Recientemente -hace unos ocho o nueve años en realidad- el dr. Pablo Fernández Christlieb, quien es profesor investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM, escribió un artículo intitulado El fin del matrimonio, publicado por El Financiero en 2006, en el que se preguntaba la razón de los divorcios.
Cuestión que es, a mi parecer, normal en una sociedad donde es cotidiano saber de parejas separadas o divorciadas. Como quiera que sea, el dr. Christlieb se formuló una pregunta que, al parecer, muchos nos hemos hecho o, al menos yo en lo personal, sí.
Y es que resulta evidente que muchas parejas y matrimonios han optado por divorciarse o, ya de plano, en vivir en unión libre. Sin embargo, no podemos afirmar si existe o no –como en variadas ocasiones se afirma- un aumento en el índice de divorcios y de parejas que viven en el llamado concubinato. Lo cierto es que el fenómeno existe y merece la pena pensarlo un poquito.
Christlieb menciona en su artículo que el divorcio se debe, precisamente, a la existencia del amor y no a la inexistencia de.
Excelente paradoja: ¿no debería ser el amor la razón para que el matrimonio se fortalezca en lugar de debilitarlo? Con todo, Christlieb piensa que sí pero que, sin embargo, en la actualidad predomina una idea del amor que lo concibe como algo acabado y ya dado de por sí, existente con independencia de los amantes, que es pues el descubrimiento que los amantes han de encontrar algún buen día en el otro buscado con anhelo durante toda la vida. Así, son explicables frases como , o la trillada frase sobre la media naranja.
Estas frases del lenguaje popular delatan la idea que del amor predomina en la actualidad. Es, además, interesante ver que la idea del amor y las prácticas del amor en nuestra época tienen absoluta concordancia si partimos de la premisa de que si definimos al amor como algo que existe en algún lugar y que hemos de encontrar, es absolutamente entendible el que una vez encontrado pensemos y actuemos como si el amor siguiera existiendo con independencia de lo que los amantes hagan o dejen de hacer.
Esto no es todo, el amor en nuestros días es un amor que, me parece, se finca y apuntala en la atracción física haciéndolo bastante endeble si tomamos en cuenta que siempre encontraremos en nuestro camino personas más atractivas físicamente que nuestras actuales parejas. Para Christlieb es claro que hay una diferencia entre el divorcio actual y las separaciones de las parejas de antes: No me imagino, ni tantito, a mis abuelos separados y mucho menos separados.
Es que, para Christlieb, las parejas de antaño no se separaban y mucho menos se divorciaban. Todo esto es explicable si se toma en cuenta que para Christlieb las parejas de antes, es decir, nuestros abuelos, bisabuelos y, quizá todavía, nuestros padres, se casaron por cualquier cosa, menos por amor. Lo anterior hacía que fuera soportable cualquier infidelidad o agravio en contra del cónyuge (cuestión que era reforzada además por las creencias altamente católicas y que hacían del divorcio algo socialmente impensable), pero, era sobre todo la cuestión de no esperar amor del otro lo que hace, para Christlieb, posible pensar que las abuelas –y algunos abuelos- aguantaran toda clase de humillaciones, vejaciones y hasta maltrato físico por parte de sus parejas.
Hoy no es así, hoy sí buscamos el amor en nuestra pareja pero tenemos la idea (pasiva) de que el amor existe por sí solo y esto hace que dejemos de cultivarlo, es decir, de hacer todas aquellas cosas lindas que hacen sentir bien al otro. Finalmente creo que esa debería ser la práctica del amor: el pensar en el bien del otro, es decir, verlo como un fin y no verlo como un medio para conseguir placer físico. Así, es fácil que la rutina y el tedio se apoderen no del amor, pero sí de la pareja y finalmente esta opte por separarse.
La vida en unión libre o concubinato (como usted guste nombrarla) es entendible también desde esta perspectiva. Muchos jóvenes en la actualidad deciden aplazar o dejar para después el matrimonio en espera de ver si su pareja es la persona adecuada. Eso nunca se sabe del todo.
Además de todo esto, la cosa se complica si se toma en cuenta el proceso de desacralización que devino con el pensamiento moderno como una sombra que, cada vez más, está consumiéndolo todo. Podemos entender la desacralización como el proceso mediante el cual aquello que era sagrado ha dejado de hacerlo para ser solamente un objeto sin significado sagrado.
No nos explayaremos en explicar el origen de este proceso, cuestión que daría para un ensayo de otras dimensiones, diremos solamente que se originó cuando el modo de comprensión del mundo pasó de lo mítico- mágico a lo razonal y científico dando paso al desarrollo ulterior de la ciencia y la tecnología como comprensión del mundo y de la vida social.
Así, todo lo que antes era explicable mediante los Evangelios y demás escritos sagrados se explicó después mediante el método científico y las comprobaciones y las exigencias de objetividad propias. El lugar de Dios y lo sagrado fue tomado por el método científico. De esta forma, la figura de Dios ha ido decayendo poco a poco y con él, el temor al castigo por el incumplimiento de sus sagrados mandamientos, hay que recordar que el matrimonio es un sacramento: ya no nos asusta el infierno y sus flamas eternas. De esta manera, si Dios ya no existe (Nietzsche) como medio de comprensión del mundo: todo le está permitido al hombre (Dostoievsky). Si tomamos en cuenta que el matrimonio es una institución que se levanta sobre cimientos sagrados, es entendible, su debilitamiento.