Huele a humo en Uruapan. A lo lejos arden los cerros. Parece que el sol hubiera rodado cuesta abajo para incendiarlo todo. Pero no. No es el sol. Ni siquiera las colillas ni los vidrios dejados accidentalmente. Curiosamente, el negocio del aguacate ha prosperado vertiginosamente en los últimos años. ¿Son ellos quiénes provocan los incendios? La pregunta no es azarosa.
Una tierra antaño vergel, oasis, refugio de viajeros, se ha convertido con el paso de los años en un desierto. Esta situación me recuerda tanto a la compañía bananera que arrasó con Macondo en Cien años de soledad. Cada año vemos morirse nuestros cerros, que son como nuestros pulmones. A pesar de lo anterior, Uruapan no pierde su renombre como la capital mundial del aguacate. Tierra del oro verde.
Y hablando precisamente de oro, en una ocasión leí una sentencia de Goethe que guardo en mi memoria como una de mis citas literarias favoritas: “Gris, querido amigo, es toda teoría, y verde el dorado árbol de la vida”. Sí, el autor del Fausto nos recuerda que el precio de la vida, el valor de la naturaleza, son incomparablemente mayores que cualquier prestigio teórico o comercial. A lo largo de los años no hemos comprendido a profundidad el sabio consejo de Goethe. Ni tampoco el epígrafe de Lord Byron que se lee en El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer: “¿No son las montañas, las olas y los cielos parte de mí y de mi alma, así como yo de ellas?”.
Respirar el aire de la CDMX durante un día equivale a fumar cuarenta cigarrillos. Debido a la contingencia ambiental, a los habitantes se les prohíbe el deporte al aire libre; a los niños no se les permite jugar en los parques. Respirar es peligroso. Según los ambientalistas, es la punta del iceberg de un problema que ya se avizoraba desde tiempo atrás. Una bomba de tiempo. Me pregunto: ¿Cuál será la situación ambiental de Uruapan y la CDMX dentro de diez años, por citar dos ejemplos aparentemente disímiles? Me parece que la respuesta no es muy esperanzadora.
Atendiendo a la dicotomía que propone Goethe (vida vs. teoría), ¿el culto a la razón, al progreso, de raigambre ilustrada, sería la causa de la hecatombe ambiental que enfrentamos? Probablemente sí. Sin embargo, el sueño de la razón no sólo produce monstruos. Hay que recordar que muchos hallazgos científicos y tecnológicos contribuirían enormemente a frenar los grandes problemas ecológicos de nuestro tiempo. El meollo del asunto es que el espejismo del dinero obnubila los esfuerzos por salvar del abismo nuestro hogar, nuestro planeta.
Ojalá comprendiéramos el hermoso epíteto de Goethe, “el dorado árbol de la vida”, puesto que ni las cuentas millonarias de los dueños de las empacadoras o las industrias, ni las ignominiosas omisiones de un Trump o Bolsonaro, podrán reponer la quietud de un atardecer bajo un árbol gigantesco. Jamás.
Imagen: Flickr/Jaec
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