Por Raúl Mejía
Lo prescribió el filósofo postsocrático José José: “el amor acaba”.
… y eso me pasó con Brasil.
No por los motivos obvios de la derrota en la eterna fase posterior a la de grupos en el mundial.
Brasil podía ganarle a México en los partidos esenciales (cosa a la cual están plenamente acostumbrados ellos, y nosotros también a ser derrotados) pero mi amor seguía ahí, hierático, incólume, juarista y sin despeinarse… pero llegó un sujetoide absolutamente impresentable llamado Neymar, el mismo chaquetero que por tres monedas -en realidad fueron muchísimas monedas- cambió al Barsa para irse al Paris Saint Germain como una escala técnica para arribar al Real Madrid, sembrando inquina a su paso, peleándose con Cavani y quien fuera. Arruinó el vestidor y tengo la sospecha que su lesión, previa al mundial, fue un pretexto para cuidarse y no exponer las negociaciones de su papi.
¡Odio a Neymar y de paso al scratch du oro!
Todo tiene un antecedente y paso a exponerlo: me parece vergonzosa la forma en que los futbolistas se hacen pendejos en la grama de los estadios. Apenas los tocan con el pétalo de una metáfora y parece hubiesen sido fracturados en alguna extremidad. Los retortijones del purulento Neymar cuando Layún puso su pie en el ínclito tobillo del mercenario brasileño (se retorcía como gusano ensalado) me dejaron pasmado: ¿hasta dónde puede llegar la miseria ética de un forúnculo humanizado? Tan solo él consumió ocho minutos de juego mientras estaba en “terapia intensiva” gracias a las “salvajadas” infligidas por los aztecas que, impotentes, veían el quinto partido en perspectiva… pero en Qatar (no sé cómo se escribe).
Espero serenamente (pero muy encabronado) que eliminen a esa escuadra en la siguiente ronda y propongo algunas medidas urgentes a la FIFA. Espero le lleguen antes de la final al señor Infantino. Va el texto que le enviaré por DHL:
Caro Gianni:
Te escribo desde una mesa a la orilla del Arno y con una cuba en la mesa. Por más que le he hecho la lucha, me traiciona mi esencia tropical y nomás no puedo aficionarme a los (dicen) deliciosos vinos de la toscana. Atrás de mí se alcanza a ver la torre del Palacio Vecchio y hace un calor que me hace imaginar que estoy en Lázaro Cárdenas, un puerto industrial michoacano que es nuestra puerta al oriente lejano.
Déjame que te cuente, caro Gianni: desde hace algunos años me ha preocupado la salud de los futbolistas. Su integridad física pues. El asunto es con los del género masculino. Sólo en ese sector, porque he visto partidos de fucho entre mujeres y suelen darse unos madrazos de verdad cañones y se levantan como si nada. A una mujer, seguro lo sabes, no se le da eso de hacerse pendeja con los golpes de la vida o los del futbol (que, para fines prácticos son lo mismo).
He visto a dos o tres damas luchando por su escuadra sin importar que anden como el equino del famoso “corrido del caballo blanco”: con el hocico sangrando o con hematomas en alguna parte de su (normalmente) sublime anatomía y siguen jugando. Tan hermosas y honorables. No me digas que jamás has puesto tu tribunicia mirada en cuerpecitos como el de Laure Boulleau, Nayeli Rangel o Hope Solo… ¡ay, cuánto talento para el desborde por los extremos me cae! ¡Qué pundonor, por vida de Dios!
El caso, para no desviarme, es que dado que a los hombres nos da por sufrir diez veces más cuando nos golpea una imagen poética (ya no se diga una sutil patadita), ya va siendo la hora de cuidar a esos dioses de la grama y vigilar que no se nos vayan a romper esos hijos de su repin… en fin.
Cuando vi el sufrimiento de Neymar (sí, esa nena sobrenatural) en los cuatro partidos jugados hasta la fecha en el mundial de Rusia, me pregunté si no es hora de vigilar la salud y seguridad de esos quebradizos guerreros (normalmente latinoamericanos) y decretar una medida en su beneficio: cada vez que un jugador la haga de pedo porque un adversario pasó a su lado y le dijo “hazte pa´llá, puto” (y se caiga como si lo hubieran herido), los servicios médicos deben ir por él, subirlo a la camilla y mantenerlo en observación por cinco minutos sin entrar al campo.
Con esta humanitaria medida es probable que, cuando haya una fractura expuesta, el paciente la esconda de inmediato y siga jugando como una mujer, es decir, con huevos, con honorabilidad, sin el síndrome de Neymar, ese mercenario. Imaginen a Marcelo corriendo atrás de Thiago Silva (otro primer actor) gritándole “¡Thiago, dejaste tu peroné cerca del área chica!”
Cuando pienso en el acto criminal de Layún cuando posó su pie en el tobillo del miserable Neymar y éste se revolvió como gallina descabezada pensé: “ese crack debe ser internado en el IMSS de inmediato y dejarlo en reposo dos días”, porque todo el mundo vio cuando el tobillo se le hizo pedazos.
¡Qué diferencia con los jugadores europeos (aunque de vez en vez hacen sus desfiguros) y con las damas futboleras!
La medida que propongo, Carissimo Gianni, cubre dos parcelas del juego del hombre. Primero su integridad física y segundo, la honorabilidad del juego.
Respecto al fuera de lugar mejor no te digo nada porque me lincharían, pero sería bueno lo eliminaran.
Desde la cuna del Renacimiento, te mando un caluroso (literal) abrazo.
R.