En el penúltimo día de actividades de la sección de Largometrajes Mexicanos en competencia en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), se presentó La casa más grande del mundo (2015), pequeño drama rural codirigido por la debutante Ana V. Bojórquez y la mexicana Lucía Carreras, quien ya tiene una trayectoria como guionista y directora, faceta en la que debutó en el 2011 con Nos vemos, papá.
Situada en las montañas del departamento de Huehuetenango, en el altiplano guatemalteco, La casa más grande del mundo cuenta una anécdota muy sencilla: Rocío es una niña que pastorea ovejas bajo la tutela de su madre embarazada, pero ante la inminencia del parto, la pequeña debe encargarse del cuidado del rebaño. Ante la llegada de un nuevo integrante a la familia y el extravío de uno de sus animales, Rocío empezará a entender el sentido de la responsabilidad y dará un paso adelante en su crecimiento emocional.
El origen de la película se remonta a los años en que Ana V. Bojórquez vivía en su natal Guatemala. Platicando con gente de la región, que debido a las condiciones climáticas desarrolla actividades predominantemente ganaderas, la directora conoció muchas historias de pequeños pastores. Con esto en mente, comenzó a escribir el guion junto a Edgar Sajcabun y cuando por fin estuvo terminado, decidió mudarse a México para conseguir el financiamiento, un largo y tortuoso proceso que duró aproximadamente cinco años.
Cuando Lucía Carreras se integró al proyecto, ambas directoras decidieron aprovechar las fortalezas de cada una. De esta unión salió la idea de hacer minuciosos recorridos para familiarizarse con el entorno en el que se desarrolla la narración además de la realización de talleres con niños de esa zona predominantemente indígena para elegir a los que interpretarían a los personajes principales.
El guion aprovecha las condiciones del medio y de una anécdota simple para tejer esta previsible historia de crecimiento, relacionando quizás con un poco de obviedad el tema del nacimiento y la muerte como dos caras de una misma moneda. Es claro también que al trabajar con actores no profesionales existe el riesgo de que no logren encajar del todo en la dinámica de los personajes aunque se gane en terrenos como la natural adaptación al entorno. Sin embargo, una imagen demasiado limpia y una musicalización que por momentos remite a otro tipo de película son factores que operan en contra de su credibilidad.
A pesar de que hay cosas para rescatar en esta pequeña película, persiste la duda si el material alcanza para un largometraje, pareciera por momentos que el metraje se estira y se estira con el único objeto de sobrepasar la hora de duración. En todo caso, la cinta fue recibida con moderado entusiasmo tras la función de prensa, ya veremos que le depara el destino a La casa más grande del mundo.