Por Oscar Valdovinos
No, no, no, hijo. Mira. Yo te voy a decir una cosa: yo puedo ser borracho. Soy borracho pero soy poeta. Así que yo te entiendo de verbos y gerundios. O sea, no te creas que estás hablando con un pendejo cualquiera como los que están aquí. Mira, A Rubén puedes decirle que es un ignorante y un burro porque nomás se dedica a hacerle a la maistreada ¿O qué? ¿Va a aprender algo de ciencia echando mezcla?
Ya me lo imagino leyendo a García Lorca mientras pega tabiques. O a Iván. Ni modo que arreando la yunta le dé por gritarles poemas a sus animales. Por cierto ¿Has leído a García Lorca? Esa que dice: esa poesía que dice: este, a ver… «Yo me la llevé al río…» No. No me acuerdo. Pero está bien chida. Es de un güey que le reclama a su vieja porque se acostó con otro antes que con él y pos, ya no era quintita. Entonces este bato le reclama y le dice: pos no, pos que qué pedo si él la quería un chingo y, luego, para que ella le salga con esas jaladas pos como que no va, ¿no? Me acuerdo cuando lo leí. No, güey. Sentía clarito cómo me pegaba en el corazón. Ya sabes. Tengo la sensibilidá a flor de piel. Como lo tienen los poetas, pues. Por eso, clarito sentía cómo me llegaban las palabras aquí merito en el alma… «yo que me la llevé al río…» No, no, güey. No puedo acordarme. Pero sí me la sé. No creas que nomás te estoy cuenteando… «yo que me la llevé…» No. No doy. Pero sí me la sé. Neta. Yo te conozco de poesía lo que ni te imaginas. A ver, cítame un autor. El que quieras. Con confianza. Dame un nombre y yo te digo qué libros ha sacado. Yo te conozco desde, este, como se llama… sí. sí, Rulfo. Desde Juan Rulfo hasta Sartre. Para mí, da lo mismo si es mexicano o francés.
Te digo, me las sé de todas, todas. Esto es algo que se trae en la sangre. No es fácil. Esto lo trabajé desde más chiquillo. Si con decirte que en la primaria yo era el que decía las poesías en los actos cívicos. Y luego, en los Diez de mayo, en el Día del Maestro, en el Día del Padre. Sí. Una vez hasta hice llorar a mi mamá cuando declamé Granada en el Día de las Madres. No. Si tu vieras visto, cómo me aplaudió la gente ese día. Y mi jefa chille y chille, así, quedito. Ya luego le echó la culpa al pozol. Quesque tenía mucho chile, que si la cebolla, que una basurita en los ojos. Nada qué, luego luego vi que la poesía le llegó con todo y pos no se pudo aguantar. ¡Uta! Cabrón. Qué tiempos aquellos… Mi jefa me peinaba así. Mira. Me ponía la raya así, de lado y luego el copete. Me cai que me parecía un chingo a Benito Juárez. Todos los del salón me veían, así. Como con envidia porque era el único que sabía decir poesías de memoria ¡y con todo y movimientos! Porque no era el asunto de nomás decir las poesías así, en seco. Hay que ponerle sus ademanes, sus movimientos. Saber bajar y subir la voz. Emocionar a los que te escuchan.
El pinche Toño se reía cada vez que me veía practicando. Pero yo sé. Yo sabía que era la envidia la que ya no se la aguantaba. No, hijín. Escúchame. Yo sabía que le gustaba a la Rosario nomás que no me decía nada porque le daba miedo. Así somos los poetas. Las mujeres nos tienen miedo porque traemos esa vena de la literatura y podemos enamorarlas en un rato. Ellas lo saben. Nomás dices: «Yo que me la llevé al río» O algo así y ¡Zas¡ Caen. Ni cuenta se dan. Se hacen las desentendidas y las interesantes pero la verdad es que les da miedo meterse con un poeta. No es fácil, te digo. Llevar una relación con un hombre de letras ta´cabrón. Por eso, mejor se hacen pendejas. Como si no te pelaran. Pero yo sé. Yo sé que, cuando les hablas con la poesía, segurito que caen. Pero, mira, escúchame. No te duermas. Te voy a contar de cuando me apañé a la Rosita… cuando lo de Oscar Wilde… No te duermas. Despiértate. Íralo, íralo. Aguanta. No te duermas, chingao…
Foto: Iván Sánchez