Desde el comienzo de Rusia 2018, hemos publicado un intercambio de cartas entre el mexicano Adrián González Camargo y el argentino Roberto Jáuregui. Sus esperanzas mundialistas han sido derribadas, pero su amistad no la destruye ni el mejor delantero del mundo.
Querido Roberto:
En mi carta pasada te contaba, mejor dicho, sugería cómo odio las elecciones y prefiero el anarquismo o la ausencia de instituciones. Mentí un poco. La verdad es que me gustan las elecciones presidenciales en México, lástima que sean cada seis años. Te explico por qué: imagina que la gran mayoría de los mexicanos que podemos votar, estamos en un escenario de teatro. Después de votar a presidente, nos tiramos a dormir en el escenario. De vez en cuando alguien despierta. Uno dice algo sobre cómo los perritos deberían ser aceptados en las cafeterías. Otro sobre cómo deberíamos respetar a los ciclistas y peatones. Otro sobre el veganismo. Otra más sobre el yoga. Alguien en el fondo, seguramente todo el tiempo, estaría lanzando citas bíblicas. Otro más recordaría cada día cuántos muertos han muerto, con la precisión de un calendario. El resto seguirían dormidos. Pero resulta que vienen 6 años y nuevamente todos despiertan. Todos, cabrón. Unos hablan más alto y otros casi no hablan, pero todos lo hacen. Eso es fenomenal, ¿no te parece? El problema es que… Que mejor te digo la resolución en la obra de teatro que ya mismo estoy empezando a escribir.
El miércoles pasado terminaron las campañas presidenciales, de modo que -cuando empecé a escribir esto- la atención se había quedado en dos suspensos: ¿Quién ganará las elecciones? ¿Le ganará México a Brasil? Pensé escribirte inmediatamente después de recibir tus dos cartas, pero preferí esperar a que México pasara -es un burdísimo cliché lo que voy a decir, tú me disculparás- los dos siguientes partidos. De modo que empecé esta carta antes del fin de semana y la termino ahora lunes al mediodía
Qué risa y qué curioso al mismo tiempo eso de ponerse el disfraz de otro país para no encender más la mecha, evitar enfrentamientos y discordias. Una conocida argentina me contó una vez que le pasó justo lo contrario en una frontera, pero yendo hacia Israel. Dice que cuando al oficial de la frontera le mostró su pasaporte argentino, el oficial gritó: ¡Maradona! y les dejó pasar.
¿Te fijaste en las distintas emociones al pararse y escuchar el himno? Cada ceremonia previa al mundial es similar a las últimas palabras de un astronauta antes de ser lanzado al espacio. En adelante será más grave. Este sábado, los astronautas argentinos son enviados a la Marte Francia. Dios los bendiga, che. Acá en México tenemos otro himno, le llaman el segundo himno, el famoso Huapango de Moncayo. La cerveza Corona se encargó de meterlo en nuestros recuerdos de la infancia con unos paisajes espectaculares que hoy día filma cualquier dron.
Los tiempos cambian, los himnos permanecen. Carajo, hasta la liturgia católica dejó el latín a mitades del siglo XX. Los ciudadanos seguimos siendo perros viejos que no aprendemos himnos nuevos. ¿Sabías, Roberto, que existe una ley mexicana que obliga a las radiodifusoras a reproducir el Himno Nacional todos los días a las 00:00 y 06:00 horas? Podríamos decir que nuestras leyes no tienen que ver con nosotros, que estamos locos en México. Bueno, también otras leyes absurdas siguen vigente en el mundo. En la Gran Bretaña, por ejemplo, los chicos que cumplieron catorce años deberían aprender a tirar con arco.
Me gustó mucho leer de ti que la gente no piensa que quiere educación, sino que piensen como ellos. Siempre le echamos la culpa a las nuevas generaciones de todo, así que diría que el presente hoy día es demasiado presente. Discutiremos más esto, si me permites dejarlo para capítulos presenciales y no epistolares, pero por ahora te adelanto que el presente parece una eterna escoba que no deja mucho del pasado, que no nos (¿les?) deja ver hacia atrás y que solo muestra un cierto futuro. En momentos como estos, Roberto, quisiera poder viajar al siglo XV o XII, solo para preguntarle a la gente qué tanta conciencia tenían de su pasado y qué esperaban del futuro.
Pareciera que la tecnología del siglo XXI nos ha hecho cumplir muy pronto las expectativas que, por ejemplo, nos dio la ciencia ficción desde el siglo XX. Sé que la ciencia ficción existe desde antes, pero estoy pensando en aquel cuento de Ray Bradbury, donde una casa automatizada termina incendiándose. Era como un robot suicidándose, a pesar de la ausencia de los humanos. Esas casas ya existen, pero la ausencia de la humanidad no parece estar en la presencia de las materias, sino en la ausencia de la voluntad por perpetuar la especie. Me estoy metiendo en un terreno desconocido, así que solo quiero preguntarte: ¿qué pasará en la humanidad cuando hayamos cumplido todas las promesas de la ciencia ficción? ¿O será que Black Mirror está haciendo promesas nuevas?
El sábado pasado vivimos una tristeza ajena, sobre todo los que hinchamos por Messi. Fue increíble cómo Messi y Kun encontraron la solución a un minuto del final. A segundos, mejor dicho. Eso pudo ser la clave a todos los problemas, incluso hasta los problemas de Hilbert. Pero no fue así. Maradona mira al cielo. Le pregunta a Dios: ¿dónde está la mano? Dios le responde: la usaste en 1986. Y uno le pregunta a Sampaoli: ¿Por qué dejarle casi todo el juego a Messi? Messi parecía el hígado de un alcohólico. No se le puede tener más conmiseración. Al final, Messi lanza tremendo pase, casi como una línea de Dante a Beatriz. Solo que Kun Agüero sí lo recibe y besa el balón hacia el interior. Esa era la respuesta, insisto, ahí estaba la llave mágica, el último boleto de Willy Wonka. Y Sampaoli no lo descubrió. Ese mismo día, Cavani y Uruguay sacan a Cristiano y Portugal. ¡Qué alegría! Lástima por Messi, pero por mi el Mundial ya valió la pena de no ver jamás al Hamilton del futbol convertirse en campeón del mundo. Malegría, diría Manu Chao.
Ayer fue domingo 1 de julio. A la medianoche, el tres veces candidato López Obrador, finalmente gritaba ¡Viva México! como presidente legitimado. Por la mañana del lunes, desperté con la camisa de la selección, por cierto marca Adidas (marca alemana). Del partido no te cuento, tal vez lo viste. Hay fe endógena y fe aprehendida. La de México, en el futbol, es aprehendida. La de Brasil, endógena. Así corría Ayrton Senna, ¿lo recuerdas? Probablemente el mayor piloto de la Fórmula 1. Lloraba porque creía. Corría más rápido por que creía. Los mexicanos apenas empezamos a creer. Danos tiempo, cabrón, danos tiempo.
La noche cae como una cobija que se va haciendo pesada. México pierde en el Mundial porque -además de la fe- es maquilador. En Rusia le hizo el trabajo sucio a los otros, sacando a Alemania y perdiendo contra Suecia. ¿Te fijas cómo es México? Maquilando a los grandes. Por ejemplo, una pieza de ropa de Zara (su dueño, de los más ricos del mundo) la encuentras en Moroleón, Guanajuato evidentemente más baratas. Mucho más. También le hizo el trabajo sucio a Stalin, ¿te acuerdas que acá mataron a Trotsky? Exagero, tal vez. Perdón, ya pasará el trago amargo.
En fin, espero que en tu envidiable viaje por Latinoamérica ya estés cercano a la línea del Ecuador. Saludos a Darwin, aunque esté enterrado en Inglaterra junto a Stephen Hawking e Isaac Newton, por ahí te encontrarás con una huella de él a tu paso.
Un fuerte abrazo veraniego.
Adrián
Morelia, 2 de julio del 2018
Foto: Flickr/Elisabetta Stringui