Vamos por la vida tomando partido por todo como si todo nos atañera, como si todo fuera nuestro asunto, como si en ello nos fuera la vida. Y entones nos duele la desgracia ajena más que las desventuras personales, o es que la desgracia de otra persona nos ayuda a sentir que no estamos tan jodidos.
No entraré en detalles particulares, hay gente sensible a la que no te el puedes oponer porque de inmediato, antes de que reacciones, serás tachado de reaccionario, egoísta, imperialista o cualquier cosa que les moleste y entonces te estarán escupiendo en la cara, sólo porque no confundes la empatía con la miserable compasión.
A un niño lo arrolla el tren y es un hecho lamentable que a todos duele. Claro, es algo muy desafortunado, pero mientras todos gritan por que saquen al tren de la ciudad tú te preguntas dónde estaba la mamá, y si estaba, recuerdas que los accidentes suceden en un parpadeo, así, sin más. Pero no te atrevas a decirlo, trágate tus palabras o sentirás la furia de quienes explotan cualquier caso (por aislado que sea) para esgrimirlo contra las autoridades porque esa es su misión en esta vida. Claro, fuera el tren, pero si el niño hubiera sido arrollado por un carro, ¿fuera los coches de Morelia?, y si lo hubiera atropellado uno de sus compitas con la bici, ¿fuera los niños de la ciudad? No me hagas mucho caso, no he dormido bien durante las últimas noches y el whiskey saca lo mejor de mí (fuera del cuarto y quedo nada más yo).
En una ciudad llena de cafres en la que los accidentes viales ocurren cuando un carro derrapa por el carril de la irresponsabilidad, lo del tren es un caso lamentable pero aislado, digo, siendo francos, no hay un atropellado en las vías a diario. Aun así el tren debe salir de la ciudad, pero si hemos de pugnar por ello hay que argumentarlo desde todos los ángulos: el crecimiento desordenado de la ciudad, el que no es del gobierno o de pasajeros, ni siquiera mexicano, para estarlo aguantando, los pitidos desmesurados a deshoras de la madrugada, un patio de maniobras que en algún momento estuvo a las afueras de la ciudad pero la mancha urbana se lo ha comido y ahora está en medio de la capital, el nulo beneficio que Morelia saca de esa infraestructura en comparación con los perjuicios a la ciudadanía.
En fin, es tan fácil agarrar de bandera la desgracia ajena, tanto como plantearse conformar un bloque político a partir de los padres de los 43 de Ayotzinapa a fin de negociar cargos o carteras. Y entonces, quienes hablan de empatía mientras sacan la raja con otros fines terminan siendo tan ruines como los funcionarios que administran la desgracia, hablando por ejemplo de desapariciones y asesinatos. Y entonces, a pesar de actuar igual, los vemos escribiendo columnas y notas en las que se desgarran las vestiduras y las acusaciones al gobierno se vuelven un mantra.
Yo no quiero tomar partido por nadie, siento mucho lo sucedido porque mi hija tiene la misma edad y me imagino lo que han de sentir sus padres, pero si no voy a hacer nada por ellos me dejo de pendejadas dado que mi compasión no va a solucionar nada.
Ayotzinapa, el tren, Tlatlaya, las mujeres oprimidas, el “ya chole con tus quejas”, los matrimonios igualitarios, la legalización de la mariguana, la prohibición de la fiesta brava y tantas luchas más no son mi lucha, puedo tener una postura al respecto pero a nadie le debe importar puesto que no soy quien vaya a determinar una cosa u otra, así que no tengo por qué estar jorobando al personal con mis desgarramientos de vestiduras y mis juicios morales, o como le dije a mi esposa cuando quiso enterarme de las broncas conyugales de mi hermano: lo que me interesa está de la puerta para acá, de la puerta para allá, cada quien sus broncas.
En fin, no se me haga mucho caso, de hecho lo mejor es que usted ignore todo lo que acaba de leer, son sólo las quejas de un tipejo con insomnio.