Beirut, la capital de Líbano, es probablemente la ciudad más cosmopolita de Asia Occidental. Con más de un millón de habitantes y poblada en igual proporción por cristianos y musulmanes, la urbe vive al día, sobrellevando las dificultades producto de su diversidad cultural y religiosa, la cual, aunada a las tensiones políticas de la región, ha sido el origen de graves conflictos a lo largo de su agitada historia.
La capital libanesa es también cuna de escritores, músicos y cineastas. Entre éstos últimos destaca el nombre de Ziad Doueiri, exiliado durante la guerra civil, que vivió y trabajó en Estados Unidos y Francia, antes de regresar a su ciudad natal. Reconocido en Sundance y San Sebastián por su trabajo como guionista y director de Las fantasías de Lila (Lila dit ça, 2004), al igual que El atentado (The attack, 2012), Doueiri ha llegado a las puertas de Hollywood con su cuarto largometraje, El insulto (L’insult, 2017), nominado al Oscar en la categoría de Mejor película de habla no inglesa en la más reciente edición de los premios de la Academia.
La cinta, que llega a cartelera gracias a la distribuidora Alameda Films, inicia con un día típico en Beirut. Tony, de origen cristiano, riega las plantas de su balcón, el agua cae sobre Yasser, un trabajador palestino que realiza obras en la calle, lo que provoca un altercado entre los dos hombres. En el furioso intercambio de palabras Yasser insulta a Tony, quien decide llevar el caso a los tribunales. El pleito legal pronto se convierte en noticia nacional, revelando las tensiones existentes entre los diferentes sectores que conforman la volátil capital mediterránea.
Desde el inicio la película anuncia que no intenta tomar partido. Y es que la situación en aquella región del mundo es tan compleja e inestable que más vale andarse con sutilezas. La historia reciente del país registra una serie de sucesos lamentables que exacerban los ánimos de las partes en conflicto. Durante el juicio que sigue a la pequeña reyerta callejera salen a colación tragedias como las matanzas de Sabra y Chatila, en donde cientos de refugiados palestinos fueron asesinados por la Falange Libanesa (de origen cristiano), así como la Masacre de Damour, en donde milicianos palestinos realizaron una serie de fusilamientos masivos contra la población civil de origen cristiano. Yasser y Tony se han visto directamente afectados por estos actos criminales, por lo que les resulta inconcebible una solución pacífica a sus diferencias.
La cinta maneja con habilidad los elementos del drama judicial, pero en vez de centrarse al interior de los personajes el relato se extrapola hacia la compleja realidad del entorno. Políticos radicales y matones de barrio atizan el fuego del conflicto. Más aún, los abogados de ambas partes, que resultan ser padre e hija, utilizan el escándalo para intentar, de una manera grotesca, resolver sus diferencias.
Doueiri (quien coescribió el guion junto a su ex esposa Joelle Touma), suele expresarse sin ambages, estilo que lo ha metido en serios aprietos con los sectores más conservadores de un país que, a más de treinta años de una guerra civil, aún no cicatriza sus heridas. El cineasta libanés no se define como un militante, en cambio, intenta tender puentes hacia el entendimiento, hacia el perdón y la aceptación de un pasado del que no siempre somos responsables.