Es indudable que las producciones animadas estadounidenses y japonesas son referentes por su capacidad de cautivar a grandes audiencias. Sin embargo, la animación de calidad no es propiedad exclusiva de ciertas latitudes, en todas partes del mundo podemos encontrar largometrajes animados que exploran distintas realidades sin imitar el estilo gráfico de los grandes estudios. Estos pequeños jugadores, al no tener que ajustarse a los límites impuestos por la comercialización masiva, tienen la posibilidad de contarnos historias que no tienen cabida en ese sector.
Uno de estos autores independientes es el artista gráfico Lorenzo Mattotti. En su extraordinaria carrera solo le faltaba dirigir una película animada y a sus 65 años, el ilustrador italiano debutó como director de cine con El gran cuento de los osos (La fameuse invasion des ours en Sicile, 2019). Se presentó en el Festival de Cannes en la sección Un certain regard y pudo verse hace unas semanas en la 69 Muestra Internacional de Cine. Aunque estaba disponible desde antes del inicio de la pandemia, la Distribuidora Caníbal decidió posponer su estreno en salas, en vez de pasarla directo a plataformas.
En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (1945, para ser más precisos), el escritor italiano Dino Buzzati publicó el cuento La famosa invasión de Sicilia por los osos. En español, por cierto, se consigue en Gadir, pequeña editorial madrileña que recupera en el libro los dibujos originales del autor. El cineasta francés Thomas Bidegain y el guionista Jean-Luc Fromental, retomaron la obra para elaborar el texto que utilizó Mattotti para dar vida a los plantígrados del título.
Leoncio es el jefe de un numeroso grupo de osos que habitan en los bosques. Cuando Tonio, su pequeño hijo es capturado por los humanos, Leoncio cae en una profunda depresión. Pero espoleado por el hambre de sus seguidores, decide dar un golpe de autoridad dirigiéndolos a la ciudad con un doble propósito: recuperar a su hijo y saciar el hambre de sus correligionarios.
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El encuentro de los dos mundos no es pacífico. Un rey ambicioso y un mago de ambiguas intenciones deciden frenar el avance de las criaturas peludas, quienes deberán enfrentarse con un ejército de humanos, con un enorme gato demoníaco, así como con un grupo de fantasmas bailarines en un castillo embrujado. Con trazos angulares y estilizados personajes, Mattotti logra describir estas batallas con violencia contenida y cierta dosis de humor, que culminarán, en una primera instancia con la convivencia pacífica entre osos y humanos.
Cada uno de los distintos episodios de la contienda es narrado por un par de artistas ambulantes que se refugian en una cueva para escapar de una tormenta. El oso que habita la gruta en cuestión, complementará la historia contando su propia versión. Leoncio gobierna con prudencia una sociedad en donde sus congéneres coexisten pacíficamente con los humanos. Pero después de un tiempo, los osos comienzan a adoptar las costumbres y vicios de las personas: visten como ellos, se vuelven ambiciosos, se aficionan al juego y al alcohol. Será el principio del fin de esta sana convivencia, por lo que Leoncio deberá tomar una drástica decisión.
Si bien funciona como una película de entretenimiento familiar, la obra nos ofrece también una visión sobre los vicios del poder y de la apropiación. Valora ante todo la defensa de la identidad, sin que por ello se vuelva una película moralista y obvia a la manera de Disney. A ello hay que agregar el gran trabajo de diseño que consigue un estilo propio gracias a los trazos de Mattotti. Hubiera sido deseable verla en su idioma original, pero el doblaje no desmerece. El gran cuento de los osos es una alternativa animada que no solo es divertida, sino que abre un espacio para la reflexión, dejando además, un buen sabor de boca.