Flee: Huyendo de casa (Flugt, 2021), del documentalista danés Jonas Poher Rasumussen, fue nominada en tres categorías en la más reciente entrega de los premios Oscar, Película internacional, Largometraje de animación y Documental. Es una película atípica para los estándares de la Academia: una cinta animada que no está dirigida a un público infantil y un documental que recrea mediante actores la historia de su protagonista. Es evidente que la rigidez habitual de las categorías queda rebasada con este tipo de producciones.
¿De dónde surgió esta película? Durante sus años de secundaria, Rasmussen hizo amistad con un condiscípulo de origen afgano. La renuencia de éste para hablar de su pasado, así como su conocimiento del idioma ruso, siempre intrigaron al ahora documentalista. Muchos años después esta persona accedió a contarle su historia y el director registró estas conversaciones con la condición de salvaguardar su anonimato.
El entrevistado, a quien se le da el nombre de Amin, inicia su relato a finales de los años ochenta en Afganistán. Procedente de una familia de clase media alta y armado con un walkman que reproducía una y otra vez Take on me de A-ha, el protagonista asiste al ascenso al poder de los talibanes. Tras la captura y posterior desaparición de su padre, Amin y su familia consiguen huir a Moscú, en el primero de tantos intentos para encontrar un hogar definitivo.
“¿Qué significa casa para ti?” Es una de las primeras preguntas que hace Rasmussen a su entrevistado. Una pregunta difícil para quien hace mucho tiempo no ha tenido una. Tendido en una alfombra, cual paciente de psicoanalista, Amin rememora las difíciles condiciones de vida de quien no conoce el idioma ni la cultura del país al que llega y además debe padecer las actitudes hostiles de las autoridades.
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La búsqueda de refugio en algún país de Europa Occidental obligó a su familia a recurrir a los traficantes de personas, cuyos crueles procedimientos guardan muchas similitudes con los que sufren los connacionales que cruzan de manera ilegal hacia los Estados Unidos.
El narrador nos recuerda mediante el contraste de animación con imágenes de archivo, que los refugiados son personas que sienten y piensan, más allá del anonimato aséptico de las imágenes de los noticieros que reportan las cifras de la más reciente redada o el rescate de un maltrecho bote repleto de personas fatigadas, en busca de un lugar para establecerse.
Más allá de la utilidad práctica de representar épocas pasadas y lugares remotos a través de la animación, ésta también permite representar los recuerdos y traumas de su protagonista de una manera acorde a los sentimientos que aún hoy se reflejan en su persona. El vivir con temor de manera permanente, llegando incluso a negar la existencia de sus familiares más cercanos, nos habla de las marcas que ha dejado su doloroso pasado.
Y aunque lo añora, Amir no puede regresar a casa, se asume a sí mismo como homosexual con una relación estable. Originario de un país en donde no se pueden tocar esos temas, tiene problemas incluso para comunicárselo a su propia familia. Aunque al final, dadas las circunstancias, su salida del clóset termina siento mucho menos complicada de lo que parecía.
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A manera de terapia de sanación, este relato le quita a Amir un gran peso de encima y le permite resolver las cosas con su pareja. Y así, mientras recorren las estancias de su nueva hogar, encontramos una definición para esta palabra: un lugar donde se puede ser uno mismo, no un refugiado que ha huido de la violencia, ni un perseguido por sus preferencias sexuales, sino simplemente un ser humano.