Había escuchado del Festival de la Joven Dramaturgia (FJD), pero en cuestión escénica quien esto escribe siempre ha sido un analfabeto. Eso, sin embargo, no obstó para que en la edición número 17, desarrollada del 16 al 20 de julio en Querétaro capital, uno se diera cuenta -aun pese a su ignorancia- del nivel del evento y de la plataforma que constituye para el teatro.
Como dijo Patricia Estrada, una de sus organizadoras junto a Imanol Martínez, el festival recibe a más de cien jóvenes, entre actores, dramaturgos y directores que en cinco días -en esta ocasión porque en otras ediciones duraba más- trabajan para montar obras y ofrecer lecturas dramatizadas de libretos enviados tras la publicación de una convocatoria anual. Todas las actividades son gratuitas y es posible acudir a las presentaciones en el Museo de la Ciudad.
Las bases
En la convocatoria se estipula que los autores de los textos deben ser menores de 34 años, mandar trabajos inéditos de no menos de 25 cuartillas ni más de 50, de los cuales se hace una selección. Las piezas escogidas se presentan con actores y directores invitados a leerlas o a montarlas. Se cubren el hospedaje y la alimentación de los participantes mientras dure el evento y el FJD ofrece talleres formativos para que los jóvenes artistas se fogueen. En esta ocasión, tres talleres fueron impartidos por Aristeo Mora de Anda, David Gaitán y Fernanda del Monte.
Luego de llegar tarde a una mesa de reflexión en el Centro de las Artes de Querétaro, donde se discutían las obras del primer día (“Rocío antes del fin del mundo” de la queretana Manya Loría y “Mi vida con Bowie de la cedeemeequiseña Gabriela Guraieb), tuve a bien sentarme en la última fila mientras se hablaba del simbolismo de los zombies en la primera de las obras y de si la segunda era una sublimación de la pérdida del padre durante la infancia. Hasta atrás, junto a mí, una simpática mujer hacía acotaciones a cuanto se decía en voz alta, pero no tanto como para que la escucharan en la parte de abajo.
Con cuanto expresaba la mujer de amplia sonrisa me sentía muy de acuerdo, si es que alguien que no sabe nada de teatro puede estarlo. Terminada la mesa el público fue citado para las lecturas de esa tarde, a las seis y a las ocho de la noche, pero en el Museo de la Ciudad. Se trataba de “El llamado del Cenzontle” de Juan Alberto Mora Hirata de Baja California y de “Frutos rojos” de la veracruzana Gianinna Ferreyro. Durante la comida, supe que la mujer que construía didascalias no tan mentales para los artistas era precisamente Fernanda del Monte, quien tomó la palabra hacia el final de la mesa.
Lectura dramatizada de «Frutos Rojos». Foto de Juan de Dios Pande Ramírez
Posibles dioses
Junto a Manuel Barragán Moreno presenté el libro “Posibles dioses. Antología de teatro michoacano contemporáneo” Volumen 1, porque el 2, que fue editado con apoyo institucional -con Miguel Ángel García a la cabeza del proyecto- ya se había agotado, al obsequiarse durante las presentaciones. El mismo Barragán, por cierto, es uno de los siete dramaturgos antologados.
La sorpresa fue mayúscula porque además de que la sala estaba llena y de que la propia Patricia Estrada yacía en primera fila interpelándonos sobre la obra, los chicos y chicas se mostraron interesados en un trabajo por lo general no dedicado a los grandes públicos. Y es que la dramaturgia resulta incluso más extraña que la propia poesía, de la que se dice que es el género menos difundido y el que mayor dificultad tiene a la hora de posicionarse entre los lectores. Pero asombrosamente, la presentación fue un éxito y casi todos se interesaron por conocer el libro.
Al colmo de la generosidad -de los organizadores y asistentes- se sumó la nobleza de Guillermo Palma Silva. Es un librero de la Ciudad de México en Libros de Godot, dedicado completamente al teatro (a la teoría y a la dramaturgia), quien accedió con gusto a llevarse unos ejemplares y aun nos animó a enviarle más para distribuirlos. Su actitud, que no su figura, me recordaron a don Urso Silva, librero y editor michoacano igual de magnánimo que él.
Funciones
Por la tarde, la primera obra de teatro fue una delicia delirante, la historia de un actor de doblaje que interpreta personajes de animé y que un buen día por fumar tanto empieza a quedarse sin voz. La segunda fue un dispositivo escénico -como medio entiendo que se le dice a toda obra que no tiene un desarrollo canónico tradicional-, constituida por una serie de cuadros donde se pone de manifiesto el abuso sistemático contra las mujeres en una sociedad fundamentada en el machismo.
Al finalizar, Patricia invitó al público a discutir al día siguiente las dos obras presentadas a la una de la tarde en el Centro de las Artes. Ahí, directores y dramaturgos hablarían de su proceso creativo y responderían preguntas de los asistentes, tal como se había hecho con los trabajos previos y como se haría con las obras de las tardes aún por venir: “Whitetlasoli (basurablanca)” de la defeña Tania Y. Mayrén;“Bala’na”, del oaxaqueño Alexis Orozco, quien también interpreta al personaje en la puesta escénica; “Ojos vacíos”, del jalisciense Jorge Arturo Tovar; “Andares” y “Playa paraíso”, de los morelenses Héctor Flores Komatsu y Gabriela Román, respectivamente.
Formación como objetivo
Como primer acercamiento a un festival semillero de los dramaturgos de México desde 2003 (fundado por Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio y Edgar Chías, a quienes se sumaría Alejandra Serrano tres años después, para que a partir del 2015 el evento quedara en manos de Patricia Estrada e Imanol Martínez), hay que decir que el FJD tiene una factura impecable, cuya premisa es compartir no sólo con los artistas, sino con el público y colaborar en la formación y despegue de los nuevos ejecutantes, directores y, particularmente, dramaturgos.
Sin embargo, una vez pasada la euforia inicial y departiendo con los asistentes, a más de alguno le habría gustado mayor difusión y acercamiento con la gente, aunque hay que decir que Patricia Estrada señaló que el evento escénico tiene un público cautivo conformado a través de los años y que se nutre no sólo de los queretanos, sino de quienes visitan la ciudad con motivo de las vacaciones.
Pero aun con esos pequeños bemoles, sobre todo en lo que respecta a la divulgación del FJD y a que haya más señalizaciones dentro de las sedes del evento que indiquen con claridad dónde se desarrollan las actividades, el festival resulta único en su tipo, brinda un fuerte impulso a quienes comienzan en el teatro y aporta a la creación de públicos y de artistas locales, a diferencia de otras grandes fiestas culturales en distintos estados del país a la que sólo se invita a foráneos, dejando de lado a quienes en sus propias ciudades se dedican a la cultura.
Una experiencia totalmente inclusiva, a pesar de que uno tenga poco conocimiento sobre el teatro y la dramaturgia, que invita sin duda a seguir visitando Querétaro exclusivamente para no perderse un festival sui generis con el que ya quisieran contar otros estados que mucho presumen su vocación cultural sin realmente apoyar a sus propios creadores.
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