Por Edgar Chávez
Llegué temprano a la casa de mi compa. Es domingo, siete y media de la mañana. Salí como a las seis de la casa y agarré la burra en Maneadero. Mi compadre vive por la Ochenta y Nueve en una traila como la mía; nomás que la mía tiene agujeros en el piso y no tiene vidrios en las ventanas, se cuela el aire. Mi mujer le puso unos trapos que se encontró en una segunda en el Ejido Chapultepec, le clavé unos plásticos; pero con el sol se revientan, no duran mucho. No ha habido quebrada para hacerle arreglos, nos tenemos que emboltijar en el invierno, los plebes duermen con ropa y mi mujer y yo dormimos con chamarras debajo de las cobijas.
La de mi compadre hasta vidrios tiene, nomás le falta una manita de pintura; pero todo está en su lugar, muy acomodado. Hay un jardincito afuera con hielitos y otras matas del desierto. El compadre tiene un pickup para el jale, anda sin placas y a veces sin frenos. En veces no ha querido prender la troca, pero casi siempre lo saca de apuros para llevar y traer herramientas y chalanes. Los dos empezamos juntos de albañiles, como peones, hace muchos años. Yo dejé el jale por un tiempo cuando anduve en la construcción al otro lado. Ganaba bien, pero un día me agarró la migra en una redada y ya mejor me regresé a Ensenada, es una vida mas tranquila acá, aunque se gane menos. Mi compadre ya es maestro de obra. Trabaja con un arquitecto, tiene una cuadrilla. Llegué temprano porque es el cumpleaños de mi hijo el más plebito y mi mujer tiene la ilusión de hacerle una piñata. Vine a pedirle a mi compa un adelanto de la raya de la semana que entra, para comprar unos dulces y unas carnitas para la piñata en mi casa, al medio día.
Nomás llegar oigo las risotadas de mi compadre. Sale de la casa con un vaso de cheve en la mano, muy contento. ¡Pásale, pásale, compadre! Hay mucha gente adentro de la traila, hay botanas y caguamas en una mesita y en una pared está la telesota que se compró el mes pasado mi compa. Todos le decíamos que no comprara ese mostro; pero él estuvo necio. “Es para el Mundial, la estoy agarrando en especial”, decía. A mí no me gusta el futbol, soy más del beis, aunque de todos modos no me da por estar pegado en la televisión, la que tenemos fue una de las que regalaron cuando dijeron que las televisiones gordas ya no iban a funcionar. Mi mujer estuvo haciendo bien harta fila para que le tocara la dichosa tele. Nomás vemos lo que se puede con la antenita de conejo, aunque mi mujer esté dale y dale que pongamos DISH. Hasta ahora la he librado; aunque pienso que en cualquier chico rato me va a hacer manita de puerco. Yo me quedo dormido nomás me siento en una silla. Cansa el jale.
Ya con un vaso de cheve en la mano y viendo la tele, me acuerdo que juega México a las ocho de la mañana. No quiero probar la caguama, es muy temprano. No es que le haga el feo, si ha habido veces que a las siete de la mañana estoy chupando; pero ha sido porque nos amanecemos. Empezar en frío a esa hora no se me hace de Dios.
Llamo aparte al compadre para decirle que si me adelanta la raya. Nomás levanta las cejas y empieza a decir que no con la cabeza, con un gesto. Me dice “No mames compadre, ando muy gastado”, los abonos de la dichosa televisión si le están pesando cada semana. Es que mi compadre ya se quiere dar vida de rico. Seguro se gastó una buena feria en las caguamas y las papas. Luego invitando a tanto cabrón. “Es el día del padre compadre, las caguamas son para que no nos sepan tan diatiro los putazos que nos van a poner los alemanes”. Me agarra de un brazo y me dice en la oreja “Orita vemos si a la mujer le sobró algo de la cundina y si sí, te los adelanto pues; nomás aliviánate poquito, échate una cervecita y vamos a ver el partido”. En la tele se escucha al Perro Bermúdez y ya están cantando los himnos. Me resigno y me siento con mi vasito de cheve y me lo empujo de un solo trago. Es lo primero que me cae a la panza este día.
La mujer del compadre está en la cocina haciendo unos huevos con nopales. Tiene un altero de tortillas de harina y una salsa del molcajete. “Ya mero van a estar los burritos”, dice como hablándoles a todos. Uno de los chiquillos dice que quiere hotcakes y lo que saca es un coscorrón bien dado. “Que elegante me salió este”, dice riéndose. Uno de los hijos mayores de mi compadre está en una esquina del sillón, no lo había reconocido. Todo greñudo y con tatuajes. Ya debe haber cumplido en la grande. Dios quiera que ahora si siga derechito. Yo siento que la comadre se murió de pura tristeza de tener a su hijo en la cárcel. Chulo está mi compadre con su hijo de veintitres años y un chamaquito de tres . Yo veo muy contenta a la mujer, se me hace que, de menos, le van a ensartar unos dos hijos más.
En esas estaba cuando de pronto hay un grito de gol que se oye en toda la cuadra. Yo me había perdido la jugada viendo cómo la mujer del compadre hacía los burritos y los ponía en platos. Está muy muchacha, de unos veintidós años, con el pelo negro y largo. Morena. De una risa que se pega y pues la verdad está muy buena. Me da pena haber pensado eso, mejor volteo a ver la repetición y el Perro Bermúdez parece grabadora repitiendo “Chuqui, chuqi”. Uno de los invitados del compadre aventó un vaso de cerveza que rebotó en el piso de madera de la traila. No se quebró porque cayó esquinado. La verdad me emociono, aunque no se bien porqué. Da alegría pues. El compadre me explica que Alemania fue el campeón en el Mundial pasado “De menos el de la honra lo metimos pronto, orita vas a ver cómo se ponen de perros los alemanes y nos van a golear para que se nos quite”.
Llegan los burritos con salsa del molcajete y le entramos más duro a las caguamas. El compadre se lanza por otra y cuando abre el refri, lo veo retacado de cheve. Comienzo a seguir el partido. Yo nomás estoy esperando la goliza de Alemania; pero no les dan el gusto. En cada pase se me sale el corazón. Les empiezo también a gritar pendejadas a los alemanes y siento que se me suben los güevos a la garganta cuando tiran a la portería. Termina el primer tiempo y en la tele dicen que podría ganar México.
El compadre y sus invitados ya están convencidos de que México ganará. Se escucha el murmullo por toda la cuadra, gente gritando y riendo. En el medio tiempo aprovecho para ir echar una meada en el patio. Me voy atrás de un arbolito, aunque todo está pelón por aquí. En el fondo está una covachita donde guarda mi compadre la herramienta. Mientras estoy meando, veo al hijo mayor de mi compadre salir de la covachita abrochándose el pantalón. Pensé, ya hizo un baño mi compadre, me va a poner una cagada por seguir meando en el patio. Me abrocho y le echo un poquito de tierra a los meados con el pie. Ya para cuando me iba a meter, abro tamaños ojos al ver salir a la mujer de mi compadre de la covachita, arreglándose la blusa. Me escondo bien atrás del arbolito y me quedo un rato afuera. Saco un cigarrito; pero no me calienta el sol, lo tiro al piso y lo aplasto.
De regreso en la traila sigue la fiesta. Me vuelvo a meter al partido. Hasta se me hace que juegan bien bonito los mexicanos, más que los alemanes. El portero, uno chinito, con una banda en la cabeza, apara un montón de tiros. Sigo con el Jesús en la boca cada que los alemanes tienen el balón. Hay ratos que nadie habla, se me hace que todos están rezando para que no se vaya a salar el partido y perdamos. Mi compadre dice, “Estos pinches alemanes meten gol en el último minuto. ¡Pero hemos aguantado compadre!”. El pinche árbitro da un chingo de tiempo de compensación. Yo por lo menos siento que me muero de los nervios, estoy con las nalgas volando en el sillón. No puedo creer que hayamos aguantado tanto. Nomás estoy esperando el gol. El árbitro pita y se me hace imposible que hayamos ganado. Abrazo a mi compadre. Mi compadre llora de emoción. Todos nos abrazamos y lloramos. “¡Ganamos! ¡Ganamos, compadre! ¡Ganó México!“ me dice el compadre hincado en el piso. Luego llegan los taquitos de frijoles, más caguamas y más fiesta. Como a las once y media me despido, el compadre me prestó el dinero y me dio un abrazo que sentí de corazón.
De regreso para agarrar el micro voy pensando en cómo es cabrona la vida. Tengo un nudo en la garganta. Se me revelan el partido, la meada en el solar, las lágrimas de mi compadre y los taquitos de frijoles. Sentí que me nacía la cosquilla del fútbol y una grima por las pendejadas de todos los días. Pensé en mis chamacos y su mamá en mi casa, la piñata y los dulces. Por la calle la gente festejaba. México ganó y mi compadre perdió.
Foto de portada: Flickr/Roberto Cabral