Por Luis Tovar
Fue idéntico al hallazgo de la vieja fotografía que, de tan olvidada, dejó de concedérsele incluso la condición del extravío; como esa sensación a caballo entre la sorpresa y el recuerdo, profundo de tan lejano, que corre por las arterias del pensamiento cuando la suerte decide, generosa, devolvernos algo que tuvimos y creíamos seguir teniendo pero, en realidad y a saber desde cuándo, ya no era sino ausencia y, precisamente por serlo, también fue paradoja: con y sin juego de palabras, aquello consistió en la notable presencia de lo ausente por partida doble, pues cuando desaparecieron los sonidos concluyó la ausencia del silencio y éste, como aquéllos antes, tuvo a bien llenarlo todo: en ese momento la noche, las esquinas de las calles, los minutos que hacían falta para llegar andando a casa, vueltos recinto para la quietud al término de una llovizna muy discreta, se inundaron de una calma que no era nueva pero sí desconocida, de tan esporádica y escasa.
Fue preciso entonces, por inevitable, caer en cuenta de la maravilla y sumarse a ella, más lentos los pasos para no incordiar ni al aire, y desde la inmovilidad casi total salirse de uno mismo, dejar de ser lo que se es, fundirse con el entorno y comprender, más allá de las palabras y precisamente gracias a su ausencia, que la parte no es distinta del todo, que no hay desdoro alguno en dejar abandonada, en medio de la calle vacía y silenciosa, esa máscara compuesta por dos letras acostumbradas a pronunciar su nombre a gritos y que ahora, en ausencia de testigos, ve cómo su función es mucho menos esencial de lo que parecía: ¿quién es yo? Podrían dar una respuesta idéntica las aceras deshabitadas y el agua de lluvia, donde los reflejos nocturnos inventan una danza fugaz, como podría responder a lo lejos una ventana todavía iluminada o la fragancia de la tierra húmeda, o el reloj ya innecesario, o los pasos que ya no se sabe, y ha dejado de importar, si van a alguna parte, a todas o a ninguna: dentro y fuera de ellos, ocupando y envolviendo a la materia que los hace reales de tanto imaginarlos, es el silencio.
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