Mientras en los medios de comunicación y redes sociales comenzaban a compartir información sobre el inicio del eclipse total de sol, como aquel “poetuit” del periodista y amigo Francisco Valenzuela, desde la rosada capital michoacana, que profiere: “En Morelia el eclipse solo se verá en un 22%. Está más nublado mi corazón”, o el del escritor tapatío Antonio Ortuño, que cuenta que un padre le advirtió a su hijo afuera del colegio: “No mires al sol, que te deja ciego así como el reguetón te dejó sordo”. Mientras todo eso sucedía, la mañana del 21 de agosto los del camión de la basura seguían haciendo su chamba como cualquier otro día, afuera de mi casa.
Otras millones más de personas, sin embargo, ya se preparaban para entonar la canción de Total eclipse of the heart en los Estados Unidos, entre ellos su autora Bonnie Tyler —y yo pensaba que ya había muerto— a bordo de un crucero de la empresa Royal Caribbean, cerca de la costa de Florida. Ella, sin sospecharlo, también eclipsó por dos minutos y cuarenta segundos el éxito bailable Despacito de Luis Fonsi, que según medios como la BBC alcanzó el primer lugar entre las descargas de la plataforma iTunes de Apple, oscureciendo al megahit del puertorriqueño, además de ser la más escuchada en Spotify.
Este oscurecimiento a Fonsi poco le importó —también el eclipse—, si revisamos su Twitter donde hay sólo felicitaciones a su esposa ese 21 de agosto: “Cada día más bella, cada día me enamoro más. Desde lejos celebro tu cumpleaños y te felicito por ser la mejor esposa y madre que Mika, Rocco y yo pudiéramos tener” y otros más sobre su éxito musical Despacito. Bueno, el eclipse no se vio en Argentina, ni en Puerto Rico. Es eso.
Con esa imagen de hombres separando la basura, salí de casa y tomé el camión rumbo a la explanada de la delegación Benito Juárez, en el que ojalá hubiera sonado Despacito para que el chofer bajara un poco su velocidad —pos traía mucha prisa, tampoco le importaba el eclipse—. Yo pretendía estar a más tardar a las doce del día en ese sitio, no para ver necesariamente el eclipse, sino para registrar las reacciones de los ahí reunidos, los cuales eran alrededor de cien curiosos que ya hacían fila para admirar ese fenómeno desde alguno de los quince telescopios instalados dentro de un corral.
Uno de los quince telescopios pertenece a Arturo Aguilar López, aficionado a la astronomía desde hace 25 años. Me cuenta que a él lo que lo movió a clavarse en esto de mirar el cielo fue el eclipse del 11 de julio de 1991, ese que también viví yo con trece años de edad desde la azotea del edificio donde vivía en Guadalajara —increíble cómo todo se oscureció, los pájaros cantaron y volvió la luz en minutos—, y el túnel de la ciencia del metro La Raza, acá en la Ciudad de México, en el que a lo largo de un kilometro se pueden ver planetas, estrellas, galaxias y constelaciones y que seguramente ese lunes estuvo atiborrado de niños y jóvenes, no por gusto, sino por el regreso a clases.
Arturo forma parte de la Sociedad Astronómica de México y el telescopio que lleva lo construyó él mismo, hace un año, con tubo de PVC y otros materiales que se pueden conseguir prácticamente en una tlapalería.
Ahí mismo está su esposa, María Elena Hernández Camarena, quien trae otro telescopio, ella amablemente invita a todos a mirar el eclipse desde ese aparato; Gabriel, el hijo de Arturo, un joven de veinte años que estudia para físico-matemático en el Instituto Politécnico Nacional y quien quiere dedicarse a la investigación cuando salga de la escuela, aunque ve complicado que esto pueda ser en México, también trae su telescopio; el nieto de Arturo, un niño que no pasa de los diez años también trae el suyo. Todos traen su telescopio. ¡Son la familia telescopio!
Durante más de cinco horas, tanto niños como viejos y jóvenes estuvimos ahí reunidos para ver desde los telescopios de esta familia y otros más el eclipse total de sol que fue, ya sabemos, de manera parcial en México.
Aquí algunas fotos de ese momento, de ese eclipse que oscureció pasito a pasito a Despacito, de Fonsi, y que resucitó a Bonni Tyler, y que si bien no son la más espectaculares imágenes, es tan sólo un registro amateur, discreto, en la era del celular y los selfies de algo que se volverá a repetir hasta el 2024 según comentan Arturo y su familia, quienes ya me invitaron a que nos veamos en noviembre para ver una lluvia de estrellas. Trato hecho.