El guionista y director Philippe Le Guay, en activo desde finales de la década de los ochenta, es uno de los recurrentes en la programación del Tour de Cine Francés (TCF).
Tres de sus películas han pasado previamente por la muestra itinerante, De un día para otro (Du jour au lendemain, 2006), Normandía al desnudo (Normandie nue, 2018) y la mejor sin duda, Paseando con Molière (Alceste à byciclette, 2013), en donde dos actores maduros deben superar sus diferencias para llevar a cabo una representación de El misántropo, una de las obras clásicas del teatro francés. En todas las anteriores, Le Guay demuestra una clara tendencia a la comedia, un género con el que evidentemente se siente muy cómodo.
En el 25 TCF Le Guay regresa con una aproximación a un género distinto. El hombre del sótano (L’homme de la cave, 2021), un thriller psicológico que por estas fechas se está estrenando en la cartelera francesa. Con guion de su propia autoría, el cineasta francés nos ofrece una nueva versión de la familia aterrorizada por un extraño, como en Cabo de miedo (Cape fear, 1962).
El matrimonio conformado por Simon Sandberg (Jérémie Renier) y Hélène (Bérénice Bejo), decide vender el sótano que poseen en su viejo edificio de departamentos con la intención de hacer algunas remodelaciones. El misterioso señor Fonzic (François Cluzet), responde al anuncio y lo adquiere, supuestamente para almacenar algunas cosas de su madre recientemente fallecida. Pero las verdaderas intenciones del misterioso comprador son completamente distintas y pondrán en jaque la estabilidad de la familia.
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La gravedad de la música que acompaña a las tomas del oscuro y húmedo sótano del edificio anuncian al espectador que algo no marcha bien. Pero el señor Fonzic no es un asesino despiadado ni un consumado ladrón, sino un negacionista que se ha instalado en el sótano para buscar una especie de reivindicación ante esta la familia de origen judío.
El negacionismo se asocia generalmente con aquellas personas que minimizan o niegan el asesinato organizado de millones de judíos, homosexuales, gitanos y toda clase de presos políticos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero negacionistas hay para todos gustos: quienes niegan la utilidad de las vacunas, el cambio climático, la teoría de la evolución, el COVID-19 o hasta la llegada del hombre a la luna.
Todo un cóctel de desinformación y paranoia. Tratan es de crear una “verdad” acorde a sus creencias cerrando los ojos a todo un cúmulo de información comprobable.
Los personajes de Le Guay reaccionan de distintas maneras ante la ominosa presencia del intruso, aunque todos lo hacen con insufrible torpeza. No son judíos practicantes, pero el miedo, el enojo y la credulidad de la familia Sandberg van alimentando el ego y el poder de control del señor Fonzic, un autodenominado historiador desempleado que se dedica a difundir panfletos conspiracionistas por internet.
El vetusto edificio de departamentos sirve como alegoría del comportamiento de la sociedad ante este tipo de personas, hay quien denuncia o quien simpatiza, aunque prevalece la indiferencia. La lógica circular (si me dicen que estoy equivocado es que ocultan algo) de Fonzic tiende a la victimización.
Una vez descubierto decide exponerse, a diferencia de muchos negacionistas que solo manifiestan sus ideas infundadas ante los círculos que las aceptan, por temor al rechazo social o al desempleo.
Al final, aunque no consiguen dominar los impulsos de Simon, sus abogados parecían tener la mejor solución: enfocarse en los hechos y pasar por alto los delirios de esas personas que simplemente ruegan por un poco de atención.