Rodrigo Plá es un caso atípico en el cine mexicano. Con cinco largometrajes en su haber, el cineasta uruguayo-mexicano ha demostrado una gran capacidad de adaptación a diferentes épocas, lugares y circunstancias, sin perder un ápice de credibilidad. Gran parte del mérito se debe al trabajo de su guionista y pareja Laura Santullo, quien por primera vez firma como codirectora de El otro Tom (2021), que se presenta en la competencia oficial del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), después de haber pasado por Venecia y Toronto, entre otros certámenes.
Con ánimo de experimentación, la pareja de directores decidió trasladarse a los Estados Unidos para rodar su primera película en inglés (con buenas dosis de spanglish). Elena, una mujer estadounidense de origen mexicano, es madre de Tom, un inquieto niño de nueve años. Ante la ausencia y desatención del padre, que radica en México y vive con otra mujer, Elena debe resolver los problemas del día a día. Cuando el menor es diagnosticado con trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), le recetan una serie de medicamentos para modificar su conducta. Todo parece ir relativamente bien hasta que un peligroso incidente hace que la madre cuestione el papel de las instituciones médicas, escolares y sociales.
No es ningún secreto que Estados Unidos parece estar enamorado de los medicamentos. A pesar de ser los más caros del mundo, los estadounidenses consumen más medicinas recetadas que en cualquier otro momento de su historia y muchos más que en cualquier otro país. Buena parte de ellas ayudan a salvar vidas, sin embargo una gran cantidad de recetas se expiden indiscriminadamente, provocando que millones de personas, entre los que se incluyen muchos niños, estén consumiendo medicamentos que no necesitan.
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Volviendo a la película, es evidente que aunque la relación entre madre e hijo resulta desgastante, es también simbiótica. A pesar de los episodios explosivos de Elena y los constantes berrinches de Tom, indudablemente existe un fuerte vínculo entre ellos. Desde las primeras semanas del tratamiento médico se nota un cambio de actitud de Tom en el salón de clases. No obstante, los efectos secundarios son preocupantes: insomnio, agotamiento y depresión.
Claramente el trabajo en el aula con niños de atención dispersa no es nada sencillo. Pero antes de buscar otra alternativa, la escuela de Tom decide remitirlo al psiquiatra, el diagnóstico es rápido y el tratamiento es simple: TDAH y un montón de medicamentos. Los promotores del Ritalin señalan entre sus ventajas que los niños manifiestan una mayor aceptación en clase. No es de extrañar que cuando Tom deja de tomar el medicamento se queje ante su madre: “dicen que el Tom de las pastillas es mejor que yo”.
Desde hace muchos años se ha cuestionado el excesivo diagnóstico y el tratamiento de este trastorno en los Estados Unidos. Pero la película no es una cruzada contra el uso de los medicamentos, más bien sugiere un análisis detallado para cada caso particular. También ofrece una reflexión sobre el papel, que para bien o para mal, pueden llegar a ejercer las instituciones estadounidenses sobre los padres y sus hijos.
Aunque es un rodaje de bajo presupuesto, con actores no profesionales, por momentos da la impresión de que no fue así, la experiencia y el buen tino de la dupla de directores logran llevar a sus personajes por un camino que va más allá de lo descriptivo. La apuesta fácil sería enfocarse en el enfrentamiento lacrimógeno de una mujer contra las instituciones, pero la cinta toma otros derroteros, se convierte en una historia de entendimiento entre una madre impulsiva y su hijo incomprendido. Si bien el futuro es incierto, madre e hijo pueden esperar con calma mientras toman el sol en una abarrotada playa artificial.