Los políticos mexicanos y la literatura no se llevan bien. En diciembre de 2011, en plena ola de las campañas electorales, el entonces candidato Enrique Peña Nieto no supo mencionar correctamente los tres libros que habían marcado su vida. Se lo preguntaron en la FIL, cuando el mexiquense presentaba el libro México, la gran esperanza, editado por Grijalbo y que actualmente puede conseguirse por 80 pesos. Después del bochornoso capítulo muchos mexicanos nos preguntamos: ¿si EPN no es capaz de recordar el título de un libro, tendrá el talento para escribir uno?
Antes de él, otro presidente mostró su desapego con las letras. Fue Vicente Fox quien no conforme con inventarle un premio Nobel de Literatura, le cambió el nombre y apellido a Jorge Luis Borges, llamándolo «José Luis Borgues».
Sucede algo muy curioso con nuestra clase política: no les gusta leer, no conocen autores ni creo que sepan distinguir un género de otro, pero muchos de ellos “escriben” libros, lo hacen como una suerte de ley suprema de inmortalidad, porque si no dejan huella de su grandeza en un libro, ¿de qué otra forma lo harían? El propio Fox, quien deja ver su penosa redacción en cada tuit, ha publicado libros como A Los Pinos (Océano, 1999); La revolución de la esperanza (Aguilar, 2007) y recientemente Sigamos adelante (Grijalbo, 2018) donde deja ver su pleito con el presidente norteamericano Donald Trump. Imaginar a Vicente Fox frente a una computadora escribiendo una línea sin faltas de ortografía es complicado, tanto como imaginar que su sexenio fue el cambio que prometió en el ya lejano año 2000.
Otro panista, el exgobernador de Puebla Rafael Moreno Valle, gastó millones de pesos para promocionar su libro La fuerza del cambio (Miguel Ángel Porrúa, 2017). Lo mismo lo vimos anunciado en comerciales de televisión que en espectaculares a pie de carretera, en spots de radio y en invasivos banners de Internet, así como en micros, combis y bardas. Toda una estrategia para ser nombrado candidato presidencial, cosa que no consiguió, aunque como premio de consolación le dieron chance de postular a su esposa para sucederlo en el cargo poblano.
Los Calderón también dicen que escriben libros. El expresidente Felipe presumió la publicación de El hijo desobediente (Aguilar, 2006) una autobiografía donde relata cómo se decidió a ir por “la grande” a pesar de un entorno desfavorable en su propio partido. Su esposa, Margarita Zavala, tiene las mismas ganas de ser presidenta y en 2016 se puso a escribir Mi historia (Penguin Random House), un libro en el que comparte el resumen de sus orígenes y de su educación, “más que chismes de la vida política”, según se lee en la pequeña presentación.
El que se cuece aparte es Andrés Manuel López Obrador, quien dice haber escrito tantos libros que ahora se mantiene de las puras regalías, en respuesta a aquellos insidiosos que siempre le preguntan “¿pues de qué vive, si no trabaja?” Su debut literario lo hizo en 1990 cuando relató lo que se convertiría en su coco existencial: los fraudes electorales. Derrotado como candidato a gobernador en su tierra natal, escribió el libro Tabasco, víctima del fraude, pero su primer best seller (dice él) llegaría en 1999 con Fobaproa: expediente abierto. Reseña y archivo (Grijalbo) en el cual pone al desnudo a quienes orquestaron la salvación de los bancos en perjuicio de la economía nacional.
Ya como jefe de Gobierno en el entonces Distrito Federal lanzó a librerías Un proyecto alternativo de nación: hacia un cambio verdadero, con lo que dejaba abiertas sus intenciones por ser presidente del país. Al igual que Fox, tiene un libro dedicado al malvado presidente de los Estados Unidos: Oye Trump. Propuestas y acciones para la defensa de migrantes en EU, al que le siguió 2018: la salida, ambos publicados por Planeta. En total, son 17 los libros firmados por este tabasqueño, quien por cierto presumió que uno de ellos era el más vendido en Gandhi, cosa que días después desmintió Verificado MX.
El capítulo más reciente y que ha causado pena ajena fue protagonizado por el flamante doctor José Antonio Meade, quien no conforme con su triste campaña que lo mantiene en tercer lugar de las encuestas, se atrevió a decir durante una entrevista en el programa Tercer Grado que en una semana se publicaría su libro. Cuando Carlos Loret de Mola le preguntó por el título, el egresado del ITAM y Yale simplemente respondió: “No me acuerdo, pero sí lo escribí, escribí todo menos el título”.
Sin mayores propuestas para fomentar la lectura y mucho menos la escritura, los políticos mexicanos difícilmente sostendrían un debate sobre libros, pero eso sí, todos escriben, todos publican a rabiar. Son escritores de clóset, tienen un gran potencial en sus letras pero privilegian el servicio público. Gracias a todos, sin ellos, nuestros pequeños libreros no serían los mismos.