Me cuesta trabajo digerir lo ocurrido el pasado primero de octubre en Catalunya. También me sacude leer en las redes sociales cientos de mensajes fascistas que aplauden una operación militar contra civiles desarmados, quienes fueron vapuleados salvajemente por profesionales del terror, esclavos de un gobierno español cobarde.
Hace un año llegué a España y, en pocos meses, he visto cómo el Sistema opera cínicamente para mantener a una parte de la población de rodillas, controlada, sumergida en la ignorancia y el conformismo. He visto el trato inhumano del Estado hacia los refugiados y migrantes y cómo se naturaliza el racismo institucional en todo el país. He visto cómo agentes de la policía hacen redadas xenófobas contra latinos y africanos. He visto marchas donde la gente entona alegremente “Cara al Sol” y enaltece los valores de la extrema derecha. He visto situaciones insólitas y decadentes de violaciones de derechos humanos que me hacen pensar que España vive un subdesarrollo muy profundo y no se da cuenta o no quiere verlo. He visto jubilados añorar los tiempos de Franco y afirmar que España necesita un caudillo. He visto lo impensado y ni la Unión Europea, ni Naciones Unidas ni organismos internacionales han calificado al Estado español de tiránico ni peligroso. Al contrario, lo defienden.
Leo en la prensa notas, editoriales, crónicas y columnas sobre los hechos del primero de octubre y los días sucesivos y me trasladan a otro mundo, a una España lejana, muy diferente a la que vivo, de violencia sicológica, de intervención excesiva. Los medios tradicionales justifican la ocupación militar, el fascismo de Estado y arrojan sus palabras de rabia contra los líderes catalanes y aquellos que osaron votar en un referéndum “ilegal”. El País llama “delincuentes” a los catalanes y se burla del “nivel intelectual y profesionalidad” de los medios de comunicación que opinan diferente o muestran una verdad con hechos. Por si fuera poco, El País llama y advierte una posible segunda barbarie: “(…) quizá haya que usar la fuerza de nuevo, y más vale que cuando llegue ese momento no tengan a una institución armada de su lado que se desentienda otra vez de la legalidad. Y si eso ocurre, que al menos la opinión pública asuma con madurez democrática cómo funciona el Estado; cualquier Estado”. (El País, 2017, Félix Ovejero y Alejandro Molina). Me aterra la prensa iracunda y servil, de letras afiladas, llenas de veneno contra la gente indefensa. Prensa peligrosa la de España.
Percibo que esa España en la que vivo no la entienden esos medios de comunicación al servicio del Estado, pero esa soberbia de sus dirigentes, de Mariano Rajoy y la guerra sucia orquestada por los periódicos y la televisión contra Catalunya, han despertado a una sociedad que en el hartazgo aciertan un sentimiento en común. Ese despertar me asombra, pero también preocupa. Mientras la sociedad se organiza, se manifiesta, alza la voz pacíficamente, el Estado y la anacrónica figura del rey traman una segunda embestida.
Fue claro Felipe de Borbón en su discurso, uno agresivo dirigido al país el 3 de octubre, el día en que miles de personas salieron a las calles como protesta y rechazo a las cargas policiales. A las nueve de la noche, en todas las televisoras españolas, se escuchó lo siguiente. Primero, una cortinilla, audio de trompetas y texto: “Mensaje de su majestad el rey” (Sí, en España se golpea y se tienen rey): (…) “Con sus decisiones han vulnerado de una manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una ‘deslealtad inamisible’ hacia los poderes del Estado”, dice Felipe en alusión a las autoridades catalanas. Y para remover aún más el conflicto: “Han socavado la armonía, la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando, desgraciadamente, a dividirla”. (Faltaban aplausos grabados o fanfarreas al término de cada sentencia real para dar ese toque absurdo y caricaturesco).
Felipe puso empeño al subrayar que el movimiento catalán busca “quebrar la unidad de España y la soberanía nacional”. En fin. Durante 6 minutos y 53 segundo Felipe mostró incapacidad de conciliar una problemática e ignoró los abusos cometidos por el Estado contra la población. En otras palabras, ni propuestas ni soluciones ni perdón.
Tanto Felipe como Rajoy están empecinados en una narrativa estúpida y fascista: respetar una Constitución anacrónica como la misma figura del rey e implantar el “estado de derecho” a golpes, a madrazos. Mientras el pueblo se levanta y toma fuerza, el Govern alista la proclamación de independencia: ¿el próximo 9 de octubre será el día de la segunda embestida?
Las calles de Barcelona están llenas, la resistencia de los catalanes contagia y miles de personas en toda España se suman a esa realidad de rebelión, rebelión al mal, a la opresión, a la manipulación y el engaño, rebelión a la violencia. La mayoría de los españoles, independentistas o no, están indignados. Hoy la población tiene voz y aunque piden ayuda internacional, no hay una intervención real, sólo llamaradas mediáticas. Si esto hubiera sucedido en Venezuela, Cuba, o en algún otro país odiado por los dominantes, la condena sería lapidaria. Rajoy y Felipe han cometido un error terrible y están próximos a saberlo. La segunda embestida del Estado será su perdición.
1-O. Los hechos
La violenta ocupación policial, extendida en todo el territorio catalán por órdenes de Mariano Rajoy, expuso al mundo la perversidad de un gobierno central autoritario que permanece abrazado a los principios ideológicos del franquismo.
El odio y la salvaje represión de la Policía Nacional y la Guardia Civil, evidenciada el 1 de octubre en Catalunya, son muestra de un régimen tirano, inflexible, manipulador y colonialista. Rajoy y sus secuaces, cegados por la locura, vulneraron con brutalidad extrema los derechos humanos y elementales de la población catalana.
El Estado español aplicó la fuerza como hacen las dictaduras cuando el reclamo del pueblo se organiza y exige sus derechos ante el poder sordo y negado al diálogo. La realización de un referéndum “ilegal” sirvió de pretexto para que Rajoy enviara miles de elementos a Catalunya para arremeter indiscriminadamente contra ciudadanos desarmados e indefensos, quienes pacíficamente querían hacer valer su derecho a decidir.
La legalidad o no de la votación del primero de octubre pasó a segundo término a partir de que grupos antidisturbios golpearon a ancianos, atacaron a mujeres, hirieron a jóvenes y dispararon bolas de goma a multitudes. Hay preocupación en España, en Catalunya, pero también esperanza de alejarse de Franco y sus sucesores.