No nos debemos conformar con ser la especie más fuerte, sino la más inteligente
Por Chema Zumaya
Hemos avanzado como nadie jamás ha podido pensar y aun así nuestra imaginación concibe nuevas metas y expectativas que se bifurcan en fines utópicos y distópicos. Una nueva cultura que ya por sí sola crece y evoluciona; acecha a una parte de nuestra especie, una parte que es silenciosa y no ha requerido formar parte de la simbiosis tecnológica en la que nos encontramos.
Los pueblos indígenas y los nativos que han perdurado son los vestigios de la cultura viviente, el mito de los dioses, el eslabón más fuerte al cual el avance y sus brechas no afectan o interrumpen proporcionalmente en sus vidas. En medio de guerras comerciales y caídas de la bolsa, estos pueblos no se inmutan ante tales atrocidades sociales.
El otro día pensaba en obras cyberpunk y me percaté que la mayoría no nos habla qué ha sucedido con ellos, de cómo el linaje de estas civilizaciones podría evolucionar y adaptarse al imparable curso tecnológico y cultural al que hemos emergido o de cómo simplemente se les olvidará en el tiempo.
Sin duda, la mayoría de los retratos futuristas nos dicen varias cosas del camino que construimos para el mañana, y parece que ese camino es destruir la naturaleza. Su destrucción no viene sola, venimos con ella, sólo que prolongamos nuestra despedida con inventos y flexiones tecnológicas que veneran principalmente a la economía. Los que sí desaparecen son los pueblos nativos y civilizaciones indígenas, su punto de quiebre es que la relación con la naturaleza es mucho más sólida que la que construye con el mosaico cultural.
La veneración y el reconocimiento de lo natural es la principal fortaleza de los individuos que conforman a estos grupos, aunque de igual forma es su principal debilidad. A lo largo del tiempo ha provocado que se vean afectados por el entorno hostil que les rodea y todo apunta a que la innovación y hambre del ser humano no toma en cuenta a aquellos que no necesitan avanzar. Contemplar el presente resulta más gratificante que apresurarse y manipularlo.
Pensar en el mañana trae un vasto arsenal de posibilidades, pero es importante recordar que no hay mañana si estamos solos, si el aire cada vez es más denso y los ríos cada vez más negros. El nacimiento de la globalización nos acerca a entender a otras personas, a pensar en ellos, pensar como sociedad y como especie. Algo que no ha resultado necesario, no hasta que ponemos en juego nuestro pellejo.
Es momento de conciliar con estas personas en busca de encontrar los lugares que nos unen. Es tiempo de recordar a los que han estado ahí en las peores y nos hemos olvidado de ellos. Contribuir a su independencia es nuestra responsabilidad, pero impulsarlos a que prosperen y se desarrollen termina siendo una cuestión de amor hacia la humanidad que juntos representamos.
Ojalá aprendamos de la tranquilidad de los pueblos, tomemos lo mejor de ellos junto con lo mejor de nuestros hábitos y conocimientos para consolidarnos como una especie equilibrada que ha sabido rectificar su camino y el de otros.
Las raíces evolutivas de este árbol han sido las más fuertes y sanas, las que no se ven dentro del complejo cultural al que nos hemos sometido, pero aún siguen ahí. No esperando, pero sí abiertas a ser reconocidas como estándares de lo universal y perecedero. Si valoramos sus inquietudes y certezas; entonces tal vez los problemas se tornen menos lógicos y al fin las respuestas sean más claras.
Estamos seguros de que somos el problema y el cáncer de todo esto, pero es que también somos la única solución, sólo tenemos que reconocer todo lo que hemos sido para no perder el rumbo del camino y por fin conformar no la especie más fuerte, sino la más inteligente.
Foto de portada: Flickr/Thyerri Ehrmann
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