no preguntó, por intuición llegó a la puerta indicada, se midió algunos. Las personas eran gordas, bajitas, él era alto, esbelto. Sus brazos se marcaban firmemente bajo la camisa negra. El mandil era rojo, un rojo de sangre dragón quemada, decía: Shangai, en letras extrañas. Salió de ahí, le miraron, era tan diferente a ellos, sus ojos verdes sonreían. Todo el Shangai se llenó de su belleza. Se acercó a la barra lentamente, el gato acechando la presa. Pidió su libreta de comandas ante la mirada atónita de la chica en turno. Vio las charolas, los servicios doblados en estantes de madera roja, cafeteras, cubiertos Nunca pude escoger bien a mis amigos así que todos ustedes lo serán de 3 a 11…Preguntó cuáles serían sus mesas, le asignaron de la 33 a la 40, Shangai tenía 66 mesas y una mesa especial extra, sobre la barra de café- té-pan, miró a sus compañeros, un argentino a la par que él, era rubio…eran los únicos rubios. En unos minutos descubrió que el argentino llevaba luces en el cabello, estaban bien hechas, casi era imposible notarlas, pero él sabía de naturalidad y también de máscaras.
Nadie le gustaba. Todos se miraban aburridos, extranjeros solitarios. Desde ese momento no tuvo descanso, ni ayuda alguna, era el más joven, sin duda el mesero más hermoso de ese Shangai. Con los pies destrozados a eso de las 9 se dirigió al baño, ahí fue acosado por una de las bañeras. Esas chicas que cuidan los baños y ofrecen toalla para secarse las manos. Miró su rostro No es para tanto, a lo mejor sí, soy un tipo con un mentón perfecto. Se lavó la cara, limpió el sudor de la nuca. Faltaban dos horas, fumó un cigarrillo. Lucky Strike. Sus favoritos. Le daban suerte. La suerte se lleva en el nombre, por eso pensaba que su vida estaba destinada a la mala fortuna, odiaba la elegancia de su nombre. Atendió 6 mesas en las dos horas restantes. A esa hora la gente pedía café, pan, algunos pedían los paquetes que el Shangai ofrecía como cenas especiales Los tipos duros no nos sentimos solos jamás, yo soy un tipo duro. Al salir le informaron que tenía derecho a enviar su uniforme a lavar 3 veces por semana, se pensaba que tenía derecho a un uniforme limpio cada día, supo que la clase era algo con lo que se nacía, le gustaba estar limpio, la limpieza no tenía que ver con la riqueza, la clase tampoco, reafirmó nuevamente que la gente que servía estaba destinada a llevar un poco de mugre para no sentirse digna. La cajera le dio su sueldo, las propinas sonaban en sus bolsillos. Sintió algo parecido a la felicidad. Pensó en su madre, fue un momento bueno, lo olvidó mirando las luces neón de ese dragón hambriento que sostenía el letrero de su nueva prisión.
Caminó algunas calles, el centro comercial estaba cerrado, aún así, miró las vitrinas que daban a la calle, estaba buscando unos zapatos deportivos rojos, pensó en la estatua de Alexander Humboldt que estaba en la esquina con República de Uruguay. Berlín, Potsdam 1859, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, imaginó a ese hombre en su recorrido por México, seguramente el traje le resultaba incómodo por el clima.
Muchas veces se había quedado largo rato admirando su semblante, su ropa, era ajeno a los vendedores ambulantes que rodeaban ese jardín enrejado.
Pensó en unos zapatos que le quedaran bien. Atravesó la avenida, era grande, miles de autos en espera de la luz verde. Se metió a una vinatería, compró una botella de ginebra. Karat le gustaba la ginebra. Ese sabor a hierbas, enebro, trigo, centeno, seco sabor extraño que le producía la sensación de sentirse tranquilo mientras navegaba por su paladar. Había dejado el GENEVER. Cuando dejó Holanda dejó de beberla. Ginebra en mano regresó a los aparadores del centro comercial como una aparición ellos le miraba fijamente, zapatos rojos deportivos en piel de primera, 1250 pesos, sonrió, dio un trago largo, caminó unos metros, en un muro se podía ver el anuncio
Se renta, 1 recámara, elevadores las 24 horas
Entró al lugar, estaba húmedo y obscuro, le recordaba la risa del mandarín. Nadie. Tocó el timbre del portero, el tipo salió. Un tipo insignificante, bajito y feo le dijo que rentaban en unos 1 800 pesos mexicanos “180 dólares dijo, para que me entienda mister” Al tiempo que le decía eso pensó que necesitaba un sitio así, sonrió, le dio las gracias, se fue. Se detuvo en la esquina, observó el gran fantasma de concreto casi en ruinas pero majestuoso.
Tuvo ganas de llorar, tenía hambre, recordó que no había comido nada, recordó los panes al vapor del Shangai. Esos panes que no ofrecían los restaurantes orientales miserables de cualquier esquina. Detuvo un taxi. Le pidió que lo llevara a un bar. Colonia Condesa 11.37 de la noche.
Entró al bar, era estúpido, tipos yuppies bobalicones gastaban su sueldo en cócteles aguados de 60 pesos, cervezas sobrevaluadas de 30, rubias de peluquería mostraban sus diminutos culos en faldas tableadas estilo nasty-Zara. Se acomodó en la barra, sacó un Lucky, una mujer lo encendió. Miró el encendedor, baño de plata, delgado, elegante, pero sin alma. Una tipa bella. Belleza infantil y frívola. Miró su reloj, caro correas de piel, nuevo. La tipa le invitó un martini, al probarlo lo escupió
No tomó martini vodka, lo tomo Gin, un martini debe estar hecho con ginebra
Lo siento
Yo también lo siento
Ella discutió con el de la barra. Molesto, retiró la copa y comenzó a hacer de nuevo el martini. El se acercó, clavó sus ojos en la martinera…Lo quiero extra-seco, antes de hacerlo se pregunta…siguió adelante, sirvió el martini en una copa preciosa. Con desdén lo probó
¿Sabes qué es lo que hace que un martini esté seco?
Claro
¿Qué?
La ginebra
Una risa cruel y nueva estalló en su garganta, la había aprendido esa mañana del mandarín.
Eres un imbécil
El chico guardó silencio. Algunas risas. Algunas miradas. Se miraba en el espejo detrás de la barra Estaba feliz. Venían tiempos mejores. Risas, lugares. Todo estaba puesto ante sus ojos
Se dice: Como usted diga señor
Tomó el vermouth que estaba sobre la barra y echó un poco en la martinera abierta, tapó, agitó, sirvió en su copa, bebió. Lo miraba detrás de la barra, se sintió ridículo, sintió que esa barra no le pertenecía, el chico de la barra estaba quieto, como un títere esperando la mano que lo movería hacia algún lugar, pero eso no sucedió. Después de todo no tenía la culpa, era uno de esos tipos altos un poco de gimnasio, en mangas de camisa, enseñando músculo, de aspecto casi estúpido. La chica le hizo la conversación, él no era muy bueno. Conversando, por momentos lograba hacerla reír, pero después se aburrió de ella
James Dean jamás tuvo que vivir momentos tan aburridos
James le conmovía, había visto todas sus películas, algunas en el cine, otras las había rentado, detestaba los domingos, hasta que un día se le ocurrió que podía pasar de ellos mirando películas de James Dean. La tipa fue al baño, su bolsita de cuero descansaba elegantemente sobre la barra. No lo dudó ni un segundo tomó el bolso, empujó el resto del martini-gin. Salió de ahí, subió al primer taxi que encontró. Se bajó en el Barracuda, ahora ofrecía servicio las 24 horas, Barracuda all time. Cenó, se sentía estúpido cargando el diminuto bolsito de cuero. Fue al baño, lo tiró en el bote de basura. Se quedó con el dinero, contó despacio, cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve. Sonrió, su noche estaba hecha, dejarse guiar por la apariencia de loa zapatos, el encendedor, bolsa y reloj, tenía sentido. Avenida Revolución estallaba en sonidos de desesperados claxons. Frente al majestuoso fantasma en ruinas fumó un Lucky Strike, tocó la portería, dijo que quería el piso de 180 dólares ante la somnolienta mirada del portero, quién le dijo que tenía que esperar hasta mañana para darle un contrato, mirándolo fijamente le dio 2500 pesos…El resto es suyo, no es mucho, pero es todo lo que tengo, necesito el piso esta noche…El portero fue por las llaves, tercer piso, departamento 33. El número 33 le gustaba. Uno de sus bares favoritos era el 33. Entró, encontró escasos muebles. La alfombra roja le gustó desde el primer momento. Estaba cansado, se tumbó en la cama, pensó en James Dean, en su peinado, en su pullover, en esa voz que le gustaba tanto, en su mustang, pensó en que estaba muerto y lloró en silencio por él.
*Autopsia
De oficio: Barman, escritora, peluquera de perros, maquillista de funeraria.
Intereses: perros, coctelería, fotografía, autos viejos y grandes velocidades, rock and roll, literatura.
Nació en México DF, en el Centro Histórico en algún año perdido de la década de los setenta; pasó por un sin fin de escuelas, debido a mala conducta; de la universidad huyó despavorida para seguir escribiendo y regresó después de una década a intentar cerrar el ciclo. Nunca ha asistido a talleres literarios, entiende la escritura como un ejercicio solitario. Ha dedicado la mayor parte de su vida a escribir, quizás lo hace mal aún, pero ha sido constante en ello. Actualmente sirve ocasionalmente tragos en un evento privado para sobrevivir; destila su propio vodka con métodos rudimentarios, peluquea y ampara perros callejeros. Por el momento escribe su sexta novela [inédita] que habla de algo que no existe: el futuro.
Contacto:[email protected]