Era diciembre de 1990 y el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, alcanzaba una popularidad sin precedentes. Una extraña combinación de políticas neoliberales y un personaje populista se reflejaban en aquellos comerciales de Solidaridad, el programa emblemático de su gobierno que prometía ayudar a los más pobres. Pero detrás de la conmovedora campaña, potenciada por, quién más, Televisa, se daba una despelucada a los bienes del Estado, una política de privatizaciones donde entre otras empresas paraestatales se vendía Teléfonos de México, el monopolio obsoleto que entonces pasaba a ser un monopolio privado y cuyo dueño era un tal Carlos Slim, ingeniero civil egresado de la UNAM.
Unos años después, ya con la crisis económica y social que echaba por los suelos la popularidad de Salinas de Gortari, el México de las sospechas afirmaba que el dueño de Telmex no era el ingeniero, sino el licenciado; que Slim era tan solo un prestanombres del también llamado Chupacabras, el nuevo villano de nuestro moderno melodrama. Vaya dúo: el político ladrón y el empresario voraz, una alianza malévola, una pareja de malditos que ni siquiera podría escribir un guionista de Televisa.
Pero los compadres, los supuestos socios, terminaron como enemigos. Salinas de Gortari concluyó su Presidencia en medio de la insurrección indígena y heredó a su sucesor una quiebra financiera que enterró el valor del peso, disparó la inflación y causó la ruina de millones de mexicanos. Para colmo, ese sucesor de nombre Ernesto Zedillo metió a la cárcel al “hermano incómodo” Raúl Salinas, una muestra inédita de rompimiento entre mandatarios priistas que seis años después tocaría fondo con la llegada de Fox a Los Pinos. Tiburón por naturaleza, Slim no se iba a pelear con Zedillo, al contrario, lo hizo su aliado y con ello terminaría la supuesta complicidad con el que ahora llaman “jefe de la mafia en el poder”.
Como sabemos, Carlos Salinas se exilió por varios años en Irlanda, mientras que Slim incrementó su fortuna hasta ser considerado el hombre más rico del mundo. Ambos alcanzaron la figura de inalcanzables, inaccesibles, y aunque el ex presidente regresa esporádicamente a los medios, en el caso del empresario es casi imposible verlo en entrevistas a fondo.
Sin embargo, un periodista se ha dado el lujo de entrevistarlos a los dos recientemente. Su nombre: Diego Enrique Osorno, nacido en Monterrey, dueño de una narrativa reconocida a nivel continental y también interesado por el cine documental. En una visita a Morelia muestra su nuevo proyecto audiovisual: La muñeca tetona, documental que se centra en una curiosa fotografía que descubrió en Twitter, donde varios intelectuales posan sonrientes al lado de Carlos Salinas de Gortari y una extraña muñeca de fieltro y pechos prominentes. Ahí está puro peso completo de las letras y el periodismo: Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Granados Chapa, Iván Restrepo, Benjamín Wong Castañeda, Margo Su, León García Soler y Héctor Aguilar Camín, postal tomada por el legendario fundador de Cuartoscuro, Pedro Valtierra. Era 1987 y Salinas ya se veía con la banda presidencial, lo que ocurriría varios meses después.
Cuando la figura de Salinas sigue siendo un mito, una oscura leyenda, Osorno entra hasta una de sus casas y le hace una extensa entrevista para que le cuente cómo se dio esa polémica fotografía con intelectuales que con el tiempo se inclinarían por fustigar al priismo y en algunos casos apoyar decididamente al ya eterno candidato de siglas AMLO.
Y lo que se encuentra la cámara de La muñeca tetona es a un personaje que raya en el cinismo, un tipo convencido de que hizo lo mejor por este país, un político en la mayor de sus expresiones. El documental también recurre a opiniones de la omnipresente Denisse Dresser, el pejista Fabrizio Mejía, el editor Pavel Granados, el periodista Jaime Abello y el académico y también comunicador José Carreño. Luego de mostrar en el Centro Cultural Universitario de Morelia la serie de entrevistas para entender la relación de intelectuales con el poder, Osorno explica que para conversar con este tipo de personajes, específicamente con el odiado Salinas de Gortari, hay que hacer a un lado las fobias sociales y remitirse a preguntar. Además, si alguien sabe esto de charlar con pillos es Diego, quien ha entrevistado a sicarios, a narcotraficantes, a auténticos asesinos seriales sin rastros de compasión.
“No me gusta hacer entrevistas de confrontación, no es mi estilo, antes de encontrarme con Salinas vi todas las entrevistas que le han hecho, incluida la de Denisse Maerker, pero la que me sirvió mucho es la que hace Lowell Bergman (Murder, money and Mexico), porque en ella Salinas se exhibe a sí mismo”, nos explica ya en una entrevista personal.
Cansado de los medios tradicionales que quieren inmediatez y pocos caracteres, Diego Enrique ha emprendido una trayectoria de periodista independiente desde que cubría el conflicto de 2006 en Oaxaca, “regresé a mis inquietudes vocacionales: contar historias de muy largo aliento, y tuve la oportunidad de publicar una crónica extensa de ese conflicto en Letras Libres. A partir de eso estoy convencido de querer contar historias de forma profunda, algo que difícilmente se puede hacer en eso que llamamos diarismo. No es que no me guste el diarismo, de hecho lo sigo haciendo, lo ejercí recientemente en las circunstancias de Venezuela, pero si me das a elegir, me quedo con la profundidad del texto”.
Pese a que la crónica de largo aliento y el periodismo narrativo gana reconocimientos de entes especializados, Diego Enrique considera que este lenguaje no le interesa mucho a los medios tradicionales, y que poco incide en la forma de cómo éstos publican noticias a sus lectores. “No creo que este tipo de periodismo influya en las estructuras mediáticas, más bien influye en las redes sociales, en la reconfiguración del consumo de información, entre quienes buscan cosas novedosas. Nosotros tratamos de ejercer el periodismo que nos gusta, librándonos del sesgo y del yugo que te puedes encontrar en cualquier medio, porque esto pasa en todos lados, y a pesar de ello, uno siempre termina buscando editores, aunque te nuevas en el terreno de la independencia. Cuando escribo textos tan largos busco gente que me ayude a revisarlos, a mejorarlos, que me den sus comentarios, es un acompañamiento imprescindible”.
Obsesionado con entrevistas que marquen la diferencia, Osorno persiguió por mucho tiempo al inalcanzable magnate de las telecomunicaciones hasta que por fin lo recibió en una serie de charlas que se plasman en el libro Slim: biografía política del mexicano más rico del mundo (Debate, 2017). Ahí devela al hijo de un libanés aficionado al beisbol, aunque recientemente se ha encaprichado con el futbol y acaba de perder otra batalla contra su enemigo mediático Televisa, que aseguró por ocho años las transmisiones de la Selección Nacional pese a la multimillonaria oferta del ingeniero y otras empresas que ponían 260 millones de dólares en la cuenta de los dueños del balón.
¿En qué momento estos antiguos amigos, Salinas y Slim, toman rumbos distintos en cuanto a imagen pública?, le preguntamos a Osorno. Y es que mientras el ex presidente morirá como el más odiado de los mexicanos, don Carlos es hoy por hoy el tío bonachón de un país tercermundista, el millonario que invierte en museos, en fundaciones, en el Centro Histórico de la capital. “Es extraño, pero es verdad, Slim tiene muy buena imagen a pesar de que no es el altruista que muchos piensan; por ejemplo, me parece absurdo eso de que donará cinco pesos por cada peso que deposites en su fundación para ayudar a los damnificados del temblor. Es como si el ciudadano condiciona a que le des cinco picos o de lo contrario no removerá escombros con el suyo. Slim hace negocio con las crisis, es su especialidad, él siempre gana con estas crisis”.
Al libro, Osorno lo ha acompañado por una pequeña animación donde recicla diálogos con el principal accionista de Grupo Carso, conversaciones que vistas a manera de subtextos juegan con complicidades y enemistades como quien juega al beisbol. “El catcher es el más importante del juego, es el que le dice qué hacer al pitcher”, revela el ingeniero.
¿Y qué disfruta más Osorno: escribir o dirigir documentales?, recordando que hace no mucho debutaba codirigiendo El Alcalde, una introspección a la vida de Mauricio Fernández Garza, el munícipe que presumía gobernar la ciudad más segura del país porque él mismo se encargaba de eliminar a los delincuentes. “Lo más complicado de los documentales siempre es el dinero, pero yo no suelo ver eso porque siempre hay un productor que se encarga del financiamiento. Más bien yo me peleo con ese productor que siempre te dirá que tal cosa no la puedes hacer, a lo que uno responde que sí se puede. Al momento de rodar, tú ya hiciste todo un proceso de investigación, un scouting, todo un trabajo arduo, al igual que en una crónica. Luego viene la edición, que es armar el rompecabezas. Yo disfruto todo, desde la idea hasta que sale a la luz, pasando por cosas complejas, en el caso de los textos, como es la verificación, que es fundamental para validar tu trabajo como periodista.
¿Dónde queda la ficción?, le cuestionamos. “Escribí una serie para televisión hace unos años que anda por ahí, detenida, lista pero sin salir al aire. He escrito algunos cuentos para antologías, pero en general la ficción no es de mi interés, siempre ha estado por encima el periodismo escrito y este año es la primera vez que pongo como prioridad los documentales”. Añade que se viene uno nuevo: la historia del primer autodefensa de México, un michoacano de quien pronto sabremos más, quizá para finales de 2017 o inicios de 2018.