DE LA PÁGINA CAE UN DERRAME FLUVIAL QUE NO ES MI LLANTO
Navegar:
fr., Naviguer; it., Navigare. (Del lat. Navig?re) intr. Hacer viaje o andar por el agua con embarcación o nave. Ú. t. c. tr. || Andar en buque o embarcación || Por analogía, hacer viaje o andar por el aire en globo o aeroplano. || fig. Transitar o trajinar de una parte a otra. || intr. Mex. Barbarismo por LUCHAR.
A wound gives off its own light
Anne Carson
[Morelia, Michoacán, 2017
Esto sucedió una noche de noviembre y posteriormente, nueve meses más tarde, un muchacho quiso ahogarse el vientre cálido del mar, en su propio líquido amniótico]
El rectángulo incrustado en el verde del suelo parece un vientre inusitado. Una suerte de rambla donde entraba. Un paraíso. Soy un embrión que imagina la furia de una ola. Soy un barco entre la banqueta y un nombre guardado mirando al cielo y el reflejo de un astro sobre mi cabeza. Si la inundación prosigue no me preocupo. Mi madre me llevó a clases de natación. El agua dejó de ser el vacío donde undulaba y caía; el abismo. Recuerdo la primera clase. Sabía que al sumergir un dedo tendría que nadar todas las albercas de un país para poder regresar a casa, ¿no es así Neddy Merrill? Ahí estaba la fogata en medio del agua, la visión de los niños ardiendo en llamas no era mentira.
Una ciudad vacía, una alberca vacía no funcionan. Habrá que inundarlas. Las culturas antiguas alrededor del mundo lo sabían. Mientras el diluvio me envolvía fui valeroso, pero, todo nadador por experto que sea es un diminuto pez contra natura. Quién reta al agua está condenado. La diferencia aquí es que no reté a nada ni a nadie. El rectángulo se quebró con el verde. Surgió la colera de una placenta previa. El maremoto dentro del cuerpo y la ciudad comenzaba hicharse por la sal.
*
Si presagiaras los días lluviosos, la caída de los peces muertos, la explosión de las tormentas, el mal pronóstico del tiempo no hubieras salido a orinar hilos blancos aquel día que el aire fue mortaja. Caminas desde tu casa por la misma ruta, las mismas calles de cantera. Mientras la noche de un azul oscuro (casi negro, casi cielo) te avisaba que te obligarían separarte del cuerpo. Juluis, buscas la palabra exacta. Enunciar agua de forma distinta. Explorar sobre la piel de otros y nunca encontrar nada: epidermis oceánica. Cada semana sumerges el filo del pubis. Abres tumbas donde flotan restos áridos del llano negro de la ciudad. El encuentro lascivo con las sombras. Esperas el arribo de los sinónimos a tu cuerpo:
Juluis (23 años)
hambriento
mejilla en el pasto.
Desconocido (35 años)
(aproximadamente)
hambriento
sobre el cuerpo de Juluis.
Este es un cuerpo de masa
negra conformado por dos
cuerpos que son todos los
colores de ausencia al
mismo tiempo.
Eres embestido por la fuerza de otro hombre. Invocas corrientes. Inundas extensiones. Eres la barca prendida en llamas sobre una superficie de metano. Ya debes saber que viajamos cuando hundimos el rostro en la piel de alguien. Deja de imaginar mareas que no son de este planeta. Titán es el satélite más grande de Saturno, donde las hormigas no existen. A pesar de tus desvaríos, estás anclado en la noche de invierno y cualquier estación es más terrestre que el polvo de estrellas en tu sangre. ¿Una estación puede estar repleta de miedo y desatar una tormenta? Los insectos suben hasta la cofa de tu cuerpo. Recuerda, no todos saben nadar. Las hormigas, furiosas, te muerden partes blandas del pecho. Eres el festín de los sobrevivientes. Las ronchas que te brotan son la señal del desprendimiento.
No comprendes la fórmula del agua. Es incomprensible para tu lengua. Te limpias los restos de desconocidos. Te sumas a la fila de las sombras nuevamente. La oscuridad es iluminada por las heridas. La luz lunar nunca es suficiente. Una herida arroja luz propia. No son luciérnagas; son humanos emanando sangre. Cualquier líquido contiene su resplandor: gotas de luz derramadas en el pasto.
Juluis, haces posible la iluminación: eres por mucho la sombra más brillante.
He aquí, pues, que los detalles son visibles en la oscuridad. Un plano detalle sobre la pelvis revela el más letal de los requiebros falsos. El toque de las manos deja luxaciones en las partes más duras de tu cuerpo. Del falo brota la cascada fluorescente y con ello el juego más macabro: el desprendimiento.
Mientras (en este momento, Juluis) mantienes la pequeña muerte en su dominio, el llano se ilumina. La luz -que toca el pasto, el lodo, los insectos, los microorganismos- es de sobresalto. Una luz de sobresalto contiene peligro. Esta luz no es hemorrágica, aguacero apocalíptico sobre las cicatrices de tus muñecas. La luz artificial corrompe: bestias de obsidiana con linternas desde la avenida. Es momento de correr por la ladera, huir. Sombras invisibles se apagan. Los hilos de sangre que dejas como rastro trazan el camino de tu captura.
Y he aquí capturado, Juluis.
Luz azul – Luz roja.
(golpe).
Nos salió jotito.
Yo no tengo problema con eso.
(golpe)
No te estamos preguntando.
Soy hombre que brilla con otros hombres, con eso me basta.
(golpe)
Príncipe a la orilla ciénaga, eres reducido. Observas la situación de tu cuerpo, cercenado por el rayo. Te conviertes en microorganismo de fototaxia negativa. Sientes la muerte próxima por alumbramiento artificial.
No, que no muera lento. Hay que aplastarlo con las manos, con los puños.
Heridas sin ninguna gota de luz: no todas las heridas arrojan luz propia. No cuando el corte se hace por resistencia, al contrario, la luz de una herida nace desde la voluntad.
*Fotografía de Bruno Molina
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